DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN EL ENCUENTRO PROMOVIDO POR LA CONFERENCIA EPISCOPAL ITALIANA PARA LA PROTECCIÓN DE MENORES Y PERSONAS VULNERABLES
Sala Clementina
Sábado, 18 de noviembre de 2023
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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Saludo al cardenal Zuppi, a monseñor Baturi y a monseñor Ghizzoni, y saludo a todos ustedes, representantes diocesanos y regionales de los Servicios de Protección de Menores y de los Centros de Escucha. Ustedes representan el compromiso de la Iglesia en Italia en la promoción de una cultura de protección de los menores y de los más vulnerables. Les doy la bienvenida al final de su primer encuentro nacional, en el día en que, por tercer año, todas las comunidades eclesiales de Italia se implican en la oración, en la petición de perdón y en la sensibilización ante esta dolorosa realidad. Esto es importante: la implicación de todo el pueblo de Dios. Y también los felicito porque han respondido con prontitud a la invitación con el informe sobre su red territorial. Gracias.
Para esta cita ustedes han elegido como tema La belleza herida. "Yo curaré tu herida y sanaré tus llagas" (Jer 30,17). En su servicio, déjense guiar por esta certeza anunciada por el profeta Jeremías: el Señor está dispuesto a curar todas las heridas, incluso las más profundas. Para que esto ocurra, sin embargo, es necesaria nuestra conversión y el reconocimiento de nuestras faltas. No nos podemos detener en nuestros esfuerzos para proteger a los menores y a las personas vulnerables y al mismo tiempo para combatir toda forma de abuso, ya sea sexual, de poder o de conciencia. A este respecto, me gustaría sugerir tres verbos de los que extraer orientaciones para cualquier iniciativa: custodiar, escuchar y curar.
Ante todo, custodiar: participar activamente al dolor de las personas heridas y hacer que toda la comunidad sea responsable de la protección de los minores y de las personas más vulnerables Toda la comunidad cristiana, en la riqueza de sus componentes y competencias, tiene que estar implicada, porqué la acción de tutela es parte integrante de la misión de la Iglesia en la construcción del Reino de Dios. Cuidar significa orientar cada uno su propio corazón, su propria mirada y sus propias acciones a favor de los más pequeños e indefensos. Es un camino que exige una renovación interior y comunitaria, en la justicia y en la verdad. Quien custodia, quien custodia su propio corazón, sabe que "no se puede aceptar ningún silencio u ocultación sobre el tema de los abusos" - se trata de una cuestión innegociable - y sabe también que es importante "perseguir la averiguación de la verdad y el restablecimiento de la justicia en el seno de la comunidad eclesial, inclusive en aquellos casos en que determinados comportamientos no son considerados delitos por el derecho estatal, pero sí por el derecho canónico" (cf. CEI-CISM, Líneas guía para la protección de menores y personas vulnerables). Custodiar significa también prevenir las ocasiones de mal, y esto sólo es posible a través de constantes actividades de formación dirigidas a difundir la sensibilidad y la atención a la protección de los más frágiles. Esto también es importante fuera de nuestro mundo eclesiástico. Piensen que, según las estadísticas mundiales, entre el 42% y el 46% de los abusos se cometen en la familia o en el ámbito de la vecindad. Calla, cubre todo: tíos, abuelos, hermanos, todo. Luego en el mundo del deporte, luego en las escuelas, y así sucesivamente.
