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VIDEOMENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
CON OCASIÓN DEL 53° CONGRESO EUCARÍSTICO INTERNACIONAL (IEC2024)

[Quito (Ecuador), 8-15 de septiembre de 2024]

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Queridos hermanos y hermanas:

Me alegra poder participar, aunque sea desde la distancia, en este Congreso Eucarístico Internacional que se celebra en la ciudad de San Francisco de Quito, bajo el hermoso lema: «Fraternidad para sanar el mundo».

Las lecciones que podemos acoger de la Santísima Eucaristía siempre nos sorprenden. Podríamos decir con el salmo “las doy por terminadas y aún me quedas Tú, Señor”, que estás silenciosamente presente en el Sagrario (cf. Salmo 138,18). Entre estas enseñanzas ustedes han querido escoger la de la fraternidad, como condición esencial para un mundo nuevo, un mundo más justo, un mundo más humano.

Ya los primeros Padres de la Iglesia nos decían que el signo del pan enardece en el Pueblo de Dios el deseo de fraternidad, pues del mismo modo que no se puede elaborar el pan con un único grano, también nosotros debemos caminar juntos, pues «siendo muchos, somos un único cuerpo, un único pan» (S. Agustín, Sermón 227). Es así como crecemos como hermanos, es así como crecemos como Iglesia, unidos por el agua del bautismo y acrisolados por el fuego del Espíritu Santo (cf. ibíd.). Una fraternidad honda, que nace de la unión con Dios, que nace de dejarnos moler, como el trigo, para poder llegar a ser pan, cuerpo de Cristo, participando de este modo plenamente de la Eucaristía y de la asamblea de los santos (cf. S. Ignacio de Antioquía, Ad Romanos 4,1).

Esta fraternidad debe ser además, proactiva. Un ejemplo de ello, que me viene a la mente ahora, es un pensamiento de una religiosa alemana muerta en el campo de concentración de Auschwitz, Ángela Autsch. Antes incluso de ser detenida, siendo ya evidente el mal que se cernía en el mundo, ella invitaba a sus pequeños sobrinos, que se acercaban por primera vez a la Sagrada Comunión, invitaba a sus parientes algo alejados e invitaba también a aquellos que permanecían devotos, a rebelarse contra ese mal con gestos sencillos y, en ciertos ambientes, peligrosos, a acercarse lo más posible al Sacramento del altar, a rebelarse comulgando.

Para ella incitar a la comunión frecuente, sobre todo en el ámbito de la oración por el Papa y la Iglesia que en ese momento estaba perseguida, era encontrar en la Eucaristía un vínculo que refuerza el vigor de la Iglesia misma, vínculo que refuerza ese vigor entre sus miembros y con Dios, y para ella era “organizar” el entramado de una resistencia que el enemigo no puede desbaratar, porque no responde a un designio humano. Estos gestos sencillos son los que nos hacen más conscientes de que si un miembro sufre, todo el cuerpo sufre con él, son ellos los que nos ayudan a hacernos cirineos de Cristo, que tomó sobre sí el peso del dolor del mundo para sanar el mundo.

Hermanas, hermanos aprendamos esta lección, recobremos esta fraternidad radical con Dios y entre los hombres. Somos uno, en el único Señor de nuestra vida; somos uno de una forma que no somos capaces de entender plenamente, pero lo que sí entendemos es que sólo en esa unidad podemos servir al mundo y sanarlo.

Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa de El Quinche los cubra con su manto. Muchas gracias.



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