MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO,
FIRMADO POR EL CARDENAL SECRETARIO DE ESTADO PIETRO PAROLIN,
CON OCASIÓN DEL XLIII MEETING PARA LA AMISTAD ENTRE LOS PUEBLOS
[RÍMINI, 20-25 DE AGOSTO DE 2022]
A Su Excelencia Reverendísima
Monseñor Francesco Lambiasi
Obispo de Rímini
Excelencia Reverendísima:
El Santo Padre os saluda cordialmente y os confía, a través de mí, este mensaje para el próximo Encuentro de Amistad entre los Pueblos, titulado “Pasión por el hombre”. En el centenario del nacimiento del Siervo de Dios Monseñor Luigi Giussani, los organizadores pretenden recordar con gratitud su celo apostólico, que le llevó a encontrarse con tantas personas y a llevar la Buena Noticia de Jesucristo a cada una de ellas. De hecho, dijo en su discurso en el Encuentro de 1985: “El cristianismo no nació para fundar una religión, nació como una pasión por el hombre. [...] Amor al hombre, veneración al hombre, ternura al hombre, pasión al hombre, estima absoluta al hombre”.
A veces parece que la historia ha dado la espalda a esta mirada de Cristo sobre el hombre. El Papa Francisco lo ha subrayado en muchas ocasiones: “La fragilidad de los tiempos que vivimos es también esto: creer que no hay posibilidad de redención, una mano que te levanta, un abrazo que te salva, te perdona, te levanta, te inunda de un amor infinito, paciente, que perdona; te vuelve a poner en el camino” (El nombre de Dios es misericordia. Una conversación con Andrea Tornielli , Ciudad del Vaticano-Milán 2016, 31). Este es el aspecto más doloroso de la experiencia de tantos que experimentaron la soledad durante la pandemia o que tuvieron que abandonarlo todo para escapar de la violencia de la guerra. Aquí, pues, la parábola del buen samaritano es hoy más que nunca una palabra clave, porque es evidente cómo “los hombres, en lo más íntimo de su ser, esperan que el samaritano acuda en su ayuda, que se incline sobre ellos, que vierta aceite sobre sus heridas, que los atienda y les dé cobijo. En definitiva, saben que necesitan la misericordia de Dios y su mansedumbre [...], un amor salvador que se da gratuitamente” (Entrevista a S.S. el Papa emérito Benedicto XVI, en Per mezzo della fede, editado por Daniele Libanori, Cinisello Balsamo 2016, 129).
El Evangelio señala al Buen Samaritano como modelo de pasión incondicional por cada hermano que se encuentra en el camino; y por eso tiene una profunda asonancia con el tema del Encuentro: “Cuidemos la fragilidad de cada hombre, de cada mujer, de cada niño y de cada anciano, con esa actitud solidaria y atenta, la actitud de proximidad del buen samaritano” (Enc. Fratelli tutti, 79).
No se trata de generosidad, que unos tienen más y otros menos. Aquí Jesús quiere ponernos frente a la raíz profunda del gesto del buen samaritano. El Papa Francisco lo describe así: “Para los cristianos, las palabras de Jesús tienen también otra dimensión trascendente; implican reconocer al mismo Cristo en cada hermano abandonado o excluido (cf. Mt 25,40.45). En realidad, la fe colma de motivaciones inauditas el reconocimiento del otro, porque quien cree puede llegar a reconocer que Dios ama a cada ser humano con un amor infinito y que «con ello le confiere una dignidad infinita. A esto se agrega que creemos que Cristo derramó su sangre por todos y cada uno, por lo cual nadie queda fuera de su amor universal (ibíd., 85).
Este misterio no deja de asombrarnos, como atestiguó el propio don Giussani en presencia de san Juan Pablo II el 30 de mayo de 1998: “¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el hijo del hombre para que te preocupes por él? Ninguna pregunta me ha asaltado en la vida como ésta. Sólo había un Hombre en el mundo que podía responderme, haciendo una nueva pregunta: ‘¿Qué ventaja tendrá el hombre si gana el mundo entero y luego se pierde a sí mismo? ¿O qué podrá dar el hombre a cambio de sí mismo?’ [...] Sólo Cristo toma en serio mi humanidad” (Generar huellas en la historia del mundo , Milán 2019, 78).
Es esta pasión de Cristo por el destino de cada criatura la que debe animar la mirada del creyente hacia todos: un amor gratuito, sin medida y sin cálculo. Pero —nos preguntamos— ¿no podría parecer una intención piadosa, comparada con lo que vemos que ocurre en el mundo actual? En el choque de todos contra todos, donde el egoísmo y los intereses creados parecen dictar la agenda en la vida de los individuos y las naciones, ¿cómo es posible mirar a los que nos rodean como un activo que debe ser respetado, apreciado y cuidado? ¿Cómo es posible salvar la distancia que nos separa? La pandemia y la guerra parecen haber ampliado el abismo, retrasando el camino hacia una humanidad más unida y solidaria.
