DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE LA REPÚBLICA CENTROAFRICANA
EN VISITA “AD LIMINA APOSTOLORUM”
Viernes 15 de mayo de 2015
Queridos hermanos obispos:
Es una gran alegría acogeros con ocasión de vuestra visita ad limina, acogida por mi parte aún más fraterna y afectuosa dado que vuestro país y vuestras comunidades viven, desde hace muchos meses, una situación difícil y dolorosa. Nuestro encuentro es la ocasión para reforzar aún más los vínculos de comunión que existen entre vuestras Iglesias locales y la Iglesia de Roma, y deseo que sepáis lo atento que estoy a los acontecimientos que vivís, y cuánto os acompañan mi oración personal y la oración de la Iglesia universal.
Agradezco muy sinceramente a monseñor Dieudonné Nzapalainga, presidente de vuestra Conferencia, las palabras y el testimonio que me ha dirigido en vuestro nombre. Expreso el deseo de que esta peregrinación a las fuentes de la fe os dé consuelo y aliento para proseguir vuestro ministerio pastoral. Que la intercesión de san Pedro y san Pablo os obtenga las gracias necesarias para reunir y guiar la grey que el Señor os ha confiado.
Quiero que transmitáis a todo el pueblo de la República Centroafricana la seguridad de mi cercanía. Conozco los sufrimientos que ha vivido y vive todavía, así como los innumerables testimonios de fe y fidelidad a Cristo resucitado que los cristianos han dado en múltiples ocasiones. Soy particularmente sensible a todo lo que vuestras comunidades han hecho en favor de las personas víctimas de la violencia y de los refugiados.
Vuestra tarea es difícil, pero concierne al misterio mismo de Jesucristo muerto y resucitado. Cuando el mal y la muerte parecen triunfar, surge la esperanza de una renovación fundada en Cristo. Cuando el odio y la violencia se desencadenan, estamos llamados —y encontramos la fuerza para hacerlo a través del poder de la cruz y la gracia del Bautismo— a responder con el perdón y el amor. Si, por desgracia, no siempre fue así en los hechos recientes que habéis vivido, es signo de que el Evangelio aún no ha penetrado por doquier y a fondo en el corazón del pueblo de Dios, a tal punto de cambiar sus reacciones y sus comportamientos. Vuestras Iglesias son de reciente evangelización, y vuestra misión principal es proseguir la obra apenas comenzada. Por tanto, no debéis sentiros descorazonados en la tormenta que estáis atravesando, sino que, al contrario, debéis encontrar en ella, mediante la fe y la esperanza, la fuente de un entusiasmo y un dinamismo renovados. A vosotros se dirige hoy esta exhortación del apóstol san Pablo a Timoteo: «Soporta los padecimientos, cumple tu tarea de evangelizador, desempeña tu ministerio» (2 Tm 4, 5).
Por consiguiente, la formación cristiana y la profundización de la fe en todos los niveles son para vosotros objetivos prioritarios, para que el Evangelio impregne verdaderamente la vida de los bautizados, no sólo para el bien de las comunidades cristianas, sino también para el de toda la sociedad de la República Centroafricana. Son muchos los protagonistas implicados en esta obra educativa, y quiero rendir homenaje al papel indispensable garantizado por los catequistas, que ofrecen generosamente su tiempo y a menudo sus recursos. La parte significativa de la misión garantizada por los sacerdotes fidei donum también merece ser destacada. Hay que agradecerles cordialmente el hecho de que compartan el ministerio en condiciones tan difíciles.
Pero vosotros, hermanos obispos, debéis desempeñar, en el proceso de transición institucional en curso, un papel profético insustituible, al recordar y testimoniar los valores fundamentales de justicia, verdad e integridad que son la base de toda renovación, promoviendo el diálogo y la cohabitación pacífica entre los miembros de las diversas religiones y etnias, favoreciendo así la reconciliación y la cohesión social que es una clave para el futuro. Aprecio de modo particular vuestro esfuerzo en ese ámbito, y os invito a continuar en esta dirección, poniendo atención en cultivar cada vez más entre vosotros la unidad de pensamiento y de acción.
