PAPA FRANCISCO
Mujeres y hombres de esperanza
Misas matutinas en la capilla de la Domus Sanctae Marthae
del 2 abril al 11 de abril de 2013
Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 15, viernes 12 de abril de 2013
Es una gracia especial que el Papa Francisco invita a pedir: la gracia de las lágrimas. Porque «son precisamente las lágrimas las que nos preparan para ver a Jesús». Son palabras suyas del 2 de abril durante la misa celebrada en la capilla de la Domus Sanctae Marthae —donde reside, en el Vaticano—. Cada día, a las 7 de la mañana, ya es costumbre que en esta Eucaristía participe un grupo de empleados del Vaticano y un pequeño número de invitados, y concelebren algunos sacerdotes, obispos o cardenales. Al término de la celebración, el Pontífice se detiene a saludar y conocer a cada uno.
Comentando el episodio del Evangelio del martes de la Octava de Pascua, cuando san Juan refiere la frase de María de Magdala: «¡He visto al Señor!» después de haberle lavado los pies con sus lágrimas y secado con sus cabellos (Jn 20, 11-18), el Papa Francisco recordó que Jesús perdonó los pecados de esta mujer, porque ella «amó mucho». De este modo, volvió a proponer el testimonio de quien era «despreciada por aquellos que se consideraban justos»; sin embargo «no dice “he fracasado”». «Sencillamente llora». «Hay un momento en nuestra vida —explicó el Papa— en el que sólo las lágrimas nos preparan para ver a Jesús. ¿Cuál es el mensaje de esta mujer? «He visto al Señor».
Sobre otra cuestión quiso poner en guardia el Papa Francisco el 3 de abril: los lamentos hacen daño al corazón. No sólo aquellos contra los demás, «sino también aquellos contra nosotros mismos, cuando todo se nos presenta amargo». Centrándose en el el episodio de los discípulos de Emaús (Lc 24, 13-35), habló del desfallecimiento de estos por la muerte del Maestro. En su corazón pensaban: «Nosotros habíamos tenido tanta esperanza, pero todo fracasó»; «pienso muchas veces —reflexionó el Santo Padre— que igualmente nosotros, cuando suceden cosas difíciles, también cuando nos visita la Cruz, corremos este peligro de encerrarnos en los lamentos». Sin embargo, en ese momento el Señor «está cerca de nosotros, pero no le reconocemos. Camina con nosotros, pero no le reconocemos. Incluso nos habla, pero no le oímos». E invitó: «Estemos seguros de que el Señor nunca nos abandona: siempre está con nosotros, también en el momento difícil. Y no busquemos refugio en los lamentos: nos hacen daño al corazón».
Al día siguiente, 4 de abril, exhortó a pedir un don de Dios: la paz. El Papa partió del «estupor» de los discípulos de Emaús ante los milagros de Jesús (Lc 24, 35-48). Se trata de un estupor fruto de la alegría del encuentro con Jesucristo. La paz es como «el último peldaño de esta consolación espiritual, que comienza con el estupor de alegría», sintetizó.
Y es que sólo en el nombre de Jesús está nuestra salvación, insistió el Pontífice en su reflexión del 5 de abril. En la lectura de los Hechos de los Apóstoles (4, 1-12), se recordó a Pedro y Juan que, arrestados por predicar al pueblo la Resurrección del Cristo, fueron llevados ante el Sanedrín. Al preguntarles por qué curaron al hombre tullido junto a la puerta del Templo, Pedro responde: «Ha sido el Nombre de Jesucristo Nazareno». En el nombre de Jesús —repitió el Papa—: «Él es el Salvador; cuando uno dice Jesús es precisamente Él, es decir, el que hace milagros. Y este nombre nos acompaña en el corazón». «No es recurriendo a magos o al tarot como se encuentra la salvación: la salvación está «en el nombre de Jesús. Y debemos dar testimonio de esto. Él es el único Salvador».
Precisamente de la valentía del testimonio de la fe —que no se negocia ni se vende al mejor postor— habló el Papa Francisco en su homilía del sábado 6, constatando que «para encontrar mártires no es necesario ir a las catacumbas o al Coliseo: los mártires están vivos ahora, en muchos países. Los cristianos son perseguidos por la fe. En algunos países no pueden llevar la cruz: son castigados si lo hacen. Hoy, en el siglo XXI, nuestra Iglesia es una Iglesia de mártires». Ante la orden de los sumos sacerdotes y fariseos de no hablar de Jesús (Hch 4, 13-21) —retomó el Santo Padre—, Pedro y Juan «permanecieron firmes en esta fe» diciendo: «Nosotros no podemos callar lo que hemos visto y oído». De hecho, «cuando comenzamos a rebajar la fe, a negociar la fe, un poco vendiéndola al mejor postor, comenzamos el camino de la apostasía, de la no fidelidad al Señor», alertó. «El ejemplo de Pedro y de Juan nos ayuda y da la fuerza». Y ésta es la oración cotidiana que propuso: «Señor, muchas gracias por la fe. Protege mi fe, hazla crecer. Que mi fe sea fuerte, valerosa. Ayúdame en los momentos en que, como Pedro y Juan, debo hacerla pública. Dame valor».
