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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS
MIEMBROS DE LA FEDERACIÓN NACIONAL DE LOS CABALLEROS DEL TRABAJO

Sala Clementina
Sábado 20 de junio de 2015

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Ilustres señores y amables señoras:

Me complace acogeros en esta audiencia especial, que me da la oportunidad de encontrar a algunos cualificados representantes del mundo del trabajo en Italia. Saludo y doy las gracias especialmente a vuestro presidente por sus amables palabras.

La condecoración de la Orden «al mérito en el trabajo», por parte de los más altos cargos del Estado, constituye desde hace más de cien años un importante reconocimiento a quien como vosotros se ha distinguido en el mundo empresarial y económico, contribuyendo a crear trabajo y a acrecentar el valor de los productos italianos en el mundo. Este trabajo, por el cual habéis sido condecorados de tal alta distinción, es más que nunca precioso en un tiempo —como es el nuestro— que después de la crisis económica-financiera ha visto un grave estancamiento y también una verdadera recesión, en un contexto social ya marcado por desigualdades y por la desocupación, especialmente juvenil.

Sobre todo esta última es una auténtica plaga social, porque priva a los jóvenes de un elemento esencial para su realización y al mundo económico de la aportación de sus fuerzas más lozanas, que son jóvenes. El mundo del trabajo debería estar en espera de jóvenes preparados y deseosos de comprometerse y sobresalir. Al contrario, el mensaje que en estos años con frecuencia han recibido es que no hay necesidad de ellos. Y este es el síntoma de una disfunción grave, que no se puede atribuir solamente a causas de nivel global e internacional.

Ahora, el bien común, fin último de la vida en sociedad, no se puede alcanzar a través de un simple aumento de las ganancias o de la producción, sino que tiene como supuesto imprescindible la implicación activa de todos los sujetos que componen el cuerpo social. La enseñanza social de la Iglesia recuerda continuamente este criterio fundamental: que el ser humano es el centro del desarrollo, y mientras hombres y mujeres sigan inactivos o al margen, el bien común no puede considerarse plenamente alcanzado. Vosotros os habéis distinguido porque os habéis atrevido y arriesgado, habéis invertido ideas, energías y capitales, haciéndolos fructificar, confiando tareas, pidiendo resultados y ayudando a los demás a ser más emprendedores y colaboradores. Este es el alcance social del trabajo: la capacidad de involucrar a las personas y confiar responsabilidades, para estimular la iniciativa, la creatividad y el compromiso. Esto tiene efectos positivos en las nuevas generaciones y hace que una sociedad empiece nuevamente a mirar hacia adelante, ofreciendo perspectivas y oportunidades, y por lo tanto esperanzas para el futuro.

Un propósito admirable de vuestra federación nacional es que sus miembros pongan en evidencia, además del papel social del trabajo, recordado ahora, también su alcance ético. En efecto, la economía contribuye a un auténtico desarrollo sólo si está arraigada en la justicia y en el respeto de la ley, que no margina personas y pueblos, que se mantiene alejada de la corrupción e ilegalidad, y no descuida preservar el ambiente natural. La práctica de la justicia —nos enseñan sabiamente los textos bíblicos— no se limita a la abstención de la iniquidad o a la observancia de las leyes (aunque esto ya es bastante), sino que va aún más lejos. Es en verdad justo quien, además de respetar las reglas, actúa con conciencia e interés por el bien de todos, además del propio. Es justo quien se interesa por el destino de los menos aventajados y los más pobres, quien no se cansa de obrar y está dispuesto a inventar caminos siempre nuevos: esa creatividad tan importante. La práctica de la justicia, en este sentido pleno, es lo que deseamos para cada empresario y para todos los ciudadanos.

Con estos deseos, invoco sobre vosotros, sobre vuestras familias y vuestras actividades la intercesión de san Benito de Nursia, patrón de los caballeros del trabajo, y de corazón os bendigo. Y por favor, no os olvidéis de rezar por mí.

 



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