Estáis llamados a formar la conciencia de los fieles; y también la de todo el pueblo, puesto que vuestra voz es escuchada y respetada por todos. Para vosotros este es el modo más adecuado de ocupar el lugar que os corresponde en los cambios actuales, evitando entrar directamente en las disputas políticas. Pero, formando y alentando a los laicos, convencidos de la fe y sólidamente formados en la doctrina social de la Iglesia, a asumir responsabilidades —este es su papel—, transformaréis poco a poco la sociedad según el Evangelio y prepararéis un futuro feliz para vuestro pueblo.
Para retomar y proseguir el anuncio del Evangelio, es necesario que os preocupéis por cuidar y fortalecer a vuestros sacerdotes, para los cuales debéis ser padres atentos. La cercanía del obispo a sus sacerdotes es importante, porque permite dialogar con ellos en la verdad, proveer de lo que es más apropiado para cada uno, prevenir y poner remedio a las faltas. A veces una sanción es ciertamente necesaria, pero es el último recurso, y siempre debe dejar la puerta abierta a la misericordia. La formación inicial en el seminario y el discernimiento vocacional son determinantes. Además de la formación intelectual, espiritual y comunitaria, hay que dirigir una atención del todo especial a la formación humana y afectiva, para que los futuros sacerdotes sean capaces de vivir su compromiso con el celibato, en el que no se puede aceptar ninguna componenda. Hay que agradecer a los responsables del seminario el trabajo realizado. También os exhorto a promover la unidad del presbyterium en torno a vosotros, y a favorecer, en particular entre los más jóvenes, la oración, la formación permanente y el acompañamiento espiritual. Sed vosotros mismos para vuestros sacerdotes modelos de unidad y perfección en la práctica de las virtudes sacerdotales. Agradezco a los sacerdotes de la República Centroafricana la dedicación y el testimonio que dan, en situaciones a menudo difíciles. Los exhorto a renovar valientemente su entrega a Cristo de modo radical, huyendo de las tentaciones del mundo y permaneciendo fieles a sus compromisos.
También quiero dar las gracias a las personas consagradas, que permanecen al lado de las poblaciones afligidas; su entrega es digna de elogio e insustituible. ¡Cuántas obras de caridad realizadas por las numerosas congregaciones religiosas, tanto en el campo de la educación como del cuidado y la promoción humana, cuando las necesidades son inmensas! Rezo para que los religiosos y religiosas encuentren en este Año de la vida consagrada un auténtico consuelo espiritual y la ocasión de una profundización de su vocación y de su unión a Cristo. Es bueno favorecer siempre la armonía entre los institutos y las instancias diocesanas, para dar al mundo el mejor testimonio de unidad y amor.
En fin, mi atención se dirige a las familias, que son las primeras víctimas de la violencia y muy a menudo son desestabilizadas o destruidas a causa del alejamiento de un miembro, de un luto, de la pobreza, de discordias y separaciones. Les expreso mi cercanía y mi afecto. Las familias no sólo son el lugar privilegiado del anuncio de la fe y de la práctica de las virtudes cristianas, la cuna de numerosas vocaciones sacerdotales y religiosas, sino también «el lugar propicio para aprender y practicar la cultura del perdón, de la paz y la reconciliación» (Africae munus, 43), de la que vuestro país tiene tanta necesidad. Es fundamental que la familia sea protegida y defendida «para que preste ese servicio que la sociedad misma espera de ella, es decir, ofrecer hombres y mujeres capaces de construir un entramado social de paz y armonía» (ibídem). No puedo menos de alentaros a prestar a la pastoral del matrimonio toda la atención que merece, y a no desanimaros ante la resistencia provocada por las tradiciones culturales, por la debilidad humana o por las nuevas colonizaciones ideológicas que se están difundiendo por doquier. También os agradezco la participación en los trabajos del Sínodo que se celebrará en Roma el próximo mes de octubre, y, en este sentido, os pido vuestras oraciones.
Queridos hermanos en el episcopado: Os encomiendo a todos vosotros, así como a los sacerdotes, las personas consagradas, los catequistas y los fieles laicos de vuestras diócesis a la protección de la Virgen María, Madre de la Iglesia y Reina de la paz, y os imparto de todo corazón la bendición apostólica.
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