VISITA DE JUAN PABLO II AL SANTUARIO DE POMPEYA
ÁNGELUS
Domingo 21 de octubre de 1979
Siento hoy una gran alegría porque puedo rezar la oración del Ángelus, junto con vosotros, aquí, en el santuario dedicado a la Virgen de Pompeya.
1. Hay un vínculo muy estrecho entre el Ángelus y el Rosario, oraciones, una y otra, eminentemente cristológicas y, al mismo tiempo, marianas: efectivamente, nos hacen contemplar y profundizar los misterios de la historia de la salvación, en los que María está íntimamente unida a su Hijo Jesús. Y en este santuario resuena perennemente el Rosario, la oración mariana sencilla, humilde -pero no por esto menos rica de contenidos bíblicos y teológicos- y tan querida, en su larga historia para los fieles de toda clase y condición, unidos en la profesión de fe en Cristo, muerto y resucitado por nuestra salvación.
Este lugar consagrado a la oración, nació de la mente y del corazón de un gran laico, el Venerable Bartolo Longo, que vivió entre el siglo pasado y el actual, por lo tanto un contemporáneo nuestro: él quiso levantar un templo, donde fuesen proclamadas las glorias de la Madre de Dios y donde el hombre pudiese encontrar refugio, consuelo, esperanza y certidumbre.
Dentro de unos instantes rezaremos juntos el Ángelus, que nos recuerda el anuncio gozoso del misterio de la Encarnación del Hijo de Dios; lo rezaremos con una particular intensidad y devoción, porque queremos proclamar juntos nuestra fe cristiana y, además dar gracias a Dios por las maravillas que ha hecho y continúa haciendo por la intercesión de María Santísima, a la que manifestaremos toda nuestra veneración filial.
2. A esta proclamación de fe, a esta profesión de veneración por la Santísima Virgen, quiero invitar en este momento y en estas circunstancia, de manera particular, a los millares de jóvenes que están presentes en esta plaza, especialmente a los miembros de la Acción Católica Italiana de la región de Campania.
Queridísimos jóvenes: ¡Vuestra presencia, tan numerosa, y vuestro entusiasmo incontenible son la confirmación de que el mensaje de Cristo no es un mensaje de muerte, sino de vida; no de vejez, sino de novedad; no de tristeza, sino de alegría! ¡Decid todo esto a vuestros coetáneos, a todos los hombres, con vuestros cantos, con vuestros ideales, pero especialmente con vuestra vida! "El desierto se torne en vergel", había dicho el Profeta Isaías, hablando de los tiempos mesiánicos (Is 32, 15). Si nosotros dirigimos una mirada a esta zona, encontramos ruinas impresionantes de la antigua ciudad de los templos romanos, reducida a una ciudad "muerta" y "de muerte", por la terrible erupción del año 79 después de Cristo. Pero donde parecía dominar la muerte, después de casi 1800 años, comenzó a florecer, como un jardín espiritual, este santuario, centro de la vida eucarística y mariana, signo profético de esa plenitud que Jesús ha venido a traernos y a comunicarnos.
Jóvenes queridísimos: ¡Mirad a María! ¡Amad a María! ¡Imitad a María! Imitad su total apertura a Dios, de quien Ella se profesa "esclava" disponible y obediente; su silenciosa, generosa y activa apertura a los hermanos y hermanas, necesitados de ayuda, de asistencia, de consuelo; su continuo perseverante, "seguimiento" del Hijo Jesús, desde el pesebre de Belén hasta la cruz del Calvario.
¡La Virgen os sonría y os proteja siempre!
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