JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 1 de octubre de 2000
1. Los santos que hoy han sido elevados a la gloria de los altares nos impulsan a dirigir la mirada a Cristo. Vivieron arraigados en la fe en él, el Redentor de todos los hombres, el Hijo unigénito que está en el seno del Padre y lo reveló (cf. Jn 1, 18). Los santos nos invitan a confesarlo con alegría, a amarlo con todo el corazón y a dar testimonio de él.
En la cumbre del Año jubilar, con la declaración Dominus Iesus —Jesús es el Señor—, que aprobé de forma especial, quise invitar a todos los cristianos a renovar su adhesión a él con la alegría de la fe, testimoniando unánimemente que él es, también hoy y mañana, "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14, 6). Nuestra confesión de Cristo como Hijo único, mediante el cual nosotros mismos vemos el rostro del Padre (cf. Jn 14, 8), no es arrogancia que desprecie las demás religiones, sino reconocimiento gozoso porque Cristo se nos ha manifestado sin ningún mérito de nuestra parte. Y él, al mismo tiempo, nos ha comprometido a seguir dando lo que hemos recibido y también a comunicar a los demás lo que se nos ha dado, porque la verdad dada y el amor que es Dios pertenecen a todos los hombres.
Con el apóstol san Pedro confesamos que "en ningún otro nombre hay salvación" (Hch 4, 12). La declaración Dominus Iesus, siguiendo las huellas del Vaticano II, muestra que con ello no se niega la salvación a los no cristianos, sino que se señala que su fuente última es Cristo, en quien están unidos Dios y el hombre. Dios da la luz a todos de manera adecuada a su situación interior y ambiental, concediéndoles su gracia salvífica a través de caminos que sólo él conoce (cf. Dominus Iesus, VI, 20-21). El documento aclara los elementos cristianos esenciales, que no obstaculizan el diálogo, sino que muestran sus bases, porque un diálogo sin fundamentos estaría destinado a degenerar en palabrería sin contenido.
Eso mismo vale también en lo que atañe a la cuestión ecuménica. Si el documento, con el Vaticano II, declara que "la única Iglesia de Cristo subsiste en la Iglesia católica", no quiere expresar con ello poca consideración por las demás Iglesias y comunidades eclesiales. Esta convicción va acompañada por la conciencia de que esto no es mérito humano, sino un signo de la fidelidad de Dios, que es más fuerte que las debilidades humanas y los pecados, confesados de modo solemne ante Dios y ante los hombres al inicio de la Cuaresma. Como afirma la Declaración, la Iglesia católica sufre por el hecho de que verdaderas Iglesias particulares y comunidades eclesiales, con elementos valiosos de salvación, están separadas de ella.
El documento expresa así, una vez más, el mismo anhelo ecuménico que inspira mi encíclica Ut unum sint. Espero que esta Declaración, que tanto aprecio, después de tantas interpretaciones equivocadas, cumpla finalmente su función clarificadora y, al mismo tiempo, de apertura. María, que el Señor en la cruz nos encomendó a todos como Madre, nos ayude a crecer juntos en la fe en Cristo, Redentor de todos los hombres, en la esperanza de la salvación, ofrecida por Cristo a todos, y en el amor, que es signo de los hijos de Dios.
2. Saludo con afecto a todos los fieles reunidos aquí en honor de los mártires en China, especialmente a los que sois de origen chino, que habéis visto por primera vez la canonización de mártires pertenecientes a vuestro pueblo.
Del mismo modo, saludo a todos los fieles católicos que viven en China. Sé que estáis unidos espiritualmente a nosotros, y estoy seguro de que comprendéis que se trata de un momento especial de gracia para toda la Iglesia y para la entera comunidad católica que está en China. Deseo aseguraros una vez más que ruego a diario por vosotros. Que los santos mártires os conforten y sostengan cuando, como ellos, testimoniéis con valentía y generosidad vuestra fidelidad a Cristo y vuestro amor auténtico a vuestro pueblo. Os deseo la paz.
3. Al concluir esta celebración en la que han sido canonizados un numeroso grupo de testigos de la fe, saludo a todos los peregrinos de lengua española, especialmente a los provenientes de las tierras de origen de los nuevos santos mártires dominicos: Palencia, Tarragona, Granada, Teruel y Sevilla, y del País Vasco, cuna de santa María Josefa del Corazón de Jesús Sancho de Guerra. Que su ejemplo luminoso os ayude a ser también testigos valientes de Jesucristo en la noble y siempre querida tierra española.
4. Asimismo saludo cordialmente a los obispos y a los fieles de Sudán, y al numeroso grupo de peregrinos procedentes de Estados Unidos, en particular de Filadelfia. Que por intercesión de las nuevas santas Catalina Drexel y Josefina Bakhita vuestra fe se fortalezca cada vez más y vuestro testimonio del Evangelio sea cada vez más eficaz.
5. Dirijo un saludo deferente a las delegaciones gubernativas de varios países, que han querido participar en esta canonización.
Oremos ahora a María, Reina de todos los santos, para que ayude a cada cristiano a ser testigo creíble del Evangelio.
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