VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD EL PAPA FRANCISCO
A HUNGRÍA
(28-30 de abril de 2023)
ENCUENTRO CON LOS JÓVENES
DISCURSO DEL SANTO PADRE
László Papp Budapest Sportaréna, Budapest
Sábado, 29 de abril de 2023
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Dicsértessék a Jézus Krisztus! [¡Alabado sea Jesucristo!]
Queridos hermanos y hermanas, quisiera decirles: köszönöm! [¡gracias!] Gracias por la danza, gracias por el canto, por sus valientes testimonios, y gracias a cada uno por estar aquí. Estoy feliz de estar con ustedes. Gracias.
Mons. Ferenc nos dijo que la juventud es un tiempo de grandes preguntas y grandes respuestas. Es cierto, y es importante que haya alguien que provoque y escuche sus preguntas, y que no les dé respuestas fáciles, respuestas preconfeccionadas, sino que les ayude a desafiar sin miedo la aventura de la vida en busca de grandes respuestas. Las respuestas preconfeccionadas no sirven, no dan la felicidad. Esto, de hecho, es lo que hizo Jesús. Bertalan, has dicho que Jesús no es un personaje de cuento ni el superhéroe de un cómic, y es verdad: Cristo es Dios en carne y hueso, es el Dios vivo que se hace cercano a nosotros; es el Amigo, el mejor de los amigos; es el Hermano, el mejor de los hermanos, y es muy bueno haciendo preguntas. En el Evangelio, de hecho, Él, que es el Maestro, hace preguntas antes de dar respuestas. Pienso en el momento en que se encuentra frente a aquella mujer adúltera a la que todos acusaban. Jesús interviene, los que la acusaban se marchan y Él se queda a solas con ella. Entonces le pregunta con dulzura: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Nadie te ha condenado?» (Jn 8,10). Ella responde: «Nadie, Señor» (v. 11). Y así, al decir esto, ella comprende que Dios no quiere condenar, sino perdonar. Métanse esto en la cabeza: Dios no quiere condenar, sino perdonar. Dios perdona siempre. ¿Cómo se dice en húngaro “Dios perdona siempre”? [El traductor lo dice en húngaro y el Papa lo hace repetir a los jóvenes] ¡No lo olviden! ¡Él está dispuesto a levantarnos en cada caída! Con Él, por tanto, nunca debemos tener miedo de caminar y avanzar en la vida. Pensemos también en María Magdalena, que en la mañana de Pascua fue la primera en ver a Jesús resucitado —y tenía una historia esa mujer, pero fue antes de verlo—. Estaba llorando junto al sepulcro vacío y Jesús le preguntó: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?» (Jn 20,15). Y así, conmovida en lo más íntimo, María Magdalena le abre su corazón, le cuenta su angustia, le revela sus deseos y su amor: “¿Dónde está el Señor?”.
Y veamos el primer encuentro de Jesús con los que iban a ser sus discípulos. Dos de ellos, enviados por Juan el Bautista, lo siguen. El Señor se vuelve y les hace una sola pregunta: «¿Qué quieren?» (Jn 1,38). También yo les hago una pregunta, y cada uno responda en su corazón, en silencio. Mi pregunta es: “¿Qué buscan? ¿Qué buscan en la vida? ¿Qué buscas en tu corazón?”. En silencio, cada uno responde dentro de sí. ¿Qué es lo que yo busco? Jesús no da muchas lecciones, no, camina, camina con cada uno de nosotros; Jesús camina junto a cada uno de nosotros. No quiere que sus discípulos sean alumnos repitiendo una lección, sino que sean jóvenes libres y que caminen; compañeros de camino de un Dios que escucha, que escucha sus necesidades y está atento a sus sueños. Luego, después de mucho tiempo, dos jóvenes discípulos caen tristemente en un error —los discípulos de Jesús cayeron muchas veces— y piden a Jesús algo equivocado, o sea, que puedan estar a su derecha y a su izquierda cuando se convierta en rey —ellos querían trepar—. Pero es interesante ver que Jesús no les reprende por tal atrevimiento, no les dice: “¡Cómo se atreven, dejen de soñar esas cosas!”. No, Jesús no derriba sus sueños, sino que les corrige sobre cómo realizarlos; acepta su deseo de llegar alto —esto es bueno—, pero insiste sobre un punto, para que lo recuerden bien: uno no se hace grande pasando por encima de los demás, sino abajándose hacia los demás; no a costa de los demás, sino sirviendo a los demás (cf. Mc 10,35-45). [Pide al traductor que repita la última frase en húngaro] ¿Han entendido? Como pueden ver, amigos, Jesús se alegra de que alcancemos grandes metas. No nos quiere vagos y perezosos, no nos quiere callados y tímidos; nos quiere vivos, activos, protagonistas, protagonistas de la historia. Y nunca desprecia nuestras expectativas, sino que, al contrario, sube la barra de nuestros deseos. Jesús estaría de acuerdo con un proverbio de ustedes, que espero pronunciar bien: Aki mer az nyer [El que no arriesga, no gana].
