JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 19 de mayo de 1982
1. Del 12 al 15 del presente mes de mayo, con la ayuda de Dios, he podido realizar la peregrinación a Portugal, correspondiendo a la invitación recibida ya hace tiempo de parte, tanto del Presidente de la República y de las autoridades estatales, como del Episcopado y de la Iglesia en ese país de gran tradición católica.
La meta de la peregrinación era, ante todo, Fátima, a donde me sentía llamado de modo particular después del atentado a mi persona, el 13 de mayo del año pasado. Ya he dicho muchas veces que sólo a la misericordia de Dios y a la especial protección de la Madre de Cristo debo la salvación de mi vida y la posibilidad del servicio ulterior a la Sede de Pedro. En segundo lugar, esta peregrinación, igual que las otras, me ha permitido reforzar, mediante la visita a la Iglesia en Portugal, los vínculos de unidad con los que esta Iglesia está unida a la Iglesia universal a través de la comunión con el Obispo de Roma: he encontrado, durante mi visita, muy vivos y cordiales estos mismos vínculos.
2. La peregrinación a Fátima era una necesidad del corazón y, al mismo tiempo, una manifestación del camino que sigue la Iglesia, en el final de este siglo, unida como Pueblo de Dios a toda la humanidad con el sentido de una particular responsabilidad por el mundo contemporáneo.
El mensaje que vino de Fátima el año 1917, considerado a la luz de la enseñanza de la fe, contiene en si la verdad eterna del Evangelio, aplicada de modo especial a las necesidades de nuestra época.
La invitación a la conversión y a la penitencia es la palabra primera y fundamental del Evangelio. Palabra que nunca se prescribe, y en nuestro siglo adquiere dimensiones especiales ante la creciente conciencia de la lucha, más profunda que nunca, entre las fuerzas del bien y del mal en nuestro mundo humano. Este es también el punto central de la solicitud de la Iglesia como testifican las voces de los Pastores que han señalado "la reconciliación y la penitencia" como el tema más actual, confiando a la próxima sesión del Sínodo de los Obispos tratar sobre el mismo.
La amenaza por parte de las fuerzas del mal proviene en particular de los errores difundidos precisamente en nuestro siglo, errores que se apoyan sobre la negación de Dios y miran a separar completamente de Él a la humanidad, planteando la vida humana sin Dios, e incluso contra Dios. El centro mismo del mensaje que salió de Fátima al comienzo de nuestro siglo, pone en guardia de manera muy clara contra estos errores. Las palabras sencillas, dirigidas a sencillos niños del campo, están llenas del sentido de la grandeza y de la santidad de Dios, y del ardiente deseo de la veneración y del amor debidos a Dios solo.
De aquí también la invitación a acercarnos de nuevo a esta Santidad Misericordiosa mediante el acto de consagración. El Corazón de la Madre de Cristo, que está más cercano a la fuente de esta Santidad Misericordiosa, desea acercar a Él todos los corazones: a cada uno de los hombres y a toda la humanidad, a cada una de las naciones y al mundo entero.
3. Es difícil no acoger siempre de nuevo esta gracia y esta invitación. Lo hizo, hace 43 años, el acto de su predecesor, primero, durante el Concilio, luego, durante su peregrinación a Fátima, el año 1967. Además, desde el tiempo del Concilio, comenzó a llamar a María con el título de Madre de la Iglesia, titulo que también quedó expresado en la Profesión de Fe (Credo) del Pueblo de Dios.
El Concilio ha desarrollado la conciencia de la Iglesia, al referirse, en la Constitución dogmática Lumen gentium, a la Madre de Dios como Madre y Figura de la Iglesia. Puesto que el mismo Concilio ha desarrollado también la conciencia de la responsabilidad de la Iglesia por el mundo, ésta saca impulso del terreno del magisterio conciliar, como una nueva necesidad de manifestar tal responsabilidad en el acto de consagración a la Madre de Dios.
He aquí, en sus líneas principales, los pensamientos-guía de mi peregrinación a Fátima, que encontraron expresión, el 13 de mayo, tanto en las palabras de la homilía, como también en el acto final de la consagración. He intentado hacer todo lo que, en las circunstancias concretas, se podía hacer, para poner la evidencia la unidad colegial del Obispo de Roma con todos los hermanos en el ministerio y servicio episcopal del mundo.
4. Con motivo de la peregrinación a Fátima, he visitado también la Iglesia que está en tierra portuguesa, en su centro vital. También allí, en Fátima, me he encontrado, primero, con el Episcopado de Portugal y, luego, con los eclesiásticos: sacerdotes diocesanos y religiosos, hermanas y hermanos de las diversas congregaciones religiosas y, finalmente, seminaristas y novicios. Aquel era el lugar más adecuado para que nuestros encuentros pudiesen tener como dimensión todo Portugal.
