JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 30 de marzo de 1994
Revivir los misterios de la pasión, muerte y resurrección de Cristo
(Lectura:
evangelio de san Juan, capítulo 12, versículos 23-24)
Amadísimos hermanos y hermanas:
Habéis venido aquí para la Semana Santa. Ésta es la única semana, en todo el año, en la historia del mundo, en que recordamos de modo particular al Hijo de Dios que se hizo semejante a nosotros, más aún, se hizo obediente hasta la muerte de cruz. Revivimos este misterio de su pasión, de su muerte, de su resurrección en esta semana, pero de manera especial durante los tres últimos días, el Triduum sacrum: jueves, viernes y sábado.
Jueves Santo: el Hijo de Dios se hace nuestro servidor
El jueves, la Iglesia vive la humillación de su Señor que lava los pies a los Apóstoles a fin de prepararlos a ellos y a todos nosotros para la institución de la santísima Eucaristía, donde Él, Jesús, el Hijo de Dios, se hace nuestro servidor como pan, como alimento. Nos alimenta con su cuerpo y nos alimenta con su sangre.
Este es el misterio que constituye nuestra vida cristiana. Somos cristóforos, somos teóforos, sobre todo gracias a la Eucaristía, instituida el Jueves Santo en el cenáculo durante la última cena.
La Iglesia se prepara con gran esmero para este encuentro pascual con su Señor, sobre todo bendiciendo los santos óleos para todos los sacramentos. El Jueves Santo es el día de los sacramentos, la institución de la Eucaristía y, al mismo tiempo, la institución de todos los sacramentos, de los que vive la Iglesia, porque Cristo actúa en estos sacramentos, actúa su pasión, su resurrección, y nos hace vivir su vida.
Viernes Santo: contemplamos a Cristo crucificado
El viernes es el día de su pasión. En este viernes domina sobre todo la cruz: Ecce lígnum crucis, in quo salus mundi pependit, éste es el madero de la cruz, ésta es la cruz en que Jesús salvó al mundo. Sobre esta cruz Él, como siervo de Yahveh, cargó con los pecados del mundo y con estos pecados fue aceptado por el Padre como sacrificio perenne, sacrificio espiritual, a través del Espíritu Santo consagrado a Dios por toda la eternidad.
Así entró Jesús como redentor nuestro en el templo del Dios vivo. Éste es el misterio del que nos habla también la carta a los Hebreos que hemos leído durante el período de la Semana Santa, y en especial el Viernes Santo.
De esta forma, contemplamos a Cristo crucificado. Lo contemplamos también aquí, en Roma, en el Coliseo, donde se celebra siempre el Vía crucis. Este año usaremos en el Vía crucis el texto preparado por el patriarca de Constantinopla: se trata de una gran promesa ecuménica.
A todos os invito a ir a la basílica de San Pedro para la adoración de la cruz. Os invito a todos, especialmente a los romanos y a los peregrinos, a acudir al Coliseo para el Vía crucis.
Sábado Santo: el mundo espera que se abra el sepulcro
Luego, el sábado, vivimos la Vigilia. Jesús ha sido sepultado, colocado en el sepulcro, y todo el mundo espera el momento en que ese sepulcro se abra y Él salga vencedor de la muerte. Cristo sale resucitado. Las palabras ¡Ha resucitado! resonarán desde dentro del sepulcro en que fue colocado el cuerpo de Jesús.
Así comienza el domingo de Pascua, el domingo de Resurrección, en que Cristo resucitado es nuestra Pascua.
Pascua quiere decir paso. Debemos pasar, en Él, de la muerte espiritual, la muerte del pecado, a la vida en Dios. Este gran misterio, misterio que abraza todos los tiempos, se hace realidad siempre en un tiempo privilegiado: el tiempo de la salvación, tiempo de la Cuaresma y, especialmente en la Semana Santa, los tres días del Triduum sacrum.
Os invito amadísimos hermanos, a participar, con devoción y con fruto, en esta gran liturgia de los tres días sagrados.
Saludos
Amadísimos hermanos y hermanas:
Saludo ahora con todo afecto a los peregrinos y visitantes de lengua española.
En particular, a los numerosos grupos de jóvenes de colegios e institutos: de Segovia, Logroño, Bilbao, Murcia, Islas Canarias y de tantos otros lugares de España.
Igualmente a la peregrinación procedente de Querétaro (México).
A todas las personas, familias y grupos de los distintos países de América Latina y de España imparto de corazón la bendición apostólica.
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