JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 23 de enero de 1985
1. En esta semana de oraciones especiales por la unidad de los cristianos está bien que reflexionemos juntos sobre este compromiso que es común a todos los bautizados. En todo el mundo, estos días, católicos, ortodoxos, anglicanos y protestantes se encuentran para pedir juntos al Señor el don de la unidad perfecta. En el hemisferio Sur la semana de oración se hará hacia Pentecostés, sobre el mismo tema. Un único tema y la única finalidad determinan una sintonía que hace preguntar la concordia de la plena comunión.
Este año la semana de oración por la unidad tiene lugar a los 20 años de la promulgación del Decreto conciliar sobre el ecumenismo. Unitatis redintegratio. Desde ese día (21 de noviembre de 1964) hasta hoy, el Movimiento ecuménico ha tenido una expansión imprevisible. Sólo la gracia de Dios ha podido inspirar todo esto. Y la respuesta de los creyentes ha sido generosa, a veces sufrida, siempre deseosa de estar en coherencia con la vocación cristiana. Por encima de la fatiga necesaria para restablecer una nueva relación con todos los otros cristianos, el encuentro ha sido profundamente gozoso. Descubrir de nuevo en los otros, hasta hace poco desconocidos o considerados como adversarios, el rostro del hermano, es un don impagable del Señor, que ha llamado a todos a la comunidad de fe y de amor que es la Iglesia de Dios. El Decreto conciliar sobre el ecumenismo ha indicado los principios católicos para la participación en el Movimiento ecuménico, ha sugerido los medios para ejercitarlo, ha presentado a los otros cristianos como hermanos con una historia propia que hay que considerar atentamente con la finalidad de entrar en diálogo con ellos, a fin de allanar las divergencias que han causado el escándalo de la división.
La Iglesia católica está así comprometida en el diálogo multilateral y ha entablado diálogo directo con todas las Iglesias y Comunidades eclesiales, de Oriente y de Occidente. Estos diálogos, distintos uno de otro, precisamente para examinar a fondo las diferencias específicas, tienden, en definitiva, a una finalidad única: la Unitatis redintegratio, el restablecimiento de la plena unidad de todos los cristianos.
Se trata de un proceso complejo y delicado. Implica problemas de fe, de doctrina, de liturgia, de disciplina. Afecta, con competencias, modalidades y responsabilidades diversas, a todos los bautizados, lo mismo a los Pastores y a los teólogos en sus estudios en favor del diálogo. como a todos los demás fieles en la vida cristiana de cada día (cf. Unitatis redintegratio, 5).
En esta complejidad, los textos que las varias comisiones mixtas de diálogo van publicando delinean importantes convergencias sobre problemáticas esenciales para la restauración de la plena unidad. Estos resultados positivos estimulan a proseguir el contacto fraterno y el diálogo teológico. Por otra parte, impulsan a proseguirlo las mismas dificultades que se encuentran y los problemas que todavía no se han afrontado. El Decreto Unitatis redintegratio ofrece también un válido estímulo y orientaciones seguras para llegar a la meta, propuesta por el Señor mismo: la perfecta unidad.
2. En todo el Movimiento ecuménico, la oración da apoyo, inspiración, consistencia. De año en año, esta semana especial nos invita y apremia a un compromiso creciente. Los varios temas de reflexión, sugeridos de común acuerdo entre nuestro Secretariado para la Unión de los Cristianos y el Consejo Ecuménico de las Iglesias, nos llevan de nuevo a considerar juntos aspectos esenciales y complementarios de la restauración de la plena unidad entre todos los cristianos.
El tema de este año subraya la redención realizada por Jesucristo, que nos ha llevado "de la muerte a la vida". "Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, y estando nosotros muertos por nuestros delitos, nos dio vida por Cristo". (Ef 2, 4).
