DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS RELIGIOSOS DE LA ORDEN DE LA MERCED
EN EL VIII CENTENARIO DE SU FUNDACIÓN
Sala Clementina
Jueves, 6 de diciembre de 2018
Queridos hermanos:
Les doy la bienvenida a este encuentro. Agradezco las palabras que me ha dirigido el P. Fr. Juan Carlos Saavedra Lucho, Maestro General de la Orden, y que Dios le conserve el entusiasmo. Están concluyendo el Jubileo por el octavo centenario de fundación de la Orden; un tiempo de gracia en el que han tenido la oportunidad de experimentar el amor misericordioso de Dios en el camino recorrido, como también de examinar el presente y establecer las líneas guía para seguir con renovado espíritu.
En este encuentro, deseo poner ante vuestra mirada aquel amor primero que expresan con el voto de redención. En él prometen «dar la vida como Cristo la dio por nosotros, si fuere necesario, para salvar a los cristianos que se encuentran en extremo peligro de perder su fe, en las nuevas formas de cautividad» (Constituciones, 14). Hace muy poco tiempo, a una de ustedes, yo le decía: ¿Cuántos problemas que tenés ahí? “Y bueno, tengo el voto de dar la vida”, me contestó. Estas palabras nos recuerdan a todos, y de modo especial a los religiosos, que seguir a Cristo significa dar la vida para salvar almas.
Todos sabemos de la importancia del seguimiento de Cristo, pero a veces en vez de seguirlo planteamos nuestra vida como si fuera Él el que nos tiene que seguir a nosotros —son difíciles los caprichos de los religiosos, Dios mío, son bien difíciles— y Él tiene que acomodarse a los planes y proyectos que nosotros nos hacemos y creamos. Es la tentación, ¿no?
Seguir a Jesús no es cuestión de metodología; es dejar que Él nos preceda, que marque el ritmo del caminar personal y comunitario. El carisma mercedario es de actualidad y está llamado a dejarse interpelar por los nuevos campos de acción y de “servicio redentor”, como pueden ser la promoción de la dignidad de la persona humana, la prevención de esclavitudes físicas o espirituales, el acompañamiento y la reinserción de los más vulnerables de nuestra sociedad. Redención de cautivos, es decir, tengan la seguridad que hoy hay muchos más, más del doble de cautivos que en el tiempo de la fundación de la Orden. La familia Mercedaria, consagrados y laicos, necesita dejarse inspirar por esa “creatividad de Dios”, aun cuando eso suponga un tener que romper los propios esquemas que, con el tiempo, se fueron añadiendo al carisma fundacional. Eso siempre nos pasa con los carismas fundacionales, el tiempo como que los va opacando o les va creando cáscaras; y si uno no está alerta a quitar esas cáscaras, el carisma resulta el carozo de un gran coco después, y cuesta volver al carozo. Es quitar esas cáscaras del tiempo para volver a aquello, a la intuición primigenia, que es un llamado de Dios.
El que sigue a Cristo lo hace dando la vida; no es un seguimiento parcial. El pobre joven rico quiso hacer un seguimiento parcial y no pudo. Esto nos pone ante la verdad medular de nuestra consagración religiosa. Fiarse del Señor significa entregarnos a Él sin guardarse nada en el bolsillo; no solo dando lo material y lo superfluo, sino darle todo lo que consideramos como propio, hasta nuestros gustos y opiniones. La entrega de la propia vida no es algo opcional, sino que es la consecuencia de un corazón que fue “tocado” por el amor de Dios.
Por favor, les pido que no se dejen arrastrar por la tentación de considerar su sacrificio y su entrega como una inversión destinada al provecho personal, para alcanzar una posición o una seguridad de vida. ¡No!, eso no. Esfuércense más bien por hacer realidad esta oblación y consagración al servicio de Dios y de los hombres, viviendo la alegría del evangelio a través del carisma de la redención. Quienes se dejan salvar por el Señor son liberados del pecado y, sobre todo, de la tristeza, del vacío interior y del aislamiento (cf. Evangelii gaudium, 1). Dar la vida es encontrarla en aquellos que han sido redimidos por el Señor a través de nuestro ejemplo y testimonio.
