PAPA FRANCISCO
MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE
Con mansedumbre y ternura
Martes, 18 de septiembre de 2018
Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 10, viernes 8 de marzo de 2019
La capacidad de Jesús de estar «cerca de la gente», de tener «compasión» con «ternura», de fundar su «autoridad» sobre la «mansedumbre», es la misma que debería tener todo pastor en la Iglesia. En la homilía de la misa celebrada el martes 18 de septiembre en Santa Marta, el Papa Francisco volvió a detenerse en el rol y la identidad del obispo. Lo hizo gracias a una reflexión sobre el Evangelio del día (Lucas, 7, 11-17) que le permitió «contemplar» a Jesús, su estilo, para tomarlo como modelo.
El Señor, de hecho, subrayó inmediatamente el Pontífice, «tenía autoridad». Una característica que emerge de las narraciones evangélicas en las cuales se lee que «la gente le seguía porque hablaba “con autoridad”, pero no con la autoridad con la cual hablaban los doctores de la ley: ellos no tenían autoridad delante del pueblo. Sin embargo, Jesús sí». Ahí está por tanto la pregunta que dirigió toda la meditación: «¿Qué le daba a Jesús autoridad?». ¿Qué le ponía bajo una luz diferente a los ojos del pueblo, dado que, en el fondo, «la doctrina que predicaba era casi la misma que los otros»?
La respuesta se encuentra en otro pasaje del Evangelio en el que el mismo Jesús dice: «Aprended de mí, que soy humilde y manso de corazón». Es esta, según el Papa, la clave para comprender: «ahí, en esa humildad de Jesús se encuentra la explicación de su autoridad». ¿Cuál era el estilo de Jesús? «Él no gritaba, él no decía “yo soy el mesías” o “yo soy el profeta”; no hacía sonar la trompeta cuando sanaba a alguien o predicaba a la gente o hacía un milagro como la multiplicación de los panes. No. Él era humilde. Él actuaba».
Esta humildad, añadió el Pontífice, «se veía en una actitud muy especial: Jesús era cercano a la gente». En esto se distinguía: «Los doctores de la ley se alejaban de la gente, enseñaban desde la cátedra: “Vosotros tenéis que hacer esto, esto otro…” A ellos no les interesaba la gente. A ellos les interesaba, sin embargo, dar a la gente mandamientos que multiplicaban, multiplicaban a más de 300… Pero no eran cercanos a la gente». Sin embargo Jesús «estaba entre la gente, cerca de la gente». Y, se lee en el Evangelio, cuando no estaba con la gente «estaba con el Padre, rezando».
Lo que le dio la «autoridad» que todos le reconocían fue precisamente este comportamiento de Jesús, que pasó la mayor parte del tiempo de su vida pública «en la calle, con la gente»; fueron su «cercanía», su «humildad». El Señor, continuó el Papa, «tocaba a la gente, abrazaba a la gente, miraba a la gente a los ojos, escuchaba a la gente».
Estos rasgos emergen claramente en el pasaje evangélico propuesto por la liturgia del día, en la que se cuenta el episodio de la viuda de Naín. Francisco lo repasó: «Hay una palabra que aparece aquí, en este pasaje, cuando ve el ataúd, la madre viuda, sola, el chico muerto… “Viéndola —a la madre — el Señor sintió gran compasión”». La nota del evangelista es fundamental para entender: «Jesús tenía compasión», tenía «esta capacidad de “sufrir con”. No era teórico, no. Se puede decir —un poco exagerando, pero se puede decir— pensaba con el corazón, no separaba la cabeza del corazón, no, estaba todo ahí». Humilde, cercano a la gente, con compasión: todo esto «le daba autoridad, la autoridad del pastor».
