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VISITA A LA PARROQUIA DE SANTA MARÍA JOSEFA DEL CORAZÓN DE JESÚS, EN CASTELVERDE

HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO

Domingo 19 de febrero de 2017

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Hoy hay una mensaje que diría único en las Lecturas. En la primera lectura está la Palabra del Señor que nos dice: «Sed santos, porque yo, Yahveh, vuestro Dios, soy santo» (Levítico 19,2). Dios Padre nos dice esto. Y el Evangelio termina con esa Palabra de Jesús: «Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial» (Mateo 5, 48). Lo mismo. Este es el programa de vida. Sed santos, porque Él es santo; sed perfectos, porque Él es perfecto.

Y vosotros podéis preguntarme: “Pero, padre, ¿cómo es el camino a la santidad, cuál es el camino para ser santos?”. Jesús lo explica bien en el Evangelio: lo explica con cosas concretas.

Antes que nada: «Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo y diente por diente”. Pues yo os digo: no resistáis al mal» (Mateo 5, 38 – 39), es decir nada de venganza. Si yo tengo en el corazón el rencor por algo que alguien me ha hecho y quiero vengarme, esto me aleja del camino hacia la santidad. Nada de venganza. “¡Me la has hecho: me la pagarás!”. ¿Esto es cristiano? No. “Me la pagarás” no entra en el lenguaje de un cristiano. Nada de venganza. Nada de rencor. “¡Pero ese me hace la vida imposible!...”. “¡Esa vecina de allí habla mal de mí todos los días! También yo hablaré mal de ella...”. No. ¿Qué dice el Señor? “Reza por ella” —“¿Pero por esa debo rezar yo?” —“Sí, reza por ella”. Es el camino del perdón, del olvidar las ofensas. ¿Te dan una bofetada en la mejilla derecha? Ponle también la otra. Al mal se vence con el bien, el pecado se vence con esta generosidad, con esta fuerza. El rencor es feo. Todos sabemos que no es algo pequeño. Las grandes guerras, nosotros vemos en los telediarios, en los periódicos, esta masacre de gente, de niños... ¡cuánto odio!, pero es el mismo odio —¡es lo mismo!— que tú tienes en tu corazón por ese, por esa o por aquel pariente tuyo o por tu suegra o por ese otro, lo mismo. Esto es más grande, pero es lo mismo. El rencor, las ganas de vengarme: “¡Me la pagarás!”, esto no es cristiano. “Sed santos como Dios es santo”, “sed perfecto como perfecto es vuestro Padre”, «que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos» (Mateo 5, 45). Es bueno. Dios da sus bienes a todos. “Pero si ese habla mal de mí, si ese me la ha liado gorda, si ese me ha ….”. Perdonar.

En mi corazón. Este es el camino de la santidad; y esto aleja de las guerras. Si todos los hombres y las mujeres del mundo aprendieran esto, no habría guerras, no habría.

La guerra empieza aquí, en la amargura, en el rencor, en las ganas de venganza, de hacerla pagar. Pero eso destruye familias, destruye amistades, destruye barrios, destruye mucho, mucho. “¿Y qué debe hacer, padre, cuanto siento esto?”. Lo dice Jesús, no lo digo yo: «Amad a vuestros enemigos» (Mateo 5, 44). “¿Yo tengo que amar a ese?” —Sí —“No puedo” —Reza para que puedas—. «Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen» (ibid.). “¿Rezar por los que me han hecho mal?” —Sí, para que cambie de vida, para que el Señor lo perdone. Esta es la magnanimidad de Dios, el Dios magnánimo, el Dios del corazón grande, que todo perdona, que es misericordioso. “Es verdad, padre, Dios es misericordioso”. ¿Y tú? ¿Eres misericordioso, eres misericordiosa, con las personas que te han hecho mal? ¿O que no te quieren? Si Él es misericordioso, si Él es santo, si Él es perfecto, nosotros debemos ser misericordiosos, santos y perfectos como Él. Esta es la santidad. Un hombre y una mujer que hacen esto, merecen ser canonizados: se hacen santos. Así de simple es la vida cristiana. Yo os sugiero comenzar por lo poco. Todos tenemos enemigos; todos sabemos que ese o esa habla mal de mí, todos lo sabemos. Y todos sabemos que ese o esa me odia. Todos sabemos. Y comenzamos por lo poco. “Pero yo sé que ese me ha calumniado, ha dicho cosas feas de mí”. Os sugiero: tómate un minuto, dirígete a Dios Padre: “Ese o esa es tu hijo, es tu hija: cambia su corazón. Bendícelo, bendícela”. Esto se llama rezar por los que no nos quieren, por los enemigos. Se puede hacer con sencillez. Quizá el rencor permanece; quizá el rencor permanece en nosotros, pero nosotros estamos haciendo el esfuerzo de ir en el camino de este Dios que es así de bueno, misericordioso, santo y perfecto que hace salir su sol sobre malos y buenos: es para todos, es bueno para todos. Debemos ser bueno con todos. Y rezar por los que no son buenos, por todos.

¿Nosotros rezamos por esos que matan a los niños en la guerra? Es difícil, está muy lejos, pero tenemos que aprender a hacerlo. Para que se conviertan. ¿Nosotros rezamos por esas personas que están más cerca de nosotros y nos odian o nos hacen mal? ¡Eh, padre, es difícil! ¡Yo tendría ganas de apretarles el cuello!” — Reza. Reza para que el Señor cambie sus vidas. La oración es un antídoto contra el odio, contra las guerras, estas guerras que comienzan en casa, que empiezan en el barrio, que empiezan en las familias... Pensad solamente en las guerras en las familias por la herencia: cuántas familias se destruyen, se odian por la herencia. Rezar para que haya paz. Y si yo sé que alguien no me quiere bien, no me quiere, debo rezar especialmente por él. La oración es poderosa, la oración vence al mal, la oración lleva la paz.

El Evangelio, la Palabra de Dios hoy es sencilla. Este consejo: «Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo”. Y después: «sed perfectos como perfecto es vuestro Padre». Y por eso, pedir la gracia de no permanecer en el rencor, la gracia de rezar por los enemigos, de rezar por la gente que no nos quiere, la gracia de la paz.

Os pido, por favor, haced esta experiencia: todos los días una oración. “Ah, este no me quiere, pero, Señor, te pido...”. Uno al día. Así se vence, así iremos en este camino de la santidad y de la perfección.

Así sea.

 



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