Pero sabemos que el camino de la fraternidad no se dibuja sobre las nubes: atraviesa los numerosos desiertos espirituales presentes en nuestras sociedades. “En el desierto —dijo el Papa Benedicto XVI — se redescubre el valor de lo esencial para vivir; así, en el mundo contemporáneo hay innumerables signos, a menudo expresados de forma implícita o negativa, de la sed de Dios, del sentido último de la vida. Y en el desierto se necesitan sobre todo personas de fe que, con su propia vida, muestren el camino hacia la Tierra Prometida y mantengan así viva la esperanza” (Homilía en la Misa de apertura del Año de la Fe, 11 de octubre de 2012). El Papa Francisco no se cansa de señalar el camino del desierto aportando vida: “Nuestro compromiso no consiste exclusivamente en acciones o en programas de promoción y asistencia; lo que el Espíritu moviliza no es un desborde activista, sino ante todo una atención puesta en el otro considerándolo como uno consigo. Esta atención amante es el inicio de una verdadera preocupación por su persona, a partir de la cual deseo buscar efectivamente su bien (Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, 199).
Recuperar esta conciencia es decisivo. Una persona no puede hacer el viaje de autodescubrimiento sola, el encuentro con el otro es esencial. En este sentido, el Buen Samaritano nos muestra que nuestra existencia está íntimamente ligada a la de los demás y que la relación con el otro es una condición para llegar a ser plenamente nosotros mismos y dar fruto. Al darnos la vida, Dios se ha entregado de alguna manera a sí mismo para que nosotros, a su vez, nos demos a los demás: “Un ser humano está hecho de tal manera que no se realiza, no se desarrolla ni puede encontrar su plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás” (Enc. Fratelli tutti, 87). Don Giussani añadió que la caridad es un don “conmovido” de sí mismo. En efecto, es conmovedor pensar que Dios, el Todopoderoso, se inclinó sobre nuestra nada, se apiadó de nosotros y nos amó uno a uno con un amor eterno.
¿Cuál es el fruto de los que, imitando a Jesús, hacen un don de sí mismos? “La amistad social que no excluye a nadie y la fraternidad abierta a todos” (ibíd., 94). Un abrazo que derriba muros y sale al encuentro del otro en el conocimiento del valor de cada persona concreta, en cualquier situación en la que se encuentre. Un amor al otro por lo que es: una criatura de Dios, hecha a su imagen y semejanza, dotada por tanto de una dignidad intangible, de la que nadie puede disponer o, peor aún, abusar.
Es esta amistad social la que, como creyentes, estamos invitados a alimentar con nuestro testimonio: “La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo” (Evangelii gaudium, 24). Cuánta necesidad tienen los hombres y mujeres de nuestro tiempo de encontrarse con personas que no den lecciones desde el balcón, sino que salgan a la calle a compartir el trabajo diario de la vida, sostenidos por una esperanza fiable.
El Papa Francisco insiste en llamar a los cristianos a esta tarea histórica, por el bien de todos, con la certeza de que la fuente de la dignidad de todo ser humano y la posibilidad de la fraternidad universal es el Evangelio de Jesús encarnado en la vida de la comunidad cristiana: “Si la música del Evangelio deja de vibrar en nuestros corazones, habremos perdido la alegría que brota de la compasión, la ternura que nace de la confianza, la capacidad de reconciliación que encuentra su fuente en saber perdonarse siempre unos a otros. Si la música del Evangelio deja de sonar en nuestros hogares, en nuestras plazas, en nuestros lugares de trabajo, en la política y en la economía, habremos apagado la melodía que nos provocó a luchar por la dignidad de todo hombre y mujer” (Discurso en el Encuentro Ecuménico, Riga - Letonia, 24 de septiembre de 2018).
El Santo Padre espera que los organizadores y los participantes del Encuentro 2022 acojan este llamamiento con un corazón alegre y dispuesto a seguir colaborando con la Iglesia universal en el camino de la amistad entre los pueblos, expandiendo en el mundo la pasión por el hombre. Y mientras confío esta intención a la intercesión de María Santísima, envío cordialmente la Bendición Apostólica.
Formulando mi deseo personal de una Reunión que satisfaga plenamente las expectativas, me confirmo con sentidos de distinguida reverencia
de su Excelencia Reverendísima
devotísimo
Pietro Card. Parolin
Secretario de Estado
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