DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS MIEMBROS DEL SERVICIO MISIONERO JUVENIL (SERMIG)
Sala Clementina
Sábado, 7 de enero de 2023
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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos!
Gracias, querido Ernesto, por tu saludo. Y gracias a todos vosotros por haber venido. Saludo también a los miembros del Sermig que no han podido venir y participan a distancia.
Hoy tenemos la ocasión de agradecer juntos al Señor por el Sermig, que es una especie de gran árbol crecido a partir de una pequeña semilla. Así son las realidades del Reino de Dios. El Señor lanzó la pequeña semilla en Turín a finales de los años sesenta. Una época muy fecunda, basta pensar en el pontificado de San Juan XXIII y el Concilio Vaticano II. En esos años germinaron en la Iglesia diferentes experiencias de servicio y de vida comunitaria, a partir del Evangelio. Y ahí donde ha habido una continuidad, gracias a algunas vocaciones que han recibido respuestas generosas y fieles, estas experiencias se han estructurado y han crecido buscando corresponder a los signos de los tiempos. El Sermig, Servicio Misionero Juvenil, es una de estas. Nació en Turín de un grupo de jóvenes; pero sería mejor decir: de un grupo de jóvenes junto al Señor Jesús. Por otro lado, Él lo dijo claramente a sus discípulos: «separados de mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5). De los frutos se ve claramente que en el Sermig no se ha hecho mero activismo, sino que se ha dejado espacio a Él: se le ha rezado, se le ha adorado, se le ha reconocido en los pequeños y en los pobres, se le ha acogido en los marginados. Siempre Él, mirándole a Él.
En la historia del Sermig hay muchos sucesos, muchos gestos que se pueden leer como pequeños y grandes signos del Evangelio vivo. Pero entre todos estos hay uno que, en este momento histórico, resalta con una fuerza extraordinaria. Me refiero a la transformación del Arsenal Militar de Turín en el “Arsenal de la Paz”. Es un hecho que habla por sí solo. Es un mensaje, por desgracia dramáticamente actual, que se debe repetir continuamente.
También aquí debemos estar atentos a no “salir del camino”. El Arsenal de la Paz —como las otras realizaciones del Sermig, y en general todas las obras de las comunidades cristianas— es un signo del Evangelio no tanto por los números que cuantifican la operación. No hay que detenerse en esto. El Arsenal del Paz es fruto del sueño de Dios, podríamos decir del poder de la Palabra de Dios. Ese poder que sentimos cuando escuchamos la profecía de Isaías: «Forjarán de sus espadas azadones, y de sus lanzas podaderas. No levantará espada nación contra nación, ni se ejercitarán más en la guerra» (2,4). Este es el sueño de Dios que el Espíritu Santo lleva adelante en la historia a través de su pueblo fiel. Así fue también para vosotros: a través de la fe y la buena voluntad de Ernesto, de su mujer y del primer grupo del Sermig se ha convertido en el sueño de muchos jóvenes. Un sueño que ha movido brazos y piernas, ha animado proyectos, acciones y se ha concretizado en la conversión de un arsenal de armas en un arsenal de paz.
¿Y qué se “fabrica” en el Arsenal de la Paz? ¿Qué se construye? Se fabrican artesanalmente las armas de la paz, que son el encuentro, el diálogo, la acogida. ¿Y de qué forma se fabrican? A través de la experiencia: en el Arsenal los jóvenes pueden aprender concretamente a encontrar, a dialogar, a acoger. Este es el camino, porque el mundo cambia en la medida en que nosotros cambiamos. Mientras los señores de la guerra obligan a muchos jóvenes a combatir contra sus hermanos y hermanas, hacen falta lugares en los que se pueda experimentar la fraternidad. Esta es la palabra: fraternidad. De hecho, el Sermig se llama “fraternidad de la esperanza”. Pero se puede decir también a la inversa, es decir, “la esperanza de la fraternidad”. El sueño que anima los corazones de los amigos del Sermig es la esperanza de un mundo fraterno. Es el “sueño” que he querido relanzar en la Iglesia y en el mundo a través de la Encíclica Fratelli tutti (cfr. n. 8). Vosotros compartís ya este sueño, es más, formáis parte de él, contribuís a darle carne, darle manos, ojos, piernas, a darle vida. Por esto quiero dar gracias a Dios con vosotros, porque esta es una obra que no se puede hacer sin Dios. Porque la guerra se puede hacer sin Dios, pero la paz se hace solo con Él.
Queridos amigos del Sermig, ¡no os canséis nunca de construir el Arsenal de la Paz! Aunque la obra pueda parecer concluida, en realidad se trata de una obra siempre abierta. Esto vosotros lo sabéis bien, y de hecho en estos años habéis dado vida al Arsenal de la Esperanza en San Pablo de Brasil, al Arsenal del Encuentro en Madaba, Jordania, al Arsenal de la Armonía en Pecetto Turinés. Pero todas estas realidades: la paz, la esperanza, el encuentro, la armonía, se construyen solo con el Espíritu Santo, el Espíritu de Dios. Es Él que crea la paz, la esperanza, el encuentro, la armonía. Y las obras van adelante si quien trabaja en ellas se deja trabajar dentro por el Espíritu. Vosotros me diréis: ¿y quién no cree? ¿y quién no es cristiano? Esto a nosotros nos puede parecer un problema, pero ciertamente no lo es para Dios. Él, su Espíritu, habla al corazón de quien sepa escuchar. Cada hombre y mujer de buena voluntad puede trabajar en los Arsenales de la paz, de la esperanza, del encuentro y de la armonía.
Sin embargo, hace falta alguien que tenga el corazón bien enraizado en el Evangelio. Es necesaria una comunidad de fe y de oración que tenga encendido el fuego para todos. Ese fuego que Jesús vino a traer a la tierra y que ya arde para siempre (cfr. Lc 12,49). Y aquí se ve también el sentido de una comunidad de personas que abrazan integralmente la vocación y la misión de la fraternidad y la llevan adelante de forma estable.
Queridos hermanos y hermanas, os agradezco mucho este encuentro, y sobre todo vuestro testimonio y vuestro compromiso. ¡Id adelante! La Virgen os custodie y os acompañe. Os bendigo de corazón, y os pido por favor que recéis por mí. Gracias.
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