DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A UNA DELEGACIÓN DE LOS HERMANOS OBLATOS DIOCESANOS
Viernes, 14 de abril de 2023
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Queridos hermanos, ¡buenos días y bienvenidos!
Doy las gracias por su saludo al Superior y me alegra acoger a un grupo de hermanos consagrados. Para mí son valiosas las ocasiones en las que puedo reunirme con hermanos consagrados: es un testimonio del valor de esta presencia en la Iglesia, que merece ser redescubierta. Por esto os agradezco y os animo porque sois un signo, pequeño pero importante, diría indispensable, en el mosaico de las vocaciones en la Iglesia.
En primer lugar, vosotros sois signos de la fraternidad según el Evangelio. Y lo sois precisamente con vuestro ser hermanos: no con las cosas que hacéis, con la organización, las actividades… Todas estas cosas son buenas y son necesarias, pero la fraternidad se construye con una forma concreta de vida. Una forma estable, que cada uno de vosotros naturalmente vive de una forma diferente, con su propia personalidad, sus propios dones y también con sus propios límites; pero la característica común y calificante es esta fraternidad. Pienso —y espero— que esto sea para vosotros motivo de alegría interior, porque es vuestra forma de asemejaros a Jesús, que ha vivido esta dimensión del ser hermanos de cada hombre, hermano universal. Es un aspecto proprio del misterio de la Encarnación. Esto es lo primero que os deseo: la alegría de ser hermanos.
Vosotros sois hermanos oblatos. Este es el segundo aspecto: la oblación, el don de sí en el servicio. Jesús, de la forma de Dios, ha asumido la forma de siervo; pero atención: no un servicio de los que todos dicen: ¡qué bueno!, un servicio para aplaudir, “que se convierte en noticia”. No. Un servicio escondido, humilde, a veces también humillante. Este —lo sabemos— es el camino que debe seguir todo cristiano. Pero vosotros lo tenéis por carisma: la oblación. Y también aquí, a quien vive así, el Espíritu Santo dona una alegría interior. Hablaba de ello a menudo Madre Teresa; la alegría de servir. Cuando María fue a ayudar a Isabel, no estaban esperándola los fotógrafos, no había periodistas. Nadie lo supo. Y precisamente aquí está la alegría: ¡que lo sabe solo el Señor! La bienaventuranza del servicio. Este es mi segundo deseo.
Y el último está unido al hecho de que sois diocesanos. Hermanos oblatos diocesanos. También esta es una dimensión de la Encarnación: ser fieles a una tierra, a un pueblo, a una diócesis. ¡A veces quisiéramos salvar el mundo! Pero Dios te dice: sé fiel a ese servicio, a esas personas, a esa obra… Jesús ha salvado al mundo dando la vida por las ovejas perdidas de la casa de Israel, y así cumplió la fidelidad del Padre; amó hasta al final a los que el Padre le había dado, derramó su sangre por ellos, y así la derramó por todos. Esta es la ley del amor: no se puede amar la humanidad en abstracto, se ama a esa persona, a esas personas. ¡La fidelidad es un bien raro! Ya lo decía un salmo: «se acabaron los veraces entre los hijos de Adán» (Sal 12,2). El servicio diocesano es una escuela de fidelidad. Y vosotros lo hacéis con vuestro ser hermanos oblatos.
Fraternidad, oblación, diocesanidad. ¡Un buen programa de vida! Qu el Señor os acompañe siempre en este camino y la Virgen os custodie en la alegría y en la felicidad. Os bendigo de corazón y os pido que recéis por mí. ¡Gracias!
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