DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE COSTA DE MARFIL
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"
Jueves 18 de septiembre de 2014
Queridos hermanos obispos:
Me alegra mucho encontrarme con vosotros, con ocasión de vuestra visita ad limina. Saludo fraternalmente al cardenal Jean-Pierre Kutwa y a cada uno de vosotros, y agradezco a monseñor Alexis Touabli Youlo, presidente de vuestra Conferencia episcopal, las palabras que acaba de dirigirme. También quiero recordar al cardenal Bernard Agré, a quien hace poco el Padre llamó a sí. Deseo que encontréis en los santos Pedro y Pablo la ayuda que necesitáis para ejercer vuestro ministerio pastoral, ya sea mediante el ejemplo de amor ardiente a Cristo que dan, ya sea a través de su poderosa intercesión ante Dios.
La peregrinación a las tumbas de los Apóstoles es siempre una hermosa ocasión para fortalecer los vínculos de comunión con el Sucesor de Pedro y con todo el Colegio episcopal. Esta unidad es indispensable para la misión de la Iglesia: «Para que todos sean uno…, para que el mundo crea» (Jn 17, 21), nos dice Jesús. Del mismo modo, la comunión fraterna que reúne a los obispos de una misma nación en torno a Cristo es indispensable para el crecimiento de la Iglesia, así como para el progreso de toda la sociedad. Esto es mucho más evidente en un país que sufrió graves divisiones y que necesita vuestro testimonio y vuestro compromiso decidido para reconstruir la fraternidad. «¡No nos dejemos robar el ideal del amor fraterno!» (Evangelii gaudium, 101). Comportándoos verdaderamente como hermanos entre vosotros, abiertos al diálogo con confianza recíproca, a la escucha de todos —incluso en la diversidad y en la contradicción— y dejando a cada uno su lugar, en particular a los más jóvenes entre vosotros, daréis un nuevo impulso evangelizador y transformaréis realmente la sociedad, para que sea más conforme al ideal evangélico. Me alegra mucho saber que ya estáis comprometidos resueltamente en este camino, y os aliento de todo corazón.
Por tanto, no puedo dejar de invitaros a desempeñar plenamente el papel que os corresponde en la obra de reconciliación nacional, rechazando cualquier implicación personal en las disputas políticas, en detrimento del bien común. Pero es importante que mantengáis relaciones constructivas con las autoridades de vuestro país, así como con los diversos componentes de la sociedad, de modo que se difunda un verdadero espíritu evangélico de diálogo y de colaboración. El papel de la Iglesia —que es apreciada y escuchada— puede ser determinante. Quiero recordar aquí a monseñor Ambrose Madtha, celoso nuncio apostólico, que se esmeró mucho por la reconciliación de la sociedad marfileña. Con ese mismo espíritu, os animo a proseguir el diálogo con los musulmanes para desalentar cualquier corriente violenta y cualquier interpretación religiosa errada del conflicto que vivisteis.
Naturalmente, no estáis solos en la inmensa tarea de evangelización y de conversión de los corazones que se abre ante vosotros, sino que os ayuda un clero generoso y motivado, cuyo número está en continuo aumento. Os pido que transmitáis a los sacerdotes de vuestras diócesis todo mi afecto. Trabajan valientemente en el campo del Señor, a menudo en condiciones muy difíciles. Para prevenir las dificultades y las carencias que algunos de ellos experimentan, los instrumentos mejores son ciertamente la cualidad de su formación, inicial y permanente, el aliento de una fraternidad sacerdotal que trascienda las diferencias étnicas y, sobre todo, la cercanía y la atención que como padres amorosos y atentos debéis prestar a cada uno de ellos. Para despertar el celo pastoral recurrid —si os es posible— más a la dulzura, a la persuasión y al aliento que a sanciones apresuradas y severas. Os invito a visitar con frecuencia a vuestros sacerdotes para escucharlos, a fin de conocerlos cada vez mejor. Al formar un presbyterium fraterno y unido en torno al obispo, los sacerdotes se sentirán ligados a su diócesis e impulsados a servirla de modo prioritario, mientras que muchos están tentados de partir hacia lugares recónditos, en detrimento del pueblo de Dios que tiene necesidad de su ministerio.
