DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS SEDIARIOS PONTIFICIOS CON SUS FAMILIARES
Sala del Consistorio
Viernes 10 de enero de 2014
Estoy contento y alegre de acogeros para este intercambio de felicitaciones junto con vuestras familias. Estamos al inicio de un nuevo año y vivimos aún el tiempo litúrgico de Navidad, que concluirá el domingo próximo con la celebración del Bautismo del Señor. El misterio del nacimiento de Jesús nos llama a testimoniar en nuestra vida la humildad, la sencillez y el espíritu de servicio que Él nos enseñó. También en vuestro trabajo cotidiano tenéis la posibilidad de imitar estas características del Hijo de Dios, que «no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos» (Mt 20, 28). Vivido con esta actitud interior, el trabajo puede llegar a ser apostolado, una valiosa ocasión para transmitir a quienes encontráis la alegría de ser cristianos. Esto es posible si mantenemos vivo el diálogo con el Señor en la oración, para crecer en su amistad y aprender de Él la disponibilidad y la acogida.
En estos meses me he dado cuenta de los ideales que animan vuestro trabajo. El amor a la Iglesia y a la Santa Sede, la cordialidad acogedora, la paciencia, la calma y la serenidad del comportamiento constituyen una buena tarjeta de visita para quienes acceden al palacio apostólico para encontrar al Papa. Por todo esto os doy las gracias cordialmente —¡de verdad os agradezco cordialmente!— y me siento en deuda con vosotros. Agradezco también la ternura con la que tomáis a los niños al acercármelos en las audiencias públicas. He preguntado a uno de vosotros: «pero ¿cuántos hijos tienes? Porque los sabes sostener, ¡se ve!».
Os renuevo mis deseos de paz y de todo bien; os aseguro mi oración por vosotros, y cuento también con las vuestras. Gracias.
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