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REUNIÓN CON LOS NUNCIOS APOSTÓLICOS

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Sala Clementina
Jueves, 13 de junio de 2019

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Discurso preparado por el Santo Padre y entregado a los presentes

Queridos hermanos:

Me alegra encontraros nuevamente para ver con vosotros y examinar con ojos de pastores la vida de la Iglesia y para reflexionar sobre vuestra delicada e importante misión. Agradezco a cada uno de vosotros por su presencia y por su servicio. Es esta nuestra tercera reunión de este tipo, en la que también atesoro las reflexiones suscitadas por los encuentros con todos vosotros, tanto aquí en el Vaticano, como en algunas Nunciaturas, con ocasión de los recientes viajes. Pienso que en el futuro se tratará de invitar con una cierta regularidad también a los colaboradores, para que estos momentos tengan además un carácter formativo.

He pensado compartir hoy con vosotros algunos preceptos sencillos y elementales, que ciertamente vosotros conocéis bien, pero recordarlos hará bien a todos y os ayudará a vivir mejor vuestra misión con el mismo entusiasmo del primer mandato y con la misma ferviente disponibilidad con la que habéis empezado vuestro servicio. Se trata de una especie de “decálogo” que, en realidad está dirigido a través de vosotros también a vuestros colaboradores y, es más, a todos los obispos, sacerdotes y consagrados que vosotros encontráis en todas las partes del mundo.

1- El nuncio es un hombre de Dios. Ser un “hombre de Dios” significa seguir a Dios en todo y por todo; obedecer sus mandamientos con alegría; vivir por las cosas de Dios y no por las del mundo; dedicarle libremente todos los recursos, aceptando con un espíritu generoso los sufrimientos que surgen como resultado de la fe en Él.

El hombre de Dios no  engaña ni defrauda a su prójimo; no se deja llevar por los chismes y calumnias; conserva la mente y el corazón puros, preservando los ojos y los oídos de la inmundicia del mundo. No se deja engañar por los valores mundanos, sino que mira a la Palabra de Dios para juzgar lo que es sabio y bueno. El hombre de Dios intenta seriamente ser «santo e inmaculado en su presencia» (cf. Ef 1,4). El hombre de Dios sabe caminar de forma humilde con su Señor, sabiendo que debe confiar solo en Él para poder vivir en plenitud y preservar hasta el final, manteniendo el corazón abierto hacia los desfavorecidos y los rechazados por la sociedad y escuchando los problemas de las personas sin juzgarlas.

El hombre de Dios es aquel que practica la justicia, el amor, la clemencia, la piedad y la misericordia. El nuncio que se olvida de ser hombre de Dios arruina a sí mismo y a los demás; va por fuera del rail y daña también a la Iglesia, a la cual ha dedicado su vida.

2- El nuncio es un hombre de Iglesia. Al ser un representante pontificio, el nuncio no se representa a sí mismo, sino a la Iglesia y, en particular, al sucesor de Pedro. Cristo nos advierte de la tentación del siervo maligno: «Pero si aquel siervo malo se dice en su corazón: “Mi Señor tarda”, y se pone a golpear a sus compañeros y come y bebe con los borrachos, vendrá el señor de aquel siervo el día que no espera y en el momento que no sabe, le separará y le señalará su suerte entre los hipócritas» (Mt 24,48-51).

El nuncio deja de ser “hombre de Iglesia” cuando inicia a tratar mal a sus colaboradores, al personal, a las monjas y a la comunidad de la Nunciatura como un mal jefe y no como padre y pastor. Es triste ver a algunos nuncios que afligen a sus colaboradores con el mismo desagrado que recibieron de otros nuncios cuando eran colaboradores. En cambio, los secretarios y consejeros han sido confiados a la experiencia del nuncio para que puedan formarse y florecer como diplomáticos y, si Dios quiere, en el futuro como nuncios.

Es feo ver a un nuncio que busca el lujo, los trajes y los objetos “de marca” en medio de  personas sin lo necesario. Es un contra-testimonio. El mayor honor para un hombre de la Iglesia es ser “siervo de todos”. Ser hombre de la Iglesia también requiere la humildad de representar el rostro, las enseñanzas y las posiciones de la Iglesia, es decir, dejar de lado las convicciones personales. Ser un hombre de la Iglesia significa defender valientemente a la Iglesia ante las fuerzas del mal que siempre intentan desacreditarla, difamarla o calumniarla.