Esta realidad misteriosa y misericordiosa implica a todos los que creen en Jesucristo. El Decreto sobre el ecumenismo afirma que todos los cristianos son justificados en el bautismo por la fe (cf. Unitatis redintegratio, 3), y añade: "Por el sacramento del bautismo, debidamente administrado según la institución del Señor y recibido con la requerida disposición del alma, el hombre se incorpora realmente a Cristo crucificado y glorioso y se regenera para el consorcio de la vida divina" (Unitatis redintegratio, 22). Por tanto, todos los otros cristianos son nuestros hermanos y están en cierta comunión, verdadera y profunda, con la Iglesia católica, aún cuando todavía no en comunión perfecta.
Esta situación común de redimidos en Jesucristo impulsa a la plena unidad. El bautismo tiende al logro de la plenitud de la vida en Cristo, a la íntegra profesión de la fe, a la incorporación integral en la institución de la salvación, como ha querido Cristo, y finalmente a la común celebración de la Eucaristía del Señor.
La redención común realizada en el único bautismo constituye el dinamismo interno de gracia hacia la plena unidad. La búsqueda de la unidad, por tanto, no está motivada por algún factor externo o contingente. Proviene intrínsecamente de nuestra misma fe en el único Señor, que "por nosotros los hombres y por nuestra salvación" se hizo hombre y murió en la cruz para redimirnos a todos. Pero la situación del mundo tiene hoy mayor necesidad del testimonio cristiano de reconciliación y de unidad. Es necesario un nuevo testimonio de unidad, tanto para vigorizar los estímulos positivos para una convivencia pacífica, presentes en el mundo, como para corregir y evitar las tentaciones de muerte y de odio que se difunden entre los hombres.
Por lo tanto, aceptemos la invitación del Apóstol Pablo, contenida en la misma Carta a los Efesios, de la que se ha tomado también el tema de esta semana de oración: "Os exhorto a andar de una manera digna de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad, mansedumbre y longanimidad, soportándoos los unos a los otros con caridad, solícitos de conservar la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz" (Ef 4, 1-3).
En sintonía con esta vocación, según el propio ministerio y la propia función en la Iglesia, cada uno contribuya a la edificación del Cuerpo de Cristo "hasta que todos alcancemos la unidad de la fe" (Ef 4, 13).
3. Con esta finalidad recemos ahora todos juntos diciendo:
Concédenos, Señor, la paz y la unidad.
Santo Padre: Que la paz de Cristo nos guíe en nuestra vida: en la paz Dios nos ha llamado a todos a formar un solo cuerpo.
Todos: Concédenos, Señor, la paz y la unidad.
Santo Padre: En su carne Jesucristo destruyó todo muro de separación; por medio de su muerte en la cruz destruyó toda hostilidad.
Todos: Concédenos, Señor, la paz y la unidad.
Santo Padre: Uno solo es el Señor, una la fe, uno el bautismo.
Todos: Concédenos, Señor, la paz y la unidad.
Santo Padre: Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu y todos estamos llamados a una sola esperanza.
Todos: Concédenos, Señor, la paz y la unidad.
Santo Padre:
Oh Padre,
concédenos la gracia
de amarnos los unos a los otros
a fin de que, en la unidad del Espíritu,
profesemos nuestra fe viviendo
en concordia y santa paz,
siendo testigos del Evangelio de salvación
del único Señor del cielo y de la tierra,
Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina por los siglos de los siglos.
Todos: Amén.
Saludos
Deseo saludar ahora a los peregrinos de lengua española aquí presentes, de España y de América latina. De modo especial, al grupo de religiosas de María Inmaculada, que se preparan a la profesión perpetua y a las Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús, en su curso de renovación espiritual.
Queridas Religiosas:
Que vuestra permanencia en Roma os haga vivir la universalidad de la Iglesia y os anime a ser operadoras de la unidad tan deseada. A vosotras y a todos los peregrinos de lengua española os pido una oración especial por mi inminente viaje a Latinoamérica, a la vez que de corazón os imparto me bendición apostólica.
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