Por lo demás, no solo los sacerdotes se benefician de la presencia asidua del obispo en su diócesis, sino también las comunidades cristianas en todos sus componentes; tienen necesidad de ser apoyadas y de tener un vínculo personal y regular con el obispo. También pienso en los Institutos religiosos, a los que debéis dedicar atención. Son «una ayuda necesaria y preciosa para la actividad pastoral, pero también una manifestación de la naturaleza íntima de la vocación cristiana» (Africae munus, 118). Hay que dar sinceramente las gracias a los religiosos y a las religiosas por el considerable trabajo que realizan, junto con los laicos, en los ámbitos de la enseñanza, de la salud y del desarrollo. Todos aprecian su trabajo; además, es absolutamente insustituible, puesto que existe una íntima relación entre evangelización y promoción humana (cf. Evangelii gaudium, 178). Os invito a hacer todo lo posible para favorecer el establecimiento de relaciones constructivas y para resolver las incomprensiones, a fin de que los religiosos y las religiosas trabajen en armonía con los demás agentes de pastoral. Por otra parte, muchas comunidades y asociaciones nuevas que se están formando tienen necesidad de vuestro discernimiento atento y prudente —pero ya lo hacéis— para garantizar una sólida formación a sus miembros y acompañar los cambios que están llamados a vivir.
Estáis llamados a manifestar vuestra cercanía pastoral a todos los fieles laicos, en especial a las familias. Estas últimas se han debilitado mucho hoy día ya sea por el proceso de secularización que afecta a la sociedad marfileña, ya sea por los movimientos de poblaciones y las divisiones provocadas por los conflictos, y también por las propuestas, menos exigentes en el plano moral, que surgen de todas partes. Os animo a perseverar en los programas de formación para el matrimonio que muchos de vosotros ya han comenzado, sin olvidar el compromiso indispensable con los jóvenes, con vistas a su educación espiritual y afectiva. En fin, que las personas ancianas no estén ausentes de vuestras preocupaciones. Si bien es cierto que para la mentalidad tradicional africana «gozan de una veneración especial» (Africae munus, 47), muchas de ellas hoy se encuentran solas o abandonas, porque la cultura de «descarte» ya ha aparecido en vuestras sociedades. Pues bien, su participación es indispensable para el equilibrio de un pueblo y para la educación de la juventud (cf. Africae munus, 48).
Queridos hermanos obispos: tengo que expresaros mi alegría y mi agradecimiento por el buen trabajo de evangelización que lleváis a cabo en Costa de Marfil. Vuestras iglesias locales experimentan un dinamismo real y manifiestan alegría y entusiasmo en el anuncio de Cristo muerto y resucitado. Sin embargo, se percibe que la fe sigue siendo frágil y que sopla un viento contrario. Muy a menudo —por desgracia los conflictos recientes lo demostraron— el particularismo étnico predomina sobre la fraternidad evangélica, muchos bautizados, cansados o desilusionados, se alejan de la luz de la verdad y se adhieren a propuestas más fáciles, otros no ponen en práctica en su vida las exigencias de la fe. Ciertamente, la clave del futuro se encuentra en una raigambre más profunda de la palabra de Dios en los corazones. Pero también es necesario profundizar el diálogo con la realidad cultural y religiosa tradicional para llegar a una auténtica inculturación de nuestra fe, rechazando sin ambigüedad lo que es contrario a ella, pero acogiendo y perfeccionando lo que es bueno. En consecuencia, os animo a perseverar sin descanso en la obra de evangelización. La formación de los laicos en todos los niveles, y en particular de los catequistas, cuyo trabajo indispensable es considerable —y hay que agradecérselo— debe abrirlos al «encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (Deus caritas est, 1). Así, la Iglesia en Costa de Marfil podrá afrontar serenamente los desafíos del futuro.
Encomendándoos a todos vosotros, así como a los sacerdotes, a las personas consagradas, a los catequistas y a todos los fieles laicos de vuestras diócesis a la intercesión de san Juan Pablo II y a la protección de Nuestra Señora de la Paz, os imparto de todo corazón la bendición apostólica.
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