Ser hombre de Iglesia exige ser amigo de los obispos, de los sacerdotes, de los religiosos y de los fieles, con confianza y calor humano, llevando a cabo a su lado la propia misión y teniendo siempre una mirada eclesial, es decir, de hombre que se siente responsable de la salvación de los demás. Recordemos siempre que la salus animarum es la ley suprema de la Iglesia y es la base de toda acción eclesial[1]. Esta identidad del nuncio lo lleva también a distinguirse de los demás embajadores en las grandes fiestas, Navidad y Pascua: cuando aquellos se ausentan para ir con las familias, el nuncio permanece en la sede para celebrar la fiesta con el pueblo de Dios del país porque, siendo un hombre de Iglesia, esta es su familia.

3- El nuncio es un hombre de celo apostólico. El nuncio es el anunciador de la Buena Nueva y al ser apóstol del Evangelio tiene la tarea de iluminar el mundo con la luz del Resucitado, de llevar a Cristo a los confines de la tierra. Es un hombre en camino que siembra la buena semilla de la fe en los corazones de quienes encuentra. Y aquellos que se encuentran con él deberían sentirse, de alguna manera, interpelados.

Recordemos la gran figura de san Maximiliano María Kolbe que, consumado por el ardiente celo por la gloria de Dios, escribió en una de sus cartas: «En nuestros tiempos constatamos, no sin tristeza, la propagación de la “indiferencia”. Una enfermedad casi epidémica que se está propagando en varias formas, no solo en la generalidad de los fieles, sino también entre los miembros de los institutos religiosos. Dios es digno de gloria infinita. Nuestra primera y principal preocupación debe ser la de darle alabanza en la medida de nuestras débiles fuerzas, conscientes de no poder glorificarlo cuanto Él merece. La gloria de Dios brilla sobre todo en la salvación de las almas que Cristo ha redimido con su sangre. De ello se deduce que el compromiso principal de nuestra misión apostólica será procurar la salvación y la santificación del mayor número de almas»[2].

Recordemos también las palabras de san Pablo: «Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio!» (1 Co 9,16). es peligroso caer en la timidez o en la tibieza de los cálculos políticos o diplomáticos o incluso en lo “políticamente correcto”, renunciando al anuncio.

El celo apostólico es esa fuerza que nos mantiene en pie y nos protege del cáncer de la desilusión.

4- El nuncio es un hombre de reconciliación. Una parte importante del trabajo de todo nuncio es ser un hombre de mediación, de comunión, de diálogo y de reconciliación. El nuncio siempre debe tratar de ser imparcial y objetivo, para que todas las partes encuentren en él al árbitro correcto que busca sinceramente defender y proteger solo la justicia y la paz, sin dejarse nunca involucrar negativamente[3].

Siendo un hombre de comunicación, «la actividad del representante pontificio ofrece sobre todo un valioso servicio a los obispos, a los sacerdotes, a los religiosos y a todos los católicos del lugar, los cuales encuentran en él apoyo y tutela, en cuanto él representa a una Autoridad Superior, que es para beneficio de todos. Su misión no se sobrepone al ejercicio de los poderes de los obispos, ni lo reemplaza ni lo obstruye, sino que lo respeta y, es más, lo favorece y lo apoya con el consejo fraternal y discreto»[4].

Si un nuncio se encerrase en la nunciatura y evitara encontrarse con la gente, traicionaría su misión y, en lugar de ser un factor de comunión y reconciliación, se convertiría en obstáculo e impedimento. Nunca debe olvidar que representa el rostro de la catolicidad y la universalidad de la Iglesia en las Iglesias locales dispersas en todo el mundo y ante los Gobiernos.

5- El nuncio es un hombre del Papa. Como representante pontificio, el nuncio no se representa a sí mismo, sino al Sucesor de Pedro y actúa en su nombre ante la Iglesia y los gobiernos, es decir, concreta, implementa y simboliza la presencia del Papa entre los fieles y las poblaciones. Es hermoso que en varios países la Nunciatura se llame “Casa del Papa”. Ciertamente, todas las personas pueden tener reservas, simpatías y antipatías, pero un buen nuncio no puede ser hipócrita porque el Representante es un trámite, o mejor dicho, un puente de conexión entre el Vicario de Cristo y las personas a quienes ha sido enviado, en una zona determinada, para la cual ha sido nombrado y enviado por el Romano Pontífice.

Vuestra misión, por lo tanto, es muy laboriosa, porque exige disponibilidad y flexibilidad, humildad, profesionalidad impecable, capacidad de comunicación y de negociación; exige traslados frecuentes en automóvil y largos viajes, es decir, vivir con la maleta siempre lista (en nuestro primer encuentro os dije: la vuestra es una vida de nómadas).