Deteniéndose en tal aspecto, el Pontífice quiso subrayar «dos rasgos de esta compasión»: la «mansedumbre» y la «ternura». Por otro lado, es Jesús mismo quien dice: «Aprended de mí que soy humilde y manso de corazón». El Señor, explicó Francisco, «era manso, no gritaba. No castigaba a la gente. Era manso. Siempre con mansedumbre». No es que no se enfadara: pensemos, añadió Francisco, en lo que vio en el templo, la casa de su Padre se convierte en lugar de «compras, para vender cosas», con los cambia-monedas y todo lo demás: «ahí se enfadó, tomó el látigo y expulsó a todos. Pero porque amaba al Padre, porque era humilde delante del Padre, tenía esta fuerza. Y la gente aplaudía. Pero, fundamentalmente Jesús se caracterizaba por la «mansedumbre: esa humildad que no es agresiva, es mansa».
Está después el otro rasgo, el de la ternura. Emerge claramente del pasaje evangélico. Cuando Jesús vio a la viuda y se acercó a ella y dijo: «No llores». El Papa intentó imaginar la escena con la hipótesis de que el Señor no tuvo una simple actitud de circunstancia: «No. Se acercó, quizá la tocó los hombros, quizá la acarició. “No llores”. Este es Jesús». Y Él, añadió, «hace lo mismo con nosotros, porque está cerca, está en medio de la gente, es pastor».
También la escena sucesiva es indicativa: «Después, se acercó y tocó el ataúd. Los que lo llevaban se detuvieron. Después dijo: “Chico, te digo a ti: ¡levántate!”. El muerto se sentó y empezó a hablar. Hizo el milagro». También aquí emerge la cercanía: Jesús no dijo simplemente «Celebrad, adiós». No, tomó al chico y «lo devolvió a su madre. Un gesto de ternura». Esa misma ternura que se encuentra en el episodio de Jairo: después de haber resucitado a la chica, Jesús se preocupó: «Dadle de comer, tiene hambre». Emerge clara «esa ternura de saber las cosas de la vida».
Este era Jesús: «humilde y manso de corazón, cercano a la gente, con capacidad de padecer, con compasión y con estos rasgos de mansedumbre y de ternura». Y sobre todo, subrayó Francisco, lo que Jesús «hizo con este chico, con la madre viuda, lo hace con todos nosotros, con cada uno de nosotros cuando se acerca a nosotros».
Así, en la vida cotidiana de Jesús, está diseñado el verdadero «icono del pastor». Dijo el Pontífice: «Nosotros pastores debemos aprender así: cercanos a la gente, no a los grupitos de los poderosos, de los ideólogos… Estos nos envenenan el alma de pastor, ¡no nos hacen bien! El pastor debe tener el poder y la autoridad que tenía Jesús, esa de la humildad, esa de la mansedumbre, de la cercanía, de la capacidad de compasión, de la ternura». Actitud que vale también en los momentos de dificultad. De hecho, se preguntó Francisco, «cuando las cosas le van mal a Jesús, ¿qué ha hecho él? Lo mismo. Cuando la gente lo insultaba, ese Viernes santo, y gritaba “crucifícalo”, permanecía callado porque tenía compasión de esa gente engañada por los poderosos del dinero, del poder… Estaba callado. Rezaba». Igualmente, explicó el Papa, «el pastor, en los momentos difíciles, en los momentos en los que se desata el diablo, donde el pastor es acusado, pero acusado por el Gran acusador a través de mucha gente, muchos poderosos, sufre, ofrece la vida y reza». Jesús, de hecho, rezó: «La oración lo llevó también a la cruz, con fortaleza; y también ahí tuvo la capacidad de acercarse y sanar el alma del ladrón arrepentido».
En la conclusión de la homilía, Francisco invitó a rezar por los obispos después de haber releído el pasaje de Lucas: «Tomad el Evangelio y leed, y ved a Jesús, donde está la autoridad de Jesús. Y pedid la gracia de que todos los pastores tengan esta autoridad: una autoridad que es una gracia del Espíritu Santo».
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