Sin embargo, Fátima es un fenómeno relativamente reciente en la vida de la Iglesia y de la sociedad: en el conjunto pertenece a nuestro siglo. En cambio, la Iglesia y la nación tienen un pasado plurisecular, que se remonta hasta los tiempos romanos y de la cristiandad primitiva, y, luego, tras el periodo de la invasión árabe, desde hace más de ocho siglos, tiene bien definido el propio pasado portugués por lo que respecta a la identidad histórica.
El cristianismo, llevado de Roma echó allí raíces profundas y ha dado en el curso de los siglos múltiples frutos, por lo que se refiere al testimonio de la fe y del amor cristiano. Las manifestaciones de este testimonio están siempre bien visibles en todo Portugal, en la cultura y en las costumbres sociales de este país. Resulta difícil recordar ahora todos los testimonios y todas las figuras que componen la historia de la Iglesia y de la nación en Portugal. Sólo menciono a San Antonio, conocido como Antonio de Padua, pero que nació en Lisboa (Portugal) y se educó en tierra portuguesa. Precisamente el 750 aniversario de la muerte de este Santo ha sido también uno de los motivos de la peregrinación a la tierra que fue su patria.
5. Un sector especial de los frutos de la Iglesia en Portugal es la grande y plurisecular actividad misionera. Iba unida a los viajes y descubrimientos. Basta recordar que hablan la lengua portuguesa no sólo todo Brasil, sino además algunos países de África e incluso del, extremo Oriente: en conjunto más de 150.000.000 de hombres, mientras el número de los ciudadanos actuales de Portugal no supera los diez millones. La lengua portuguesa es uno de los idiomas más "hablados" en la Iglesia católica.
6. He podido meditar todos estos aspectos del pasado plurisecular y de la rica contemporaneidad a lo largo del recorrido de mi visita a Portugal, después de haber terminado la peregrinación a Fátima. El camino me llevó sobre todo a Lisboa, que es la ciudad mayor, sede del patriarca y centro de la vida civil nacional y eclesiástica. Y luego me ha trasladado hacia el sudeste de Lisboa, y además hacia el norte: Coimbra, Braga, Oporto.
Cada una de estas etapas; donde he estado por vez primera en mi vida, ha abierto ante mis ojos nuevos elementos de la gran herencia lusitana de fe y de cultura y, al mismo tiempo, una nueva dimensión de la vida contemporánea de la Iglesia y de la nación portuguesa.
Casi en cada uno de los lugares visitados hay un santuario mariano: así en Vila Viçosa, en la archidiócesis de Evora tiene el santuario de la Reina de Portugal; Braga, al norte, tiene el maravilloso santuario de Sameiro, situado sobre una colina, donde tuvo lugar el encuentro con los esposos; la ciudad de Oporto (la segunda después de Lisboa, por lo que se refiere a dimensiones) se llama desde hace siglos, "civitas Virginis". Finalmente, todo Portugal se llama "Tierra de Santa María". Como se ve por todo esto, el terreno en el que ha crecido, en nuestro siglo, Fátima, fue preparado por generaciones enteras.
7. Siguiendo el programa pastoral del Episcopado portugués, he procurado, con ocasión de los principales encuentros, tocar los temas que en la vida de la Iglesia y de la sociedad resultaban de especial actualidad. He buscado también para esta temática un apoyo en la Divina Palabra de la liturgia y en la enseñanza de la Iglesia, especialmente en la enseñanza social.
En Lisboa, ante una gran asamblea, toqué el problema de la juventud y de las vocaciones (los participantes más numerosos en la liturgia eran precisamente los jóvenes de la capital y de la archidiócesis).
En Vila Viçosa hablé del trabajo del campo, fundándome en la liturgia de la Palabra, y teniendo en cuenta el carácter agrícola de toda la región del sur.
El Coimbra, el inolvidable encuentro con profesores y estudiantes de la universidad más antigua me ofreció la ocasión de dirigirme al mundo de la ciencia y de la cultura en Portugal.
En Braga (santuario de Sameiro) la temática versó sobre el matrimonio y la familia en el marco de la liturgia eucarística.
Finalmente, en Oporto: la temática del trabajo en la industria y en las otras profesiones.
8. Llevo en lo profundo del corazón todos estos intensos encuentros con mis hermanos y hermanas, que forman la nación y la Iglesia en tierra portuguesa. Doy gracias a Dios, mediante la intercesión de "Santa María", por todo lo que se ha hecho para preparar esta visita, y por todo lo que, con la gracia de Dios, ha constituido su fruto.
Doy gracias a los hombres por tanto amor y comprensión.
A todos con gratitud mi bendición.
Saludos
Amadísimo hermanos y hermanas:
A todos y cada uno de los aquí presentes de lengua española, en particular a los grupos procedentes de España y Ecuador, saludo con afecto y bendigo de corazón. Una palabra de especial aliento dirijo a los Religiosos Maristas que asisten en Roma a un curso de espiritualidad, para que sean siempre fieles a su vocación.
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