Siendo enviado del Papa y de la Iglesia, el nuncio debe estar predispuesto para las relaciones humanas, tener una inclinación natural para las relaciones interpersonales, es decir, ser cercano a los fieles, a los sacerdotes, a los obispos locales y también al resto de diplomáticos y a los gobernantes. El servicio del representante es también el de visitar las comunidades a las que el Papa no es capaz de llegar, asegurándoles la cercanía de Cristo y de la Iglesia.

Así, san Pablo VI escribió: «Es, de hecho, evidente que al movimiento hacia el centro y al corazón de la Iglesia debe acompañarle otro movimiento, que desde el centro se difunda hacia la periferia y lleve, de una determinada forma, a todas y cada una de las Iglesias locales, a todos y cada uno de los pastores y a los fieles la presencia y el testimonio de ese tesoro de verdad y de gracia, del que Cristo Señor y Redentor nos ha hecho partícipes, depositarios y dispensadores. Mediante nuestro representantes, que residen en las diferentes naciones, nosotros nos hacemos partícipes de la vida misma de nuestros hijos y casi insertándonos en ella llegamos a conocer, de forma más veloz y segura, sus necesidades y junto a ello, las aspiraciones»[5].

Siendo “representante”, el nuncio debe actualizarse continuamente y estudiar, para conocer bien el pensamiento y las instrucciones que representa. También tiene el deber de actualizar e informar continuamente al Papa sobre las diferentes situaciones y sobre cambios eclesiásticos y sociopolíticos del país al que ha sido enviado. Por eso, es indispensable tener un buen conocimiento de sus costumbres y posiblemente de la lengua manteniendo la puerta de la Nunciatura y la de su corazón siempre abiertas a todos.

Por lo tanto, es irreconciliable ser un representante pontificio y criticar al Papa por detrás, tener blogs o incluso unirse  a grupos hostiles a él, a la Curia y a la Iglesia de Roma.

6- El nuncio es un hombre de iniciativa. Es necesario tener y desarrollar la capacidad y la agilidad para promover o adoptar una conducta adecuada a las necesidades del momento sin caer nunca en la rigidez mental, espiritual y humana, o en la flexibilidad hipócrita y camaleónica. No se trata de ser oportunista, sino de saber cómo pasar de la ideación a la implementación teniendo en cuenta el bien común y la lealtad al mandato. El arzobispo Giancarlo Maria Bregantini dice que «sin motivaciones espirituales y sin un fundamento evangélico, todas las iniciativas caen poco a poco, también en el plano de la cooperación, en el económico y en el organizativo»[6].

El hombre de iniciativa es una persona positivamente curiosa, llena de dinamismo y de intrepidez; una persona creativa y dotada de valor, que no se deja vencer por el pánico en situaciones no previsibles, sino que sabe, con serenidad, intuición y fantasía, tratar de darles la vuelta y gestionarlas de forma positiva.

El hombre de iniciativa es un maestro que sabe enseñar a los demás cómo acercarse a la realidad para tratar de no dejarse arrollar por las pequeñas y grandes sorpresas que nos reserva. Es una persona que serena con su positividad a aquellos que atraviesan las tormentas de la vida.

Siendo ante todo un obispo, un pastor que, incluso viviendo entre los sucesos del mundo, está llamado diariamente a dar prueba de poder y de querer “estar en el mundo pero no ser del mundo” (cf. Jn 17,14), el nuncio, de forma intuitiva, debe saber reorganizar la información en su conjunto y encontrar las palabras justas para ayudar a las personas que se dirigen a él para encontrar consejo, con la sencillez de las palomas y la astucia de las serpientes (cf. Mt 16,16).

Es necesario precisar que tales capacidades se adquieren siguiendo a Jesús, sobre el modelo de los Apóstoles y de los primeros discípulos, que acogieron la llamada con particular atención y adhesión a la conducta de Jesucristo.

7- El nuncio es un hombre de obediencia. La virtud de la obediencia es inseparable de la libertad, porque solo en libertad podemos obedecer realmente, y solo obedeciendo el Evangelio podemos entrar en la plenitud de la libertad[7]. La llamada del cristiano, y en este contexto, la del nuncio  a la obediencia es la llamada a seguir el estilo de vida de Jesús de Nazaret. La vida de Jesús, basada en la apertura y la obediencia a Dios, que Él llama Padre[8]. Aquí podemos comprender y vivir el gran mandamiento de la obediencia liberadora: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5,29). la obediencia a Dios no se separa de la obediencia a la Iglesia y a los Superiores.

