LA MISA MATUTINA TRANSMITIDA EN DIRECTO
DESDE LA CAPILLA DE LA CASA SANTA MARTA
HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
"Vivir en casa, pero no sentirse en casa"
Sábado, 14 de marzo de 2020
Introducción a la Misa
Seguimos rezando por los enfermos de esta pandemia. Hoy quisiera pedir una oración especial por las familias, familias que de un día a otro se encuentran con los niños en casa porque las escuelas están cerradas por seguridad y tienen que manejar una situación difícil y hacerlo bien, con paz y también con alegría. De manera especial pienso en las familias con algunas personas con discapacidad. Los centros de atención diurna para personas con discapacidad están cerrados y la persona permanece en la familia. Recemos por las familias, para que no pierdan la paz en este momento y puedan llevar adelante a toda la familia con fortaleza y alegría.
Homilía
Hemos escuchado muchas veces este pasaje del Evangelio (cf. Lc 15,1-3.11-32). Jesús narra esta parábola en un contexto especial: «Acercábanse a él todos los publicanos y los pecadores para oírle. Y murmuraban los fariseos y los escribas, diciendo: “Este acoge a los pecadores y come con ellos” (vv. 1-2). Y Jesús les responde con esta parábola.
¿Qué es lo que dicen? La gente, los pecadores se acercan en silencio, no saben qué decir, pero su presencia dice muchas cosas, querían oír. ¿Qué dicen los doctores de la ley? Critican. “Murmuraban”, dice el Evangelio, tratando de anular la autoridad que Jesús tenía ante la gente. Esta es la gran acusación: “Come con los pecadores, es un impuro”. La parábola es, pues, un poco la explicación de este drama, de este problema. ¿Qué sienten estas personas? La gente siente la necesidad de salvación. La gente no sabe distinguir bien, intelectualmente: “Necesito encontrar a mi Señor, para que me llene”, necesita un guía, un pastor. Y la gente se acerca a Jesús porque ve en Él a un pastor, necesita ser ayudada para caminar en la vida. Siente esta necesidad. Los otros, los doctores tiene un sentimiento de suficiencia: “Nosotros hemos ido a la universidad, he hecho un doctorado, no, dos doctorados. Sé bien, muy bien, lo que dice la ley; de hecho conozco todas, todas, todas las explicaciones, todos los casos, todas las actitudes casuísticas”. Y tienen una actitud de suficiencia y desprecian a la gente, desprecian a los pecadores: el desprecio hacia los pecadores.
En la parábola, lo mismo, ¿qué dicen? El hijo le dice al padre: “Dame el dinero y me iré” (cf. v. 12). El padre da, pero no dice nada, porque es un padre, tal vez habría tenido el recuerdo de alguna travesura que hizo cuando era joven, pero no dice nada. Un padre sabe sufrir en silencio, un padre espera. Deja pasar los malos momentos. A veces, la actitud de un padre es “hacerse el tonto” ante los fracasos de sus hijos. El otro hijo le reprocha al padre: “Has sido injusto”.
¿Qué sienten las personas de la parábola? El muchacho siente el deseo de “comerse el mundo”, de ir más allá, de salir de casa, y quizás la vive como una prisión, y también tiene la suficiencia de decirle a su padre: “Dame lo que me corresponde”. Siente ánimo, fuerza. ¿Qué siente el padre? El padre siente dolor, ternura y mucho amor. Entonces cuando el hijo dice esa otra palabra: «Me levantaré —cuando vuelve en sí—, me levantaré y me iré a mi padre» (v.18), encuentra al padre que lo espera, lo ve de lejos (cf. v.20). Un padre que sabe esperar los tiempos de sus hijos. ¿Qué siente el hijo mayor? Dice el Evangelio: «Se indignó» (v. 28), siente desprecio. Y a veces indignarse es la única manera de sentirse digno de esas personas.
Estas son las cosas que se dicen en este pasaje del Evangelio, y las cosas que se sienten.
¿Pero cuál es el problema? El problema —empecemos por el hijo mayor—, el problema es que estaba en casa, pero nunca se dio cuenta de lo que significaba vivir en casa: cumplía con sus deberes, hacía su trabajo, pero no entendía lo que era una relación de amor con el padre. Este hijo «se indignó y no quiso entrar» (v.28). “¿No es esta acaso mi casa?” — había pensado. Lo mismo que los doctores de la ley. “No hay orden. Vino este pecador y le hicieron una fiesta, ¿y yo qué?”. El padre dice la palabra clara: «Hijo, tú siempre estás conmigo y todas mis cosas son tuyas» (v. 31). Y de esto, el hijo no se había dado cuenta, vivía en casa como en un hotel, sin sentir esa paternidad... ¡Muchos “huéspedes” en la casa de la Iglesia que se creen los amos! Es interesante: el padre no dice una palabra al hijo que vuelve del pecado, solo lo besa, lo abraza y le hace una fiesta (cf. v. 20); a este [al mayor] en cambio tiene que explicárselo, para entrar en su corazón: su corazón estaba “blindado” por sus concepciones de la paternidad, de la filiación, del modo de vivir
Recuerdo que una vez un viejo y sabio sacerdote —un gran confesor, había sido misionero, un hombre que amaba mucho la Iglesia—, hablando de un joven sacerdote que estaba muy seguro de sí mismo, muy creyente, que pensaba que valía, que tenía derechos en la Iglesia, decía: “Ruego que el Señor le ponga una cáscara de plátano y lo haga resbalar, eso le hará bien”. Como si dijera, suena como una blasfemia: “Le hará bien pecar porque necesitará pedir perdón y encontrará al Padre”.
Muchas cosas nos dice esta parábola del Señor que es la respuesta a los que le criticaban porque iba con los pecadores. Pero también muchos hoy en día critican, gente de la Iglesia, critican a los que se acercan a la gente necesitada, a la gente humilde, a la gente que trabaja, incluso a los que trabajan para nosotros. Que el Señor nos dé la gracia de entender cuál es el problema. El problema es vivir en casa pero no sentirse en casa, porque no hay relación de paternidad, de hermandad, sólo existe la relación de compañeros de trabajo.
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