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PAPA FRANCISCO

REGINA CAELI

Plaza de San Pedro
Lunes del Ángel, 10 de abril de 2023

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy el Evangelio nos hace revivir el encuentro de las mujeres con Jesús resucitado en la mañana de Pascua. Nos recuerda así que fueron ellas, las discípulas, las primeras en verlo y encontrarlo.

Podríamos preguntarnos: ¿por qué ellas? Por una razón muy sencilla: porque fueron las primeras en ir al sepulcro. Como todos los discípulos, también ellas sufrían por el modo en que parecía haber terminado la historia de Jesús; pero, a diferencia de los demás, no se quedaron en casa paralizadas por la tristeza y el miedo: por la mañana temprano, al salir el sol, fueron a honrar el cuerpo de Jesús llevando ungüentos aromáticos. El sepulcro había sido sellado y se preguntan quién nos podría quitar esa piedra (cf. Mc 16,1-3), tan pesada. Pero su voluntad de realizar aquel gesto de amor prevalece por encima de todo. No se desaniman, salen de sus miedos y de sus angustias. Este es el camino para encontrar al Resucitado: salir de nuestros temores, salir de nuestras angustias.

Recorramos la escena descrita en el Evangelio: las mujeres llegan, ven el sepulcro vacío y, «con miedo y gran gozo», corren —dice el texto— «a dar el anuncio a sus discípulos» (Mt 28,8). Ahora bien, justo cuando van a hacer este anuncio, Jesús sale a su encuentro. Fijémonos bien en esto: Jesús sale a su encuentro cuando van a anunciarlo. Esto es hermoso: Jesús las encuentra mientras van a anunciarlo. Cuando anunciamos al Señor, el Señor viene a nosotros. A veces pensamos que la manera de estar cerca de Dios es tenerlo estrechamente junto a nosotros; porque después, si nos exponemos y hablamos de esto, llegan los juicios, las críticas, tal vez no sabemos responder a ciertas preguntas o provocaciones, y entonces es mejor no hablar de esto y cerrarse: no, esto no es bueno. En cambio, el Señor viene cuando lo anunciamos. Tú siempre encuentras al Señor en el camino del anuncio. Anuncia al Señor y lo encontrarás. Busca al Señor y lo encontrarás. Siempre en camino, esto es lo que nos enseñan las mujeres: a Jesús se le encuentra dando testimonio de Él. Pongamos esto en el corazón: a Jesús se le encuentra dando testimonio de Él.

Pongamos un ejemplo. Nos habrá ocurrido alguna vez que recibimos una noticia maravillosa, como el nacimiento de un hijo. Entonces, una de las primeras cosas que hacemos es compartir este feliz anuncio con los amigos: “¿Sabes? He tenido un hijo… es hermoso”. Y al contárselo, también nos lo repetimos a nosotros mismos y, de alguna manera, hacemos que cobre aún más vida en nosotros. Si esto ocurre con una buena noticia, de todos los días o de algunos días importantes, ocurre infinitamente más con Jesús, que no sólo es una buena noticia, ni tampoco la mejor noticia de la vida, no, sino que Él es la vida misma, Él es «la resurrección y la vida» (Jn 11,25). Cada vez que lo proclamamos, no con propaganda o proselitismo, eso no. Anunciar es una cosa, hacer propaganda o proselitismo es otra. El cristiano anuncia. Quien tiene otros fines hace proselitismo y eso no está bien. Cada vez que lo anunciamos el Señor viene a nuestro encuentro. El viene con respeto y amor, como el don más hermoso para compartir. Jesús habita más en nosotros cada vez que lo anunciamos.

Pensemos una vez más en las mujeres del Evangelio: estaba la piedra sellada y, sin embargo, ellas van al sepulcro; toda la ciudad había visto a Jesús en la cruz y, no obstante eso, ellas van a la ciudad a anunciarlo vivo. Queridos hermanos y hermanas, cuando se encuentra a Jesús, ningún obstáculo puede impedirnos anunciarlo. En cambio, si nos guardamos solo para nosotros su alegría, tal vez sea porque todavía no lo hemos encontrado de verdad.

Hermanos, hermanas, ante la experiencia de las mujeres nos preguntamos: Dime, ¿Cuándo fue la última vez que diste testimonio de Jesús? ¿Cuándo fue la última vez que yo di testimonio de Jesús? ¿Qué hago hoy para que las personas con las que me encuentro reciban la alegría de su anuncio? Y aún más: ¿alguien puede decir “esta persona es serena, es feliz, es buena porque ha encontrado a Jesús”? ¿Se puede decir esto de cada uno de nosotros? Pidamos a la Virgen que nos ayude a ser alegres anunciadores del Evangelio.


 

Después del Regina Caeli

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy se cumplen veinticinco años del llamado “Acuerdo de Viernes Santo o de Belfast”, que puso fin a la violencia que había perturbado a Irlanda del Norte durante décadas. Con espíritu de gratitud, ruego al Dios de la paz que lo conseguido en aquel histórico paso se consolide en beneficio de todos los hombres y mujeres de la isla de Irlanda.

Renuevo mis deseos de una feliz Pascua a todos ustedes, romanos y peregrinos de diversos países: “Cristo ha resucitado; verdaderamente ha resucitado”. Los saludo cordialmente, especialmente a los adolescentes de las parroquias de Vigevano, a los chicos de Pisa y a los de Appiano Gentile.

Doy las gracias a todos los que, en estos días, me han enviado expresiones de buenos deseos. Agradezco especialmente las oraciones. ¡Que por intercesión de la Virgen María, Dios recompense a cada uno con sus dones!

Y deseo a todos que pasen estos días de la Octava de Pascua, en los que se prolonga la celebración de la Resurrección de Cristo, en la alegría de la fe. Perseveremos invocando el don de la paz para el mundo entero, especialmente para la querida y martirizada Ucrania.

¡Feliz lunes del Ángel! Por favor, no se olviden de rezar por mí. Buen almuerzo y hasta pronto.



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