DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LA CONFEDERACIÓN NACIONAL DE LAS MISERICORDIAS DE ITALIA
EN EL ANIVERSARIO DE LA AUDIENCIA DEL 14 DE JUNIO DE 1986
CON EL PAPA JUAN PABLO II
Plaza de San Pedro
Sábado 14 de junio de 2014
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Os dirijo mi saludo a todos vosotros, que formáis parte de las «Misericordias» de Italia y de los grupos «Fratres», y también a vuestros familiares y a las personas asistidas que han podido unirse a vuestra peregrinación. Saludo a monseñor Franco Agostinelli, obispo de Prato y vuestro corrector general, y al presidente nacional de vuestra confederación, señor Roberto Trucchi, agradeciéndoles las palabras con las que han introducido este encuentro. A todos os manifiesto mi aprecio por la importante obra que realizáis en favor del prójimo que sufre.
Las «Misericordias», antigua expresión del laicado católico y bien arraigadas en el territorio italiano, están comprometidas a testimoniar el evangelio de la caridad entre los enfermos, los ancianos, los discapacitados, los menores, los inmigrantes y los pobres. Todo vuestro servicio cobra sentido y forma de esta palabra: «misericordia», palabra latina cuyo significado etimológico es «miseris cor dare», «dar el corazón a los míseros», a los que tienen necesidad, a los que sufren.
Es lo que ha hecho Jesús: ha abierto de par en par su Corazón a la miseria del hombre. El Evangelio es rico en episodios que presentan la misericordia de Jesús, la gratuidad de su amor a los que sufren y a los débiles. A través de los relatos evangélicos podemos captar la cercanía, la bondad, la ternura con que Jesús se acercaba a las personas que sufrían y las consolaba, las aliviaba y, a menudo, las curaba. Siguiendo el ejemplo de nuestro Maestro, también nosotros estamos llamados a acercarnos, a compartir la condición de las personas que encontramos. Es necesario que nuestras palabras, nuestros gestos y nuestras actitudes expresen la solidaridad, la voluntad de no permanecer indiferentes al dolor de los demás, y esto con calor fraterno y sin caer en ninguna forma de paternalismo.
Tenemos a disposición muchas informaciones y estadísticas sobre la pobreza y las tribulaciones humanas. Existe el riesgo de ser espectadores informadísimos y desencarnados de estas realidades, o de pronunciar hermosos discursos que se concluyen con soluciones verbales y desinterés por los problemas reales. Demasiadas palabras, demasiadas palabras, demasiadas palabras, pero no se hace nada. Este es un riesgo. No es el vuestro; vosotros trabajáis, trabajáis bien, bien. Pero existe el riesgo… Cuando oigo algunas conversaciones entre personas que conocen las estadísticas: ¡Qué barbaridad, padre! ¡Qué barbaridad, qué barbaridad!». «Pero, ¿qué haces tú contra esta barbaridad?». Nada, hablo. Y esto no resuelve nada. ¡Hemos oído tantas palabras! Lo que hace falta es actuar, vuestra obra, el testimonio cristiano, ir a los que sufren, acercarse como hizo Jesús. Imitemos a Jesús: va por los caminos y no ha planificado ni a los pobres ni a los enfermos, ni a los inválidos que encuentra a lo largo del camino; pero se detiene ante el primero que encuentra, y se transforma en presencia que socorre, signo de la cercanía de Dios que es bondad, providencia y amor.
La actividad de vuestras asociaciones se inspira en las siete obras de misericordia corporal, que me agrada recordar, porque hará bien oírlas una vez más: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, visitar al enfermo, visitar a los presos y enterrar a los muertos. Os animo a llevar adelante con alegría vuestra acción y a modelarla conforme a la de Cristo, dejando que todos los que sufren puedan encontraros y contar con vosotros en el momento de necesidad.
Queridos hermanos y hermanas, ¡gracias! Gracias una vez más a todos vosotros por lo que hacéis. ¡Gracias! Que las «Misericordias» y los grupos «Fratres» sigan siendo lugares de acogida y gratuidad, en el signo del auténtico amor misericordioso a toda persona. Que el Señor os bendiga y la Virgen os proteja. ¡Gracias!
Y por favor, no os olvidéis de rezar por mí. También yo lo necesito. ¡Gracias!
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