Nos ayuda de nuevo san Maximiliano María Kolbe, que en esa misma letra escribió: «La obediencia, y ella misma sola, es aquella que nos manifiesta con certeza la voluntad divina. Es cierto que el superior puede equivocarse, pero quien obedece no se equivoca […]. A través de la vía de la obediencia nosotros superamos los límites de nuestra pequeñez y nos conformamos a la voluntad divina que nos guía para actuar correctamente con su infinita sabiduría y prudencia. Adhiriéndose a esta divina voluntad, a la que ninguna criatura puede resistirse, nos hacemos más fuertes que todos.

Este es el sendero de la sabiduría y de la prudencia, la única vía en la que podemos rendir a Dios la máxima gloria […] Amemos, por lo tanto, hermanos, con todas las fuerzas al Padre celestial lleno de amor por nosotros; y que la prueba de nuestra perfecta caridad sea la obediencia, a ejercer, sobre todo cuando nos pide sacrificar nuestra voluntad. De hecho, no conocemos otro acto libre más sublime que Jesucristo crucificado para avanzar en el amor de Dios»[9].

San Agustín atribuye a la obediencia tanta importancia, no menos de aquella del amor, de la humildad, de la sabiduría, que son fundamentales, hasta el punto de que no puede existir amor verdadero, humildad sincera, sabiduría auténtica si no es en el ámbito de la obediencia[10].

Un nuncio que no vive la virtud de la obediencia —también cuando resulta difícil y contrario a la propia visión personal— es como un viajero que pierde la brújula, arriesgándose así a fracasar en el objetivo. Recordemos siempre el dicho “Medice, cura te ipsum”. Es contra-testimonio llamar a los demás a la obediencia y desobedecer.

8- El nuncio es un hombre de oración. Aquí me parece importante recordar una vez más las palabras insuperables con las que san Giovanni Battista Montini, como Sustituto de la Secretaría de Estado, describió la figura del representante pontificio: «Es la de alguien que verdaderamente tiene la conciencia de llevar a Cristo con él» (abril de 1951), como el bien precioso para comunicar, anunciar, representar. Los bienes, las perspectivas de este mundo terminan siendo decepcionantes, empujan a no estar nunca satisfechos. El Señor es el bien que no defrauda, el único que no defrauda. Y esto requiere un desapego de uno mismo que solo se puede lograr con una relación constante con el Señor y la unificación de la vida en torno a Cristo.

Y esto se llama familiaridad con Jesús. La familiaridad con Jesucristo debe ser el alimento cotidiano del representante pontificio, porque es el alimento que nace de la memoria del primer encuentro con Él y porque constituye también la expresión cotidiana de fidelidad a su llamada. Familiaridad. Familiaridad con Jesucristo en la oración, en la celebración eucarística, que nunca hay que descuidar, en el servicio de la caridad[11].

Recordemos a los Apóstoles y a Pedro que dice: «No parece bien que nosotros abandonemos la palabra de Dios por servir a las mesas. Por tanto, hermanos, buscad de entre vosotros a siete hombres, de buena fama, llenos de Espíritu y de sabiduría y los pondremos al frente de este cargo; mientras que nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la Palabra» (Hch 6,1-6). La primera tarea de todo obispo es, por lo tanto, la de dedicarse a la oración y al ministerio de la palabra.

El nuncio —y todos nosotros— sin una vida de oración, corre el riesgo de devaluar todos los requisitos antes mencionados. Sin la oración nos convertimos en simples funcionarios, siempre descontentos y frustrados. La vida de oración es esa luz que ilumina todo lo demás y toda la obra del nuncio y de su misión.

9- El nuncio es un hombre de caridad operosa. Aquí es necesario reiterar que la oración, el camino del discipulado y la conversión encuentran en la caridad que se hace compartición la prueba de su autenticidad evangélica. Y esta forma de vida produce alegría y serenidad espiritual, porque se toca con la mano la carne de Cristo. Si realmente queremos encontrar a Cristo, es necesario que toquemos su cuerpo en el cuerpo llagado de los pobres, como confirmación de la comunión sacramental recibida en la Eucaristía. El Cuerpo de Cristo, partido en la sagrada liturgia, se deja encontrar por la caridad compartida en los rostros y en las personas de los hermanos y hermanas más débiles»[12]. Porque «la fe actúa por la caridad» (Ga 5,6).