La Orden de la Merced hace eco del evangelio de la salvación que dice: «El Señor ha visitado y redimido a su pueblo» (Lc 1,68). Así, el gesto de “visitar y liberar” marca toda su vocación y su acción misionera. Están llamados a salir para salvar a los cristianos que están en peligro de perder la fe, que se ven degradados en su dignidad como personas y enredados en principios y sistemas opuestos al evangelio. Este concepto de cristianos enredados trabájenlo mucho porque es una manera de esclavitud, terminar enredados en mil cosas mundanas o que les presenta la misma sociedad y no saber cómo salir, liberar a cristianos enredados también.
Hoy, como en otras épocas de la historia, el cristiano está amenazado por ese triple enemigo: el mundo, el demonio y la carne. Esto no es algo del pasado; es algo de actualidad. Estos peligros están a veces camuflados no los reconocemos, pero sus consecuencias son evidentes, adormecen la conciencia, provocan una parálisis espiritual que lleva a la muerte interior. Estos enemigos a veces se nos presentan de frente, pero la mayoría de las veces van despacito, despacito, adormeciéndonos y uno no se da cuenta, no se da cuenta, y hace falta la gracia de Dios para decir: “¿Dónde estoy? ¿Cómo he venido a caer de allá, acá?”. Esa anestesia. Vigilen, vigilen para que no terminen anestesiados. También nosotros debemos estar atentos para no caer en ese estado de falta de vitalidad espiritual. Pensemos en la mundanidad espiritual que entra de forma sutil en nuestra vida y va desvaneciendo la belleza y la fuerza de ese amor primero de Dios en nuestras almas (cf. Gaudete et exsultate, 93-97). Del Apocalipsis recordamos esto: «Tengo contra ti que has perdido el primer amor» (2,4). Y las veces que el Señor reprocha a su Pueblo: “De ti recuerdo el amor de tu juventud, aquel seguirme por el desierto”, en Jeremías (cf. 2,2). O sea, la memoria, la memoria del primer amor. Que no se nos reproche: “Qué lástima, la Orden está bien organizada, anda bien y todo, pero qué lástima, perdieron el primer amor”. Que nunca se dé ese reproche. Hace un tiempo en una audiencia en la plaza, mientras saludaba a la gente, había un matrimonio anciano pero muy juveniles, cumplían sesenta años de casados y no parecía. Y yo les pregunté: “¿Se siguen queriendo?”. Y ellos se miraron entre ellos, volvieron a mirarme a mí y tenían los ojos mojados, y me dijeron: “Estamos enamorados”. Les dejo esta imagen, que cada uno de ustedes pueda decir: “Estoy enamorado, no perdí el primer amor”.
Ustedes, como miembros de una Orden redentora, deben experimentar primero en sí mismos la redención de Cristo para ayudar a sus hermanos a descubrir al Dios que salva. “Redimidos para redimir”, buena definición de su vida y vocación. Los invito a seguir siendo portadores de la redención del Señor a los presos, a los refugiados y los migrantes, a los que caen en las redes de la trata de personas, a los adultos vulnerables, a los niños huérfanos y explotados… Lleven a todos los que son descartados por la sociedad la ternura y la misericordia de Dios.
Queridos hermanos y hermanas: Los animo en su vocación y misión, no se cansen de ser instrumentos de libertad, de alegría, de esperanza. Que este octavo centenario produzca un fruto abundante de gracia y santidad, sea un estímulo constante para seguir a Cristo dando la vida por todos los hombres en los tiempos que nos toca vivir. Y que la Virgen de la Merced y san Pedro Pascual, cuya memoria celebramos hoy, intercedan por todos ustedes y los acompañen en el camino. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí.
Gracias.
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