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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LA DELEGACIÓN DEL PATRIARCADO ECUMÉNICO 
CON OCASIÓN DE LA FIESTA DE LOS SANTOS PEDRO Y PABLO

Viernes, 28 de junio de 2024

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Eminencia, queridos hermanos en Cristo, ¡buenos días y bienvenidos!

Les agradezco sinceramente su presencia. Estoy agradecido a nuestro querido hermano, Su Santidad Bartolomé, y al Santo Sínodo del Patriarcado Ecuménico, por haber querido enviar este año también, una delegación que participara con nosotros en la fiesta de los Santos Patronos de la Iglesia de Roma los apóstoles Pedro y Pablo, que dieron testimonio de su fe en Jesucristo hasta el martirio en esta ciudad. Su venida en este aniversario, así como el envío de una delegación mía al Fanar con motivo de la fiesta del apóstol Andrés, hermano de Pedro, ofrecen la oportunidad de experimentar la alegría del encuentro fraternal y de dar testimonio de los profundos lazos que unen a las iglesias hermanas de Roma y Constantinopla, con la firme decisión de avanzar juntos hacia el restablecimiento de la unidad a la que sólo el Espíritu Santo puede guiarnos, la de la comunión en la legítima diversidad.

Este camino de acercamiento y pacificación recibió un nuevo impulso con el encuentro entre el Santo Papa Pablo VI y el santo Patriarca Ecuménico Atenágoras, celebrado hace sesenta años en Jerusalén. Tras siglos de distanciamiento mutuo, aquel encuentro fue un signo de gran esperanza, que no deja de inspirar los corazones y las mentes de tantos hombres y mujeres que hoy anhelan alcanzar, con la ayuda de Dios, el día en que podamos compartir juntos el banquete eucarístico. Hace diez años, en mayo de 2014, el Patriarca Ecuménico Su Santidad Bartolomé y yo peregrinamos a Jerusalén, para conmemorar el 50º aniversario de aquel acontecimiento histórico. Fue exactamente allí, donde nuestro Señor Jesucristo murió, resucitó y ascendió a los cielos, y donde el Espíritu Santo se derramó por primera vez sobre los discípulos, donde reafirmamos nuestro compromiso de seguir caminando juntos hacia la unidad por la que Cristo el Señor rogó al Padre, «que todos sean uno» (Jn 17,21). Mantengo vivo y agradecido el recuerdo de aquella peregrinación común con Su Santidad Bartolomé, y doy gracias a Dios Padre misericordioso por la amistad fraternal que se ha desarrollado entre nosotros a lo largo de estos años. Se ha alimentado en muchos encuentros, en muchas ocasiones de cooperación concreta entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa sobre cuestiones de gran importancia para las Iglesias y para el mundo, como el cuidado de la creación, la defensa de la dignidad humana, la paz.

Seguro de interpretar también los sentimientos de mi querido hermano, quisiera repetir lo que afirmamos juntos en aquella ocasión: el diálogo entre nuestras iglesias no implica ningún riesgo para la integridad de la fe, al contrario, es una exigencia que nace de la fidelidad al Señor y nos conduce a la verdad completa (cf. Jn 16, 13), mediante un intercambio de dones, bajo la guía del Espíritu Santo (cf. Declaración conjunta del Papa Francisco y del Patriarca ecuménico Bartolomé, Jerusalén, 25 de mayo de 2014). Por eso, animo el trabajo de la Comisión Mixta Internacional para el Diálogo Teológico entre la Iglesia Católica y la Iglesia Ortodoxa, que ha emprendido el estudio de delicadas cuestiones históricas y teológicas. Espero que los pastores y teólogos implicados en este proceso vayan más allá de las disputas puramente académicas y escuchen de buen grado lo que el Espíritu Santo está diciendo a la vida de la Iglesia, así como que lo que ya se ha estudiado y acordado encuentre plena aceptación en nuestras comunidades y lugares de formación. Siempre habrá resistencia a ello, en todas partes, pero debemos avanzar con valentía.

Recordando la reunión de Jerusalén, nuestros pensamientos se dirigen a la dramática situación que se vive hoy en Tierra Santa. Como resultado de aquella peregrinación, el 8 de junio de 2014, Su Santidad Bartolomé y yo, también en presencia del Patriarca greco-ortodoxo de Jerusalén, Su Beatitud Teófilo III, recibimos en los Jardines Vaticanos al difunto presidente del Estado de Israel y al presidente del Estado de Palestina, para hacer un llamamiento a la paz en Tierra Santa, en Oriente Medio y en todo el mundo. Diez años después, la historia actual nos muestra de forma trágica la necesidad y la urgencia de rezar juntos por la paz, para que esta guerra termine, los jefes de las Naciones y las partes en conflicto reencuentren el camino de la concordia y todos se reconozcan como hermanos. Naturalmente, esta invocación por la paz se extiende a todos los conflictos en curso, especialmente a la guerra que se libra en la atormentada Ucrania.

En un momento en que tantos hombres y mujeres son prisioneros del miedo al futuro, nuestras Iglesias tienen la misión de anunciar a Jesucristo "nuestra esperanza" (1 Tm 1,1) siempre, en todas partes y a todos. Por ello, siguiendo una antigua tradición de la Iglesia católica, según la cual el Obispo de Roma anuncia un Jubileo cada veinticinco años, he decidido celebrar el Jubileo Ordinario del próximo año, que tendrá como lema "Peregrinos de la esperanza". Le agradeceré que usted y la Iglesia a la que representa acompañen y apoyen este año de gracia con sus oraciones, para que haya abundantes frutos espirituales. Incluso con su presencia, será muy bueno.

Precisamente el año 2025 marcará también el 1700 aniversario del Primer Concilio Ecuménico de Nicea. Espero que el recuerdo de este importantísimo acontecimiento aumente en todos los creyentes en Cristo Señor la voluntad de testimoniar juntos la fe y el anhelo de una mayor comunión. En particular, me alegra que el Patriarcado Ecuménico y el Dicasterio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos hayan comenzado a reflexionar sobre cómo conmemorar juntos este aniversario; y agradezco a Su Santidad Bartolomé que me haya invitado a celebrarlo cerca del lugar donde se reunió el Concilio. Es un viaje que deseo hacer, de todo corazón.

Queridos hermanos, encomendemos con confianza nuestras Iglesias a la intercesión de nuestros Santos Hermanos Pedro y Andrés, para que el Señor nos conceda caminar por la senda que Él nos muestra, que es siempre la senda del amor, de la reconciliación y de la misericordia. ¡Les agradezco de nuevo su visita y les pido, por favor, que recen por mí!

Y me acuerdo de un episodio del difunto Zizioulas: era irónico, pero era bueno, me encantaba. Y decía bromeando: "Sé cuándo será el día de la plena unidad: el día del Juicio Final. Pero mientras tanto, caminemos juntos, recemos juntos y trabajemos juntos'. Y eso es sabio. Gracias, muchas gracias.

Ahora me gustaría que rezáramos juntos el Padre Nuestro antes de terminar, cada uno en su idioma: Padre Nuestro...
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Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 28 de junio de 2024



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