DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS MIEMBROS DE LA COMUNIDAD PAPA JUAN XXIII
Aula Pablo VI
Sábado, 14 de enero de 2023
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Queridos niños y niñas,
queridos chicos y chicas,
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
¡Gracias por haber venido! Gracias al responsable general, que ha dado voz a todos vosotros, aquí presentes, y también a los que no han podido venir pero están con el corazón. Doy las gracias en particular a los que de vosotros me han escrito sus historias, y también algunas preguntas.
El encuentro de hoy es especial, porque sois vosotros los más pequeños los que representáis a la gran familia de la Comunidad Papa Juan XXIII. Y por esto debemos dar las gracias al Señor y después a don Oreste Benzi, que ha dado vida a esta bella realidad. ¿Estáis de acuerdo? Está bien. Entonces, todos juntos podemos decir: “¡Gracias don Oreste!”. Otra vez: “¡Gracias don Oreste!”.
Y después hay otro aspecto importante, que me ha conmovido en las presentaciones que me habéis mandado hace un tiempo: el hecho de que vosotros niños y chicos os habéis presentados cada uno con vuestro propio nombre. Así le gusta a Dios, que nos conoce a cada uno por el nombre. No somos anónimos, no somos fotocopias, ¡todos somos originales! Y así debemos ser: originales, no fotocopias, lo decía el beato Carlo Acutis, un chico como vosotros. Dios nos conoce uno a uno, con nuestro nombre y nuestro rostro, que es único. Ciertamente, tenemos también nuestros límites; algunos de nosotros lamentablemente cargamos con grandes limitaciones. Pero esto no quita nada al valor de una persona: cada uno es único, es hijo o hija de Dios, cada uno es hermano o hermana de Jesús, pero único.
Una comunidad cristiana que acoge a la persona tal y como es ayuda a verla como la ve Dios. ¿Y cómo nos ve Dios? Con la mirada del amor. Dios ve también nuestros límites, es verdad, y nos ayuda a llevarlos; pero Dios mira sobre todo el corazón, y ve a cada persona en su plenitud. Dios nos ve a imagen de Jesús, su Hijo, y con su amor nos ayuda a parecernos más a Él. Jesús es el hombre perfecto, lo sabemos, es la plenitud de lo humano, y el amor de Dios nos hace crecer hacia esta medida completa, hacia la plenitud. Sabemos que la alcanzaremos en el paraíso, pero ya en esta vida el amor nos hace madurar así. Es un poco como la semilla que en el campo brota y crece con la ayuda de la lluvia y del sol, se desarrolla y se convierte, por ejemplo, en una bonita espiga de trigo.
Y sabéis, hay signos que hacen entender cuando una persona es acogida con amor, cuando un niño, una niña, un chico, una chica, pero también una persona grande, de cualquier edad es mirada con la mirada de Dios, es acogida con amor. ¿Cuáles son estos signos? Hay varios, pero elijo uno: la sonrisa. He visto que lo habéis dicho también vosotros, más de una vez, contando vuestras historias: “Ese niño o esa niña tiene problemas, pero está siempre sonriente…”. ¿Por qué? Porque se siente amado, amada, se siente acogido, acogida, tal y como es. Cuando un niño recién nacido está en brazos de su madre, que lo mira y le sonríe, empieza a sonreír. La sonrisa es una flor que florece en el calor del amor.
Queridos niños y chicos, en vuestras historias, y también en vuestras preguntas, destaca una experiencia que muchos de vosotros tenéis en común: la experiencia de la casa familia. Hoy, aquí con vosotros, quiero subrayar que las “casas familia” nacieron de la mente y del corazón de don Oreste Benzi. Él era un sacerdote que miraba a los chicos y a los jóvenes con los ojos de Jesús, con el corazón de Jesús. Y estando cerca de los que se comportaban mal, que estaban descarriados, entendió que a ellos les faltaba el amor de un padre y de una madre, el cariño de los hermanos. Entonces don Oreste, con la fuerza del Espíritu Santo y la implicación de personas a las que Dios daba esta vocación, empezó la experiencia de la acogida a tiempo completo, del compartir la vida; y de ahí nació la que él ha llamado “casa familia”. Una experiencia que se ha multiplicado, en Italia y en otros países, y que se caracteriza por la acogida en casa de personas que se convierten realmente en los propios hijos regenerados por el amor cristiano. Un padre y una madre que abren las puertas de casa para dar una familia a quien no la tiene. Una verdadera familia; no una ocupación laboral, sino una opción de vida. En ella hay sitio para todos: menores, personas con discapacidad, ancianos, italianos o extranjeros, y cualquier persona que busque un punto firme desde el que volver a empezar o una familia en la que reencontrarse. La familia es el lugar donde cuidar a todos, tanto a las personas acogidas como a las acogedoras, porque es la respuesta a la necesidad innata de relaciones que tiene cada persona.
Y ahora, queridos amigos, quisiera dirigirme personalmente a cada uno de vosotros. Saludo a Francesco, de seis años, que hoy no ha podido venir, y rezo por su madre que está enferma. Saludo a Biagio, de 14 años: tampoco él ha podido venir, y le mando una bendición. Y tú, Sara, que tienes 13 años y has escapado de Irak, custodias en el corazón tu santo deseo que a los niños no se les robe su infancia: ¡Dios te ayudará a cumplirlo! Tú que quisieras ver a la abuela que se fue al cielo, habla con ella en tu corazón y sigue sus buenos ejemplos, y un día la verás de nuevo. A ti que, como tantos adolescentes, te cuesta percibir la belleza de la misa, no temas: en el momento justo Jesús vivo te hará sentir su presencia. Gracias a ti, pequeño amigo, que te acuerdas de los inocentes que son asesinados en el seno materno. Y gracias de corazón a vosotros, niños y chicos, que cada domingo os reunís online para rezar el rosario. Quiero deciros: vuestra oración por la paz, aunque no lo parezca, Dios la escucha; y nosotros creemos que Dios dona la paz, inmediatamente, ¡hoy! Dios nos la dona, pero nos corresponde a nosotros acogerla, en el corazón y en la vida. Estad seguros de que Dios escucha vuestra oración, ¡y seguid adelante!
Queridos amigos, ¡muchas gracias a todos vosotros! Que el Señor bendiga a la Comunidad Papa Juan XIII y que la Virgen os custodie siempre en la fe, en la esperanza y en el amor. Os bendigo de corazón. Y os pido por favor que recéis por mí. ¡Gracias!
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