MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PADRES PASIONISTAS EN EL TERCER CENTENARIO DE LA
CONGREGACIÓN DE LA PASIÓN DE JESUCRISTO
Al Reverendo Padre Joachim REGO C.P.
Superior General
Congregación de la Pasión de Jesucristo (Pasionistas)
Las celebraciones jubilares del tercer centenario de vuestra congregación me ofrecen la ocasión de unirme espiritualmente a vuestra alegría por el don de la vocación recibida para vivir y proclamar la memoria de la Pasión de Cristo, haciendo del misterio pascual el centro de vuestra vida (cf. Constituciones 64). Este carisma vuestro, como todos los carismas de la vida consagrada, es una irradiación del amor salvífico que brota del misterio trinitario, se revela en el amor al Crucificado (cf. Exhort. ap. Vita consecrata 17-19. 23), se derrama sobre una persona elegida por la Providencia y se extiende en una comunidad determinada, para implantarse en la Iglesia en respuesta a necesidades particulares de la historia. Para que el carisma perdure en el tiempo, es necesario hacer que se adapte a las nuevas exigencias, manteniendo viva la fuerza creadora de los comienzos.
Esta importante conmemoración del centenario representa una oportunidad providencial para emprender nuevos objetivos apostólicos, sin ceder a la tentación de "dejar las cosas como están". (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 25). El contacto con la Palabra de Dios en la oración y la lectura de los signos de los tiempos en los acontecimientos cotidianos os hará capaces de percibir el soplo creativo del Espíritu que alienta en el tiempo, señalando las respuestas a las expectativas de la humanidad. No se le escapa a nadie que vivimos hoy en un mundo donde nada es como antes. La humanidad se encuentra en la espiral de cambios que ponen en tela de juicio no sólo el valor de las corrientes culturales que la han enriquecido hasta ahora, sino incluso la íntima constitución de su ser. La naturaleza y el cosmos, sometidos al dolor y a la caducidad por la manipulación humana (cf. Rom 8,20), adquieren preocupantes rasgos degenerativos. A vosotros también se os pide que identifiquéis nuevos estilos de vida y nuevas formas de lenguaje para proclamar el amor del Crucificado, dando así testimonio del corazón de vuestra identidad.
A este respecto, he sabido que vuestras recientes reflexiones durante el Capítulo os han llevado al compromiso de renovar vuestra misión, centrándoos en tres caminos: la gratitud, la profecía y la esperanza. La gratitud es la experiencia que vive el pasado con la actitud del Magnificat y camina hacia el futuro con una actitud eucarística. Vuestra gratitud es el fruto de la memoria passionis. Quien se sumerge en la contemplación y está comprometido en el anuncio del amor que se entrega por nosotros en la Cruz, se convierte en su prolongación en la historia, y su vida se realiza y es feliz. La profecía es pensar y hablar en el Espíritu. Esto es posible para aquellos que viven la oración como el aliento del alma, y pueden captar los gestos del Espíritu en lo profundo de los corazones y en toda la creación. Entonces la palabra anunciada siempre se adapta a las necesidades del presente. Que la memoria passionis os haga profetas del amor del Crucificado en un mundo que está perdiendo el sentido del amor. La esperanza es ver en la semilla que muere la espiga que rinde el treinta, el sesenta, el cien por ciento. Se trata de percibir que en vuestras comunidades religiosas y parroquiales, cada vez más menguadas, continúa la acción generadora del Espíritu, que nos hace estar seguros de la misericordia del Padre que no nos abandona. La esperanza es regocijarse por lo que hay, en lugar de quejarse por lo que falta. En cualquier caso, no os dejéis "robar la alegría de la evangelización" (Exhort. ap. Evangelii gaudium 83).
Espero que los miembros de vuestro Instituto se sientan "marcados a fuego" (ibíd., 273) por la misión enraizada en la memoria passionis. Vuestro fundador, San Pablo de la Cruz, define la Pasión de Jesús como "la obra más grande y más bella del amor de Dios" (Cartas II, 499). Sentía que dicho amor ardía y quería incendiar el mundo con su actividad misionera personal y la de sus compañeros. Es muy importante recordar que “la misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo. Cuando nos detenemos ante Jesús crucificado, reconocemos todo su amor que nos dignifica y nos sostiene, pero allí mismo, si no somos ciegos, empezamos a percibir que esa mirada de Jesús se amplía y se dirige llena de cariño y de ardor hacia todo su pueblo. Así redescubrimos que Él nos quiere tomar como instrumentos para llegar cada vez más cerca de su pueblo amado. Nos toma de en medio del pueblo y nos envía al pueblo, de tal modo que nuestra identidad no se entiende sin esta pertenencia" (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 268).
Mientras que como Cabeza nuestro Salvador ha resucitado y ya no muere, en su cuerpo —que místicamente es la Iglesia pero misteriosamente es también cada ser humano con el que se ha unido de alguna manera en la Encarnación (cf. Const. past. Gaudium et Spes, 22)— todavía sufre y muere. No os canséis de acentuar vuestro compromiso con las necesidades de la humanidad. Que esta preocupación misionera se dirija sobre todo a los crucificados de nuestro tiempo: los pobres, los débiles, los oprimidos y los descartados por las múltiples formas de injusticia. La realización de esta tarea requerirá por vuestra parte un sincero esfuerzo de renovación interior que proviene de la relación personal con el Crucificado-Resucitado. Sólo quien es crucificado por el amor, como lo fue Jesús en la Cruz, es capaz de socorrer a los crucificados de la historia con palabras y acciones eficaces. No es posible, en efecto, convencer a los demás del amor de Dios sólo a través de un anuncio verbal e informativo. Se necesitan gestos concretos que hagan experimentar ese amor en nuestro mismo amor que se entrega compartiendo las situaciones crucificadas, incluso gastando nuestra vida hasta el final, aunque quede claro que entre el anuncio y su aceptación en la fe corre la acción del Espíritu Santo.
La Madre del Crucificado-Resucitado, figura de la Iglesia, Virgen que escucha, reza, ofrece y genera vida, es la memoria permanente de Jesús, especialmente de su Pasión. Os encomiendo a ella e invocando la intercesión de vuestro fundador, San Pablo de la Cruz, y de los santos y beatos pasionistas, imparto de corazón la Bendición Apostólica a toda la familia pasionista y a todos los que participarán en las diversas celebraciones de vuestro solemne Jubileo.
Roma, San Juan de Letrán, 15 de octubre de 2020
Francisco
Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 19 de noviembre de 2020.
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