JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 15 de marzo de 1992
Queridos hermanos y hermanas:
1. El itinerario que estamos haciendo espiritualmente en este año del V Centenario del descubrimiento y evangelización de América, nos lleva hoy a Montreal, Canadá, para visitar el renombrado santuario de San José, el gran santo cuya fiesta celebraremos el próximo jueves 19 de marzo.
El santuario fue fundado, en forma de modesto oratorio por el beato Andrés Bessette a principios de siglo. Hoy es un grandioso templo, un centro importante de irradiación de la devoción al bendito patriarca de Nazaret. A él afluyen cada año más de dos millones de peregrinos. Yo tuve el gozo de visitarlo el 11 de septiembre de 1984, y en aquella ocasión pedí a san José que acompañe y proteja a toda la Iglesia en su afán de servicio al Evangelio en el mundo actual.
2. Acudamos con confianza a san José patrono de la Iglesia universal, para pedirle que proteja de manera especial a las Iglesias que están en América durante este año del V Centenario de su evangelización.
La devoción a san José tiene un sólido arraigo en todo el continente americano. Algunas diócesis o vicariatos apostólicos llevan su nombre: San José de Costa Rica, San José en California, San José de Mayo en Uruguay, San José del Amazonas en Perú, San José del Guaviare en Colombia. Muchas Iglesias locales lo tienen como patrono especial y son innumerables las catedrales o las parroquias dedicadas al santo en todas las naciones de aquel hemisferio.
Ello indica la gran influencia que dicha devoción ha tenido en la trayectoria de la evangelización de América, ya desde los comienzos. Así, en México, alrededor del año 1525, el misionero fray Pedro de Gante dedicó a «San José de Belén» la primera parroquia para indígenas, en la cual los indios eran instruidos y evangelizados.
3. En la exhortación apostólica Redemptoris Custos sobre la figura y la misión de san José en la vida de Cristo y de la Iglesia, he escrito que el patrocinio del santo «debe ser invocado y todavía es necesario a la Iglesia no sólo como defensa contra los peligros que surgen, sino también y sobre todo como aliento para su renovado empeño de evangelización en el mundo» (n. 29).
En este tiempo de Cuaresma nos ayude el santo Custodio del Redentor a entrar cada vez más en el clima de la conversión interior y nos haga oyentes silenciosos de la palabra de salvación para que podamos responder fielmente a nuestra vocación cristiana.
Pidamos también a la Virgen María, santísima esposa de José, que nos guíe y acompañe con su protección materna en la fascinante aventura de la nueva evangelización.
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