Ustedes me pueden preguntar: ¿cómo se hace para salir vencedores en la vida? Hay dos pasos básicos, como en el deporte: primero, apuntar alto; segundo, entrenar. Apuntar alto. Dime, ¿tienes un talento? Seguramente lo tienes, todos lo tenemos. No lo dejes de lado pensando que todo lo que necesitas para ser feliz es lo mínimo: un título, un trabajo para ganar dinero, un poco de diversión. No, pon en juego lo que tienes. ¿Tienes una cualidad particular? Invierte en ella, ¡sin miedo! ¡Sigue adelante! ¿Sientes en tu corazón que tienes una capacidad que puede hacer mucho bien? ¿Sientes que es hermoso amar al Señor, crear una familia numerosa, ayudar a los necesitados? Sigue adelante, no pienses que sean deseos inalcanzables, ¡invierte en las grandes metas de la vida! Este es el primero, apuntar alto. Y el segundo: entrenarse. ¿Cómo? En diálogo con Jesús, que es el mejor entrenador posible. Él te escucha, Él te motiva, Él cree en ti. ¿Sabes? Jesús cree en ti, sabe sacar lo mejor de ti. Y siempre te invita a hacer equipo: nunca solo, sino con los demás; esto es muy importante. Si tú quieres madurar y crecer en la vida, sigue adelante haciendo equipo, en la comunidad, viviendo experiencias comunes. Pienso, por ejemplo, en las Jornadas Mundiales de la Juventud, y aprovecho para invitarlos a la próxima, que será en Portugal, en Lisboa, a principios de agosto. Hoy en día existe la gran tentación de conformarse con un celular y algunos amigos —por favor, esto es poca cosa—. Pero, aunque eso es lo que hacen muchos, aunque eso es lo que te gustaría hacer, no hace bien. Tú no puedes encerrarte en un grupito de amigos y dialogar sólo con el celular. Esto es algo —permítanme la expresión— un poco estúpido.
También hay un elemento importante en este entrenamiento, y tú, Krisztina, nos lo has recordado al decir que, en medio de mil prisas, de tanto frenesí y velocidad, hay algo esencial que les falta hoy a los jóvenes, y también a los adultos. Dijiste: “No nos damos tiempo para estar en silencio en medio del ruido, porque tenemos miedo a la soledad y entonces todos los días acabamos cansados”. Lo has dicho tú, Krisztina: gracias. Quisiera decirles: en esto, no tengan miedo de ir contracorriente, de encontrar cada día un tiempo de silencio para hacer un alto y rezar. Hoy todo les dice que tienen que ser rápidos, eficientes, prácticamente perfectos, ¡como si fueran máquinas! Pero, queridos amigos, nosotros no somos máquinas. Y luego nos damos cuenta de que a menudo nos quedamos sin gasolina y no sabemos qué hacer. Es muy bueno poder detenerse para volver a llenar el tanque, para recargar baterías. Pero cuidado: no para sumergirse en las propias melancolías ni para estar rumiando nuestras tristezas; ni tampoco para pensar en la persona que me hizo esto o aquello, haciendo teorías sobre cómo se comportan los demás; no, esto no hace bien. Esto es un veneno, esto no se hace.