El nuncio, teniendo la tarea de interpretar «la solicitud del Romano Pontífice por el bien del país en el que se ejercita su misión; en particular debe interesarse con celo por los problemas de la paz, del progreso y de la colaboración de los pueblos, en vista del bien espiritual, moral y material de toda la familia humana»[13]. La obra del nuncio no se debe nunca limitar a llevar a cabo prácticas que, aunque siendo importante, no puedan hacer su misión fecunda y fructuosa; por eso, el nuncio debe gastarse en las obras de caridad, especialmente hacia los pobres y los marginados: solo así podrá realizar plenamente su misión y su ser padre y pastor. La caridad también es gratuita, y es por eso que me gustaría hablar de un peligro permanente, el peligro de las regalías. La Biblia define inicuo al hombre que «acepta regalos en su seno, para torcer las sendas del derecho» (Pr 17,23-24) y también el Salmo pregunta: «Yahveh, ¿quién morará en tu tienda?» y responde: quien «no acepta soborno en daño de inocente» (15,1.5). la caridad operosa nos debe llevar a ser prudentes al aceptar los dones que se ofrecen para nublar nuestra objetividad y en algunos casos, desafortunadamente, para comprar nuestra libertad.

¡Ningún regalo de cualquier valor debe nunca volvernos esclavos! Rechazad los regalos que son demasiado caros y con frecuencia inútiles o dirigidlos a la caridad, y recordad que recibir un regalo costoso nunca justifica su uso.

10- El nuncio es hombre de humildad. Me gustaría concluir este manual con la virtud de la humildad, citando las “Letanías de la humildad” del Cardenal Rafael Merry del Val (1865-1930), Secretario de Estado y colaborador de san Pío X, un antiguo colega vuestro:

Jesús, manso y humilde de corazón, haz mi corazón parecido al tuyo.
Del deseo de ser alabado, líbrame, Señor.
Del deseo de ser honrado, líbrame, Señor.
Del deseo de ser aplaudido, líbrame, Señor.
Del deseo de ser preferido a otros, líbrame, Señor.
Del deseo de ser consultado, líbrame, Señor.
Del deseo de ser aceptado, líbrame, Señor.
Del temor a ser humillado, líbrame, Señor.
Del temor a ser despreciado, líbrame, Señor.
Del temor a ser reprendido, líbrame, Señor.
Del temor a ser calumniado, líbrame, Señor.
Del temor a ser olvidado, líbrame, Señor.
Del temor a ser ridiculizado, líbrame, Señor.
Del temor a ser injuriado, líbrame, Señor.
Del temor a ser rechazado, líbrame, Señor.
Concédeme, Señor, el deseo de que otros sean más amados que yo.
Concédeme, Señor, el deseo de que otros sean más estimados que yo.
Concédeme, Señor, el deseo de que otros crezcan susciten mejor opinión de la gente y yo disminuya.
Concédeme, Señor, el deseo de que otros sean alabados y de mí no se haga caso.
Concédeme, Señor, el deseo de que otros sean empleados en cargos y a mí se me juzgue inútil.
Concédeme, Señor, el deseo de que otros sean preferidos a mí en todo.
Concédeme, Señor, el deseo de que los demás sean más santos que yo, con tal de que yo sea todo lo santo que pueda. Jesús dame la gracia de desearlo.[14]

 


 

[1] S. Pablo VI, Carta ap. Sollicitudo omnium Ecclesiarum: AAS 61 [1969], 476).

[2] Cf. Escritos de Maximiliano M. Kolbe, vol. I, Florencia 1975, 44-46; 113-114.

[3] S. Pablo VI, Carta ap. Sollicitudo omnium Ecclesiarum: AAS 61 [1969], 476).

[4] Ibíd.

[5] Carta ap. Sollicitudo omnium Ecclesiarum: AAS 61 (1969), 476.

[6] Non possiamo tacere. Le parole e la bellezza per vincere la mafia, Piemme 2011, 136.

[7] Cf. Enzo Bianchi, Palabras de la vida interior, Rizzoli 1999, 149-152.

[8] Cf. F. J. Moloney, Discípulos y profetas, 186.

[9] Escritos de Maximiliano M. Kolbe, vol. I, Florencia 1975, 44-46; 113-114.

[10] Cf. Patrologia, III, Marietti 2000, 432-434; B. Borghini, La obediencia según San Agustín en “Vita crist.”, 23 (1954), 460-478.

[11] Cf. Discurso a los representantes pontificios, 21 junio 2013.

[12] Mensaje para la I Jornada mundial de los pobres, 19 de noviembre de 2017.

[13] S. Pablo VI, Carta ap. Sollicitudo omnium Ecclesiarum: AAS 61 (1969), 476.

[14] https://www.corrispondenzaromana.it/lumilta-insegnata-dal-cardinal-merry-del-val/

 



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