El segundo elemento es el escuchar. Para custodiar es necesario saber escuchar, dejando de lado toda forma de protagonismo y de interés propio. La escucha es un movimiento del corazón y también una opción fundamental para poner en el centro de todas nuestras acciones a quien ha sufrido o sufre y a quien es más frágil y vulnerable. Pensemos en Jesús acogiendo a los niños y a todos los "pequeños" (cf. Mt 19,14). Escuchar a las víctimas es el paso necesario para hacer crecer una cultura de la prevención, que se concretiza en la formación de toda la comunidad, en la aplicación de procedimientos y buenas prácticas, en la vigilancia y en esa limpidez de las acciones que construye y renueva la confianza. Sólo escuchar el dolor de las personas que han sufrido estos terribles crímenes abre a la solidaridad y empuja a hacer todo lo posible para que los abusos no se repitan. Esta es la única vía para realmente compartir lo que ha sucedido en la vida de una víctima, para que nos sintamos llamados a la renovación personal y comunitaria. Estamos llamados a una reacción moral, a promover y testimoniar la cercanía a quienes han sido heridos por los abusos. Saber escuchar es cuidar a las víctimas. "Reparar el tejido desgarrado de la historia es un acto redentor, es el acto del Siervo que sufre, que no ha evitado el dolor, sino que ha tomado sobre sí toda culpa (cf. Is 53,1-14). Este es el camino de la reparación y de la redención: el camino de la cruz de Cristo" (Discurso a los miembros de la Pontificia Comisión para la protección de los menores, 5 de mayo de 2023).
Sólo siguiendo el camino del custodiar y escuchar es posible curar. En estos tiempos se ha extendido la cultura del descarte, en contra de lo que dice el Evangelio; nuestras comunidades deben ser una sana provocación para la sociedad, en su capacidad de asumir los errores del pasado y abrir nuevos caminos. La "cura" de las heridas es también una obra de justicia. Precisamente por eso es importante perseguir a quienes cometen esos crímenes, más aún si se cometen en contextos eclesiales. Y ellos mismos tienen el deber moral de una profunda conversión personal, que lleve al reconocimiento de su propia infidelidad vocacional, a la reanudación de su vida espiritual y a la humilde petición de perdón a las víctimas por sus acciones.
Expreso, por lo tanto, mi reconocimiento a las realidades que ustedes representan, los Servicios de Protección de la Infancia y los Centros de Escucha, repartidos por todo el país, como lugares a los que dirigirse para encontrar la escucha. Sigan haciendo todos los esfuerzos posibles. Y ocúpense también de una cosa muy mala que ocurre, que son los vídeos pornográficos que utilizan niños. Esto ocurre, de hecho está al alcance de cualquiera que pague en su teléfono móvil. ¿Dónde se hacen estas películas? ¿Quién es el responsable? ¿En qué país? Por favor, trabajen en esto: es una lucha que tenemos que hacer porque se propaga en los teléfonos móviles lo más feo. Por favor, sigan poniendo todo su empeño para que todos los que han sido heridos por la llaga de los abusos se sientan libres de acudir con confianza a los Centros de Escucha, encontrando esa acogida y apoyo que puede aliviar sus heridas y renovar su confianza traicionada. Cuidar es compartir la pasión eclesial y las competencias con el compromiso de formar al mayor número posible de agentes pastorales. Así se promueve un verdadero cambio cultural que pone en el centro a los más pequeños y vulnerables de la Iglesia y de la sociedad. Esta acción eclesial de su parte puede favorecer el crecimiento de la atención de toda la sociedad italiana sobre esta plaga que desgraciadamente implica a tantos, demasiados, menores y adultos.
Los resultados de la encuesta sobre las actividades de los Servicios y Centros que me han entregado hoy destacan precisamente el bien que ustedes saben hacer sobre el territorio, acercándose a quienes han sufrido una herida lacerante. Lo que hacen es un bien precioso tanto para las víctimas como para toda la comunidad eclesial. Lo que emerge de estas páginas es el testimonio de un compromiso constante y compartido. Esta es la manera de crear confianza, la confianza que conduce a una verdadera renovación.
Por último, deseo agradecerles el apoyo que están prestando a otras Conferencias Episcopales; así como su apoyo a los planes de la Pontificia Comisión para la Protección de Menores hacia aquellos países, especialmente en vías de desarrollo, que disponen de pocos recursos para la prevención y la aplicación de políticas de protección.
¡Sigan adelante! Estoy cerca de ustedes en su trabajo y los bendigo de corazón. Rezo por ustedes, porque su trabajo no es fácil; y ustedes, por favor, no se olviden de rezar por mí, porque mi trabajo tampoco es fácil.
Gracias
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