DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A UNA DELEGACIÓN DEL PATRIARCADO ECUMÉNICO DE CONSTANTINPLA
Sábado 28 de junio de 2014
Eminencia, queridos hermanos en Cristo:
La solemnidad de los santos patronos de la Iglesia de Roma, los apóstoles Pedro y Pablo, me da nuevamente la alegría de encontrarme con una delegación de la Iglesia hermana de Constantinopla. Mientras os acojo con una calurosa bienvenida, expreso mi agradecimiento al patriarca ecuménico, Su Santidad Bartolomé I, y al santo Sínodo, por haberos enviado a compartir con nosotros la alegría de esta fiesta.
En mi mente y en mi corazón está vivo el recuerdo de los encuentros que tuve recientemente con el amado hermano Bartolomé. Durante nuestra peregrinación común a la tierra de Jesús, pudimos revivir la gracia del abrazo que tuvo lugar hace cincuenta años, en la ciudad santa de Jerusalén, entre nuestros venerados predecesores Atenágoras I y Pablo VI. Aquel gesto profético dio un impulso decisivo a un camino que, gracias al Señor, ya no se ha detenido. Considero un don especial del Señor haber podido venerar juntos aquellos lugares santísimos, unirnos en oración en el lugar del sepulcro de Cristo, allí donde podemos palpar el fundamento de nuestra esperanza. La alegría del encuentro se renovó luego cuando concluimos juntos idealmente la peregrinación elevando aquí, ante la tumba del apóstol Pedro, una ferviente invocación a Dios por el don de la paz en Tierra Santa, junto con los presidentes israelí y palestino. El Señor nos dio esas ocasiones de encuentro fraterno, en las que tuvimos la posibilidad de manifestar uno al otro el amor en Cristo que nos une, y renovar la voluntad común de seguir caminando juntos por el camino hacia la unidad plena.
Sabemos bien que esta unidad es un don de Dios, un don en el que el Altísimo nos concede ya desde ahora la gracia de beber de él, cada vez que por la fuerza del Espíritu Santo logramos mirarnos los unos a los otros con los ojos de la fe, en reconocernos por lo que somos en el plan de Dios, en el designio de su voluntad eterna, y no por lo que las consecuencias históricas de nuestros pecados nos han llevado a ser. Si, guiados por el Espíritu, aprendemos a mirarnos siempre los unos a los otros en Dios, será aún más fácil nuestro camino y más ágil la colaboración en muchos ámbitos de la vida cotidiana que ya ahora felizmente nos une.
Esta mirada teologal se nutre de fe, de esperanza, de amor. Esa mirada es capaz de generar una reflexión teológica auténtica, que es en realidad verdadera scientia Dei, participación en la mirada que Dios tiene de sí mismo y de nosotros. Una reflexión que no podrá dejar de acercarnos los unos a otros en el camino de la unidad, incluso si partimos desde perspectivas diversas. Por lo tanto, confío y rezo para que el trabajo de la Comisión mixta internacional sea expresión de esta compresión profunda, de esta teología «hecha de rodillas». La reflexión sobre los conceptos de primado y sinodalidad, sobre la comunión en la Iglesia universal, sobre el ministerio del obispo de Roma, no será entonces un ejercicio académico ni una simple disputa entre posiciones inconciliables. Todos tenemos necesidad de abrirnos con valentía y confianza a la acción del Espíritu Santo, dejarnos implicar por la mirada de Cristo sobre la Iglesia, su Esposa, en el camino de este ecumenismo espiritual fortalecido por el martirio de tantos hermanos nuestros que, confesando a Jesucristo el Señor, realizaron el ecumenismo de la sangre.
Queridos miembros de la delegación: Con sentimientos de sincero respeto, de amistad y de amor en Cristo renuevo mi profunda gratitud por vuestra presencia aquí con nosotros. Os pido que transmitáis mi saludo al venerado hermano Bartolomé y que sigáis rezando por mí y por el ministerio que se me ha encomendado. Que por intercesión de María santísima, la Madre de Dios, de san Pedro y san Pablo, los corifeos de los apóstoles, y de san Andrés, el primero de los llamados, Dios omnipotente nos bendiga y nos colme de toda gracia. Amén.
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