JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 16 de diciembre de 1979
Dos pensamientos acompañan hoy nuestra oración del "Ángelus": el 50 aniversario de la Encíclica "Mens Nostra" y la bendición de los Nacimientos.
1. El próximo 20 de diciembre es el 50 aniversario de la publicación de la Encíclica "Mens Nostra" de mi venerado predecesor Pío XI, sobre los ejercicios espirituales.
Se trata de un documento que ha incidido fuertemente en la pastoral de los últimos decenios; es bueno leerlo de nuevo atentamente.
Pío XI recomienda el método de San Ignacio, guía segura en este camino, por el carisma especial que recibió de Dios para provecho de toda la Iglesia. De este documento histórico Pastores de almas e institutos religiosos han recibido inspiración y aliento para abrir casas de ejercicios, que se pueden definir bien como "pulmones de la vida espiritual" para las almas y para las comunidades cristianas, ya que los ejercicios son un conjunto de meditaciones y oraciones en atmósfera de recogimiento y de silencio, y sobre todo un particular impulso interior ―suscitado por el Espíritu Santo― para abrir amplios espacios en el alma a la acción de la gracia.
El cristiano con el fuerte dinamismo de los ejercicios es ayudado a entrar en el ámbito de los pensamientos de Dios, de sus designios para confiarse a Él, Verdad y Amor así como para tomar decisiones comprometidas en el seguimiento de Cristo, midiendo claramente sus dones y las responsabilidades propias.
Espero que la conmemoración de este 50 aniversario resulte ocasión providencial para que sacerdotes, religiosos y laicos continúen siendo fieles a esta experiencia y le den incremento: hago está invitación a todos los que buscan sinceramente la verdad. La escuela de los ejercicios espirituales sea siempre un remedio eficaz para el mal del hombre moderno arrastrado por el torbellino de las vicisitudes humanas a vivir fuera de sí, excesivamente absorbido por las cosas exteriores; sea fragua de hombres nuevos, de cristianos auténticos, de apóstoles comprometidos. Es el deseo que confío a la intercesión de la Virgen, la contemplativa por excelencia, la maestra sabia de los ejercicios espirituales.
2. Me dirijo ahora, con cariño especial, a todos vosotros niños y niñas, muchachos y muchachas de las escuelas elementales de Roma, que, junto con vuestros padres y el superintendente provincial de estudios, habéis venido tan numerosos para que el Papa bendiga, igual que el año pasado, las imágenes del Niño, que después colocaréis en el Nacimiento preparado en vuestras casas.
Me congratulo sinceramente con vosotros por esta ceremonia sugestiva, que con su fuerza evocadora trae de nuevo a nuestra mente la escena humana y divina del Nacimiento que, desde el tiempo de su primera representación hecha, como es sabido, por San Francisco, en Greccio, la noche de Navidad de 1223, jamás ha cesado ni cesa de suscitar el sentimiento popular y la piedad cristiana, con sus más variadas tradiciones de arte, poesía y folklore.
Aquí en Roma, además del culto al pequeño Niño de los Nacimientos, encuentra una expresión especial, durante todo el año, la devoción al Santo Niño en la iglesia de Santa María de Araceli, al que se dirigen los niños y le escriben cartas, que colocan a sus pies. En este tiempo que precede a Navidad, disponed vuestras almas para acoger con fe y con amor al Niño Jesús, como los pastores que se encaminaron hacia la gruta: "Vamos a Belén a ver esto que el Señor nos ha anunciado" (Lc 2, 15). Como ellos, también vosotros sabed sacar inspiración del Nacimiento para glorificar y alabar a Dios, para que seáis cada vez más buenos, y para que reavivéis la fe en Aquel que "yace en un refugio terreno, pero reina en el esplendor celestes'' (cf. San Ambrosio, Ex. in Lucam, II, 43).
Deseo además invitaros a rezar por las vocaciones. Efectivamente en este período de espera del Señor, la gracia de Dios se le concede a la Iglesia de modo más generoso y llega en forma más eficaz a cuantos le abren sus corazones. El Adviento es un tiempo especial de buena cosecha espiritual.
Así, pues, en estos días, conforme al espíritu de la Iglesia, es necesario orar con mayor intensidad para que madure en las almas de los jóvenes la gracia de la vocación, tanto la sacerdotal como la religiosa.
La vocación es siempre un don de Dios a una persona determinada, y es también un don a la Iglesia.
Este don se expresa en la respuesta positiva a la llamada de Cristo. Esta respuesta es una ofrenda particularmente preciosa, que podemos colocar junto al Nacimiento en Navidad. Pidamos, pues, al Señor para que continúe llamando a su servicio y para que los llamados respondan generosamente a su invitación.
Por tanto, rezamos ahora el "Ángelus'' por esta intención, y después bendeciré las imagencitas del Niño Jesús que traéis con vosotros.
[Después de dar la Bendición apostólica, el Papa bendijo las imágenes de Jesús recién nacido, que los niños tenían en sus manos, en la plaza, diciendo la siguiente oración:]
Dios, Padre nuestro, Tú has amado tanto a los hombres que nos enviaste a tu único Hijo Jesús, nacido de la Virgen María para salvarnos y llevarnos de nuevo a Ti. Te rogamos que, con tu bendición, estas imágenes de Jesús, que está para venir entre nosotros, sean signo de tu presencia y de tu amor en nuestras casas.
Padre bueno, derrama también tu bendición sobre nosotros, nuestros padres, familias y amigos. Abre nuestro corazón para que sepamos recibir a Jesús con alegría, hacer siempre lo que Él nos pide y verlo en todos los que necesitan de nuestro amor. Te lo pedimos en el nombre de Jesús, tu Hijo amado, que viene para dar al mundo la paz. Y vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
* * *
[Luego el Santo Padre añadió estas palabras]
La alegría de esta jornada, que ve a tantos niños en torno al Papa para prepararse serenamente a la santa Navidad, está empañada, desgraciadamente, por el recuerdo de que otros coetáneos no están en disposición de mirar a las próximas fiestas con la misma esperanza gozosa.
Tengo presente en este momento al pequeño Marco Forgione, secuestrado en Cosenza el mes pasado y que en la antevíspera de Navidad cumplirá diez años de edad. Su voz y la de otras personas que se encuentran en la misma situación dolorosa, llega a mi corazón, junto con la de los familiares, cargada de ansiedad y de angustia. Este dolor profundo de almas inocentes y de familias heridas en sus afectos más íntimos me induce a dirigir una llamada apremiante a los secuestradores: que la gracia de Navidad toque sus corazones, les disuada de sus propósitos y les induzca a restituir a las familias a sus seres queridos, dando a todos la alegría de poderles abrazar de nuevo incólumes.
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