Toda la historia de la fe está hecha de humildad y nos «habla a todos nosotros de humildad», recordó el Pontífice el 8 de abril. De hecho, la humildad es «la regla de oro»: para el cristiano «progresar» quiere decir «abajarse». Y así es también el hecho histórico del nacimiento de Jesús. Cada acontecimiento «parece que Dios hubiera querido que se realizara escondidamente, que no fuera hecho público», que estuviera como «cubierto por la sombra del Espíritu Santo». He aquí por qué —añadió— «todo se hace por el camino de la humildad. Dios, humilde, se abaja: viene a nosotros y se abaja. Y seguirá abajándose hasta la cruz». En el momento de la anunciación —meditó el Papa Francisco— también «María se abaja: no comprende bien, pero es libre: entiende sólo lo esencial. Y dice “sí”. Es humilde» y «entrega su alma a la voluntad de Dios».
En el itinerario de sus homilías, el 9 de abril el Pontífice trató el camino de la mansedumbre evangélica para dar al Espíritu la posibilidad de regenerarnos a una «vida nueva», hecha de unidad y de amor. «En la primera lectura —dijo el Papa Francisco comentando el pasaje de los Hechos de los Apóstoles (4, 31-37) de la liturgia del día— tenemos como un anticipo, un anticipo de aquello que será la “vida nueva”». La multitud de los que se habían convertido en creyentes tenía un solo corazón y una sola alma», «esa unidad, esa unanimidad, esa armonía de los sentimientos en el amor, el amor mutuo». «Pidamos la gracia» —propuso— de «no juzgar a nadie», tratando de «ser caritativos unos con otros», «respetuosos», dejando con mansedumbre «el lugar al otro».
Al comentar la oración colecta de la misa del día 10, el Pontífice puso de relieve lo que se dice al Señor: «Tú en la Pascua has hecho dos cosas: has restablecido al hombre en su dignidad perdida». Y, en consecuencia, le «has dado esperanza». Esta —explicó— «es la salvación. El Señor nos da la dignidad que hemos perdido. Aquella dignidad de hijos restablece la dignidad, y también nos da la esperanza. Una dignidad que sigue adelante, hasta el encuentro definitivo con Él». «Somos dignos, somos mujeres y hombres de esperanza», reafirmó. Hay ocasiones en que nos hacemos la ilusión de «salvarnos con la vanidad, con el orgullo», creyéndonos «poderosos», enmascarando «nuestra pobreza, nuestros pecados con la vanidad, el orgullo»: todas estas cosas se acaban, mientras que la salvación verdadera tiene relación con la dignidad y la esperanza recibidas gracias al amor de Dios —añadió, refiriéndose al Evangelio de Juan (3, 16-21)— que envió a su Hijo para salvarnos.
Y es fundamental ser conscientes de que Dios no puede ser objeto de negociaciones, advirtió el Papa Francisco el 11 de abril; la fe no prevé la posibilidad de ser «tibios», buscando, con «una doble vida», llegar a una componenda con el mundo. Pedro dice ante el Sanedrín: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5, 27-33). ¿Qué significa «obedecer a Dios? —se preguntó el Pontífice—. ¿Significa que nosotros debemos ser como esclavos, todos atados? No, porque precisamente quien obedece a Dios es libre, no es esclavo. Y no es una contradicción». En efecto, «obedecer viene del latín, y significa escuchar, escuchar al otro. Obedecer a Dios es escuchar a Dios, tener el corazón abierto para ir por el camino que Dios nos indica. La obediencia a Dios es escuchar a Dios. Y esto nos hace libres». «En este momento, lo he dicho, tenemos tantas hermanas y tantos hermanos que por obedecer, oír, escuchar lo que Jesús les pide son perseguidos —señaló el Santo Padre—. Recordemos siempre que estos hermanos y hermanas han puesto la carne en el asador y nos dicen con su vida: “Yo quiero obedecer, ir por el camino que Jesús me dice”». «¿Dónde tenemos la ayuda para ir por el camino de la escucha de Jesús? —se preguntó—. En el Espíritu Santo» «que Dios ha dado a quienes le obedecen».
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