El silencio es el terreno en el cual se pueden cultivar relaciones provechosas, porque nos permite confiarle a Jesús lo que vivimos, llevarle rostros y nombres, depositar en Él nuestras angustias, pensar en nuestros amigos y hacer una oración por ellos. El silencio nos da la posibilidad de leer una página del Evangelio que le hable a nuestra vida; de adorar a Dios, encontrando así la paz en nuestro corazón. El silencio te permite escoger un libro que no estás obligado a leer, pero que te ayuda a leer el corazón humano; a observar la naturaleza para no estar sólo en contacto con las cosas hechas por el hombre y descubrir así la belleza que nos rodea. Pero el silencio no es para quedarse pegado al celular y a las redes sociales. No, por favor. La vida es real, no virtual; no sucede en una pantalla, ¡la vida sucede en el mundo! Por favor, no virtualizar la vida. Lo repito: no virtualizar la vida, que es concreta. ¿Entendido?
El silencio, pues, es la puerta de la oración, y la oración es la puerta del amor. Dora, quisiera darte las gracias porque has hablado de la fe como de una historia de amor —es hermoso esto, es tu experiencia—, en la que cada día te enfrentas a las dificultades de la adolescencia, pero sabes que hay Alguien contigo, Alguien para ti, y que ese Alguien, Jesús, no tiene miedo de superar contigo cada obstáculo que encuentres. La oración ayuda a realizar esto, porque es un diálogo con Jesús, como la Misa es un encuentro con Él, y la Confesión es el abrazo que recibes de Él. Me viene a la mente vuestro gran músico Ferenc Liszt. Durante la limpieza de su piano, se encontraron unas cuentas de rosario que tal vez, al romperse, habían caído en el instrumento. Es una pista que nos hace pensar cómo, antes de una composición o de una interpretación, quizá incluso después de un momento de diversión con el piano, era habitual para él rezar: hablaba al Señor, hablaba a la Virgen de lo que amaba y ponía su arte y sus talentos en oración. Rezar no es aburrido. Somos nosotros los que lo hacemos aburrido. Rezar es un encuentro, un encuentro con el Señor. Esto es hermoso. Y cuando recen, no tengan miedo de llevar a Jesús todo lo que pasa en vuestro mundo interior: los afectos, los miedos, los problemas, las expectativas, los recuerdos, las esperanzas, todo, también los pecados. Él entiende todo. La oración es diálogo de vida, la oración es vida. Bertalan, hoy no has tenido vergüenza de contarnos a todos sobre la angustia que a veces te paraliza y las luchas para acercarte a la fe. Qué hermoso cuando se tiene la valentía de ser auténticos, que no significa mostrar que nunca se tiene miedo, sino abrirse y compartir las fragilidades con el Señor y con los demás, sin esconderse, sin disimular, sin usar máscaras. Gracias por tu testimonio, Bertalan, gracias. El Señor, como nos dice el Evangelio en cada página, no hace grandes cosas con personas extraordinarias, sino con personas auténticas, limitadas como nosotros. En cambio, quienes confían en sus propias capacidades y viven de las apariencias para quedar bien, alejan a Dios de su corazón porque solamente se ocupan de sí mismos. Jesús con sus preguntas, con su amor, con su Espíritu, escarba en nosotros para hacernos personas auténticas. Y hoy existe una gran necesidad de personas auténticas. Les digo esto: ¿saben cuál es el peligro hoy? Ser personas falsas. Por favor, nunca una persona falsa, siempre una persona auténtica, con su propia verdad. “Mire, Padre, yo me avergüenzo porque mi realidad no es buena, sabe, Padre, yo tengo mis cosas dentro”. Mira hacia adelante, al Señor, ten ánimo. El Señor nos quiere como somos, como somos ahora, nos quiere tal como somos. Ánimo y adelante. No tengan miedo a sus propias miserias.
