DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS DIRIGENTES Y DELEGADOS DE LA
CONFEDERACIÓN GENERAL ITALIANA DEL TRABAJO (CGIL)
Aula Pablo VI
Lunes, 19 de diciembre de 2022
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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Os doy la bienvenida y doy las gracias al secretario general por sus palabras. Este encuentro con vosotros, que formáis uno de los sindicatos históricos italianos, me invita a expresar una vez más mi cercanía al mundo del trabajo, en particular a las personas y a las familias que tienen más dificultad.
No hay sindicato sin trabajadores y no hay trabajadores libres sin sindicato. Vivimos en una época que, a pesar de los progresos tecnológicos —y a veces precisamente a causa de ese sistema perverso que se define tecnocracia (cfr. Laudato si’, 106-114)— ha decepcionado en parte las expectativas de justicia en ámbito de trabajo. Y esto pide sobre todo volver a partir desde el valor del trabajo, como lugar de encuentro entre la vocación personal y la dimensión social. Trabajar permite a la persona realizarse a sí misma, vivir la fraternidad, cultivar la amistad social y mejorar el mundo. Las encíclicas Laudato si’ y Fratelli tutti pueden ayudar a emprender recorridos formativos que ofrezcan motivos de compromiso en el tiempo que estamos viviendo.
El trabajo construye la sociedad. Esto es una experiencia primaria de ciudadanía, en la que encuentra forma una comunidad de destino, fruto del esfuerzo y de los talentos de cada uno; tal comunidad es mucho más que la suma de las diferentes profesionalidades, porque cada uno se reconoce en la relación con los otros y para los otros. Y así, en la trama ordinaria de las conexiones entre las personas y los proyectos económicos y políticos, se da vida día a día al tejido de la “democracia”. Es un tejido que no se confecciona en el despacho de algún palacio, sino con laboriosidad creativa en las fábricas, en los talleres, en las empresas agrícolas, comerciales, artesanales, en las obras de construcción, en las administraciones públicas, en las escuelas, en las oficinas, etc. Viene “de abajo”, de la realidad.
Queridos amigos, si hago referencia a esta visión, es porque entre las tareas del sindicato está la de educar al sentido del trabajo, promoviendo una fraternidad entre los trabajadores. No puede faltar esta preocupación formativa. Esta es la sal de una economía sana, capaz de hacer mejor el mundo. De hecho, «los costes humanos son siempre también costes económicos y las disfunciones económicas comportan igualmente costes humanos. Dejar de invertir en las personas para obtener un mayor rédito inmediato es muy mal negocio para la sociedad» (Enc. Laudato si’, 128).
Junto a la formación, siempre es necesario señalar las distorsiones del trabajo. La cultura del descarte se ha colado en los pliegues de las relaciones económicas y también ha invadido el mundo del trabajo. Esto se puede ver, por ejemplo, cuando la dignidad humana es pisoteada por la discriminación de género —¿por qué una mujer debe ganar menos que un hombre? ¿Por qué una mujer, en cuanto se ve que empieza a “engordar”, la despiden para no pagar la baja por maternidad? —; se puede ver en la precariedad juvenil —¿por qué las opciones de vida deben retrasarse debido a una precariedad crónica?—; o también en la cultura de la excedencia laboral; y ¿por qué los trabajos más extenuantes siguen estando tan poco tutelados? Demasiada gente sufre por falta de trabajo o trabajo indigno: sus rostros merecen ser escuchados, merecen el esfuerzo sindical.
Quisiera compartir con vosotros de forma particular algunas preocupaciones. En primer lugar, la seguridad de los trabajadores. Vuestro secretario general ha hablado de ello. Todavía hay demasiados muertos —lo veo en los periódicos: todos los días hay alguno—, ¡demasiados mutilados y heridos en los lugares de trabajo! Cada muerte en el trabajo es una derrota para toda la sociedad. Más que contarlos al final de cada año, deberíamos recordar sus nombres, porque son personas y no números. ¡No permitamos que se pongan en el mismo plano el beneficio y la persona! La idolatría del dinero tiende a pisotear todo y a todos y no custodia las diferencias. Se trata de formarse para tener en el corazón la vida de los trabajadores y de educarse en tomarse en serio las normativas de seguridad: solo una sabia alianza puede prevenir esos “incidentes” que son tragedias para las familias y las comunidades.
Una segunda preocupación es la explotación de las personas, como si fueran máquina de rendimiento. Hay formas violentas, como la contratación irregular y la esclavitud de los jornaleros en agricultura o en las obras y en otros lugares de trabajo, la constricción a turnos extenuantes, el juego a la baja en los contratos, el desprecio a la maternidad, el conflicto entre trabajo y familia. ¡Cuántas contradicciones y cuántas guerras entre pobres se consumen en torno al trabajo! En los últimos años han aumentado los llamados “trabajadores pobres”: personas que, incluso teniendo trabajo, no logran mantener a sus familias y dar esperanza para el futuro. El sindicato —escuchad bien esto— está llamado a ser voz de quien no tiene voz. Vosotros tenéis que hacer ruido para dar voz a quien no tiene voz. En particular, os encomiendo la atención por los jóvenes, a menudo obligados a contratos precarios, inadecuados, también esclavizantes. Os doy las gracias por cada iniciativa que favorece políticas activas del trabajo y tutela la dignidad de las personas.
Además, en estos años de pandemia ha aumentado el número de las renuncias en el trabajo. Jóvenes y no tan jóvenes están insatisfechos de sus profesiones, del clima que se respira en los ambientes laborales, con las formas de contratación, y prefieren renunciar. Buscan otras oportunidades. Este fenómeno no significa desvinculación, sino la necesidad de humanizar el trabajo. También en este caso, el sindicato puede realizar una labor de prevención, apostando por la calidad del trabajo y acompañando a las personas hacia una reubicación más adecuada al talento de cada uno.
Queridos amigos, os invito a ser “centinelas” del mundo del trabajo, generando alianzas y no contraposiciones estériles. La gente tiene sed de paz, sobre todo en este momento histórico, y la contribución de todos es fundamental. Educar a la paz también en los lugares de trabajo, a menudo marcados por conflictos, puede convertirse en signo de esperanza para todos. También para las generaciones futuras.
Gracias por lo que hacéis y que haréis por los pobres, los migrantes, las personas frágiles y con discapacidad, los desempleados. No dejéis de cuidar también a quien no se inscribe en el sindicato porque ha perdido la confianza; y de dar espacio a la responsabilidad juvenil.
Os encomiendo a la protección de san José, que ha conocido la belleza y la fatiga de hacer bien el propio trabajo y la satisfacción de ganar el pan para la familia. Mirémosle a él y a su capacidad de educar a través del trabajo. Os deseo un Navidad serena a todos vosotros y a vuestros seres queridos. El Señor os bendiga y la Virgen os custodie. Y si podéis, rezad por mí. ¡Gracias!
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