Y a este respecto, nos ha impresionado lo que has dicho, Tódor, empezando por tu nombre, que llevas en honor del beato Teodoro, un gran confesor de la fe que nos llama a no vivir a medias. Has querido “hacer sonar el despertador”, al decir que el celo por la misión está anestesiado por el hecho de que vivimos en la seguridad y la comodidad, mientras que a pocos kilómetros de aquí la guerra y el sufrimiento están a la orden del día. He aquí, pues, la invitación: tomar la vida en nuestras manos para ayudar al mundo a vivir en paz. Dejemos que esto nos interpele. Preguntémonos, cada uno de nosotros: ¿qué hago yo por los demás?, ¿qué hago yo por la sociedad, ¿qué hago yo por la Iglesia?, ¿qué hago yo por mis enemigos? ¿Vivo pensando en mi propio bien o me arriesgo por alguien, sin calcular mis propios intereses? Por favor, preguntémonos por nuestra gratuidad, por nuestra capacidad de amar, amar según Jesús, es decir, amar y servir.
Queridos amigos, hay una última cosa que quisiera compartir con ustedes, una página del Evangelio que resume lo que hemos estado diciendo. Hace un año y medio estuve aquí para el Congreso Eucarístico. En el Evangelio de Juan, en el capítulo seis, hay una hermosa página eucarística que tiene como centro a un joven. Habla de un muchacho que estaba entre la multitud escuchando a Jesús. Probablemente sabía que el encuentro iba a durar bastante y había sido previsor: había traído consigo su almuerzo —¿ustedes trajeron un bocadillo?—. Jesús siente compasión por la multitud —eran más de cinco mil— y quiere darle de comer; así que, a su estilo, hace preguntas a los discípulos para abrir paso a sus capacidades. Le pregunta a uno de ellos cómo hacerlo y éste le da una respuesta “contable”: «Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan» (Jn 6,7). Como dando a entender que era matemáticamente imposible. Otro, mientras tanto, ve a aquel muchacho y hace una observación, pero de nuevo pesimista: «Aquí hay un joven que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?» (v. 9). En cambio, para Jesús esos cinco panes y dos peces son más que suficientes, son más que suficientes para realizar el famoso milagro de la multiplicación de los panes. Cada uno de nosotros, las pequeñas cosas que tenemos, también nuestros pecados, a Jesús le bastan. ¿Y nosotros qué debemos hacer? Dejarlas en las manos de Dios. Esto basta.
Sin embargo, el Evangelio no cuenta un detalle, y lo deja a nuestra imaginación: ¿cómo convencieron los discípulos a aquel muchacho para que diera todo lo que tenía? Tal vez le hayan pedido que compartiera su almuerzo y él habrá mirado a su alrededor, notando que había miles de personas. Y quizás, como ellos, habrá respondido diciendo: “No es suficiente, ¿por qué me lo piden a mí y no se ocupan ustedes, que son los discípulos de Jesús? ¿Quién soy yo?”. Entonces, tal vez, le habrán dicho que era el mismo Jesús quien se lo pedía. Y el joven hace una cosa extraordinaria: se fía. Aquel muchacho, que tenía el almuerzo para él, se fía, lo da todo, no se guarda nada para sí. Había venido para recibir de Jesús y se encuentra dándole a Jesús. Así es como se produce el milagro. Viene del compartir: la multiplicación realizada por Jesús comienza cuando aquel muchacho comparte con Él y para los demás. Lo poco que tenía aquel joven, en manos de Jesús, se convierte en mucho. Es ahí adonde conduce la fe: a la libertad de dar, al entusiasmo de entregarse, a superar los miedos, a arriesgar. Amigos, cada uno de ustedes es valioso para Jesús, ¡y también para mí! Recuerden que nadie puede ocupar su lugar en la historia del mundo, en la historia de la Iglesia; nadie puede ocupar tu lugar, nadie puede hacer lo que sólo tú puedes hacer. Así que ayudémonos mutuamente a creer que somos amados y valiosos, que estamos hechos para cosas grandes. Recemos por ello y animémonos mutuamente. Y no se olviden tampoco de ayudarme con sus oraciones. Köszönöm! [¡Gracias!]
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