PEREGRINACIÓN A LORETO Y ANCONA
HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
Fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María
Sábado 8 de septiembre de 1979
1. "¡Tu nacimiento, Virgen Madre de Dios, ha anunciado la alegría a todo el mundo!"
Hoy es, pues, el día de este gozo. La Iglesia, el 8 de septiembre, nueve meses después de la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Madre del Hijo de Dios, celebra el recuerdo de su nacimiento. El día del nacimiento de la Madre hace dirigir nuestros corazones hacia el Hijo: "De ti nació el Sol de justicia, Cristo, nuestro Dios, que borrando la maldición, nos trajo la bendición y, triunfando de la muerte, nos dio la vida eterna" (Ant. Benedictus).
Así, pues, la gran alegría de la Iglesia pasa del Hijo a la Madre. El día de su nacimiento es verdaderamente un preanuncio y el comienzo del mundo mejor (origo mundi melioris") como proclamó de modo estupendo el Papa Pablo VI.
Y por esto la liturgia de hoy confiesa y anuncia que el nacimiento de María irradia su luz sobre todas las Iglesias que hay en el orbe.
2. La festividad del nacimiento de María parece proyectar su luz, de modo particular, sobre la Iglesia de la tierra italiana, precisamente aquí, en Loreto, en el admirable santuario, que hoy es la meta de nuestra peregrinación común. Desde el comienzo de mi pontificado he deseado ardientemente venir a este lugar; pero he esperado precisamente a este día, a esta fiesta. Hoy me encuentro aquí, y me alegro de que en mi primera peregrinación participen también venerables cardenales y obispos, numerosos sacerdotes y religiosas y una multitud de peregrinos, provenientes sobre todo de las diversas ciudades de esta región de Italia. Juntamente con todos deseo traer aquí hoy las cordiales palabras de veneración a María, las palabras que brotan de todos los corazones y, al mismo tiempo, de la tradición plurisecular de esta tierra, que la Providencia ha escogido para la Sede de Pedro y que después fue iluminada por la luz de este santuario, que la profunda piedad cristiana ha unido, de modo especial, al recuerdo del misterio de la encarnación. Estoy agradecido por la invitación que me ha dirigido, ante todo el cardenal Umberto Mozzoni, Presidente de la Comisión Cardenalicia para el santuario, y también el arzobispo mons. Loris Francesco Capovilla, cuya persona nos recuerda la figura del siervo de Dios el Papa Juan, y su peregrinación a Loreto en vísperas de la apertura del Concilio Vaticano II.
Tampoco puedo pasar por alto el hecho de que en las cercanías del santuario se encuentra el cementerio en el que descansan los cuerpos de mis compatriotas soldados polacos. Durante la segunda guerra mundial cayeron en combate sobre esta tierra, luchando por "nuestra y vuestra libertad", como dice el antiguo lema polaco. Cayeron aquí, y pueden descansar cerca del santuario de la Virgen María, el misterio de cuyo nacimiento difunde su luz en la Iglesia en tierra polaca y en tierra italiana. También ellos participan, de modo invisible, en esta peregrinación.
3. El culto de la Madre de Dios en esta tierra está vinculado, según la antigua y viva tradición, a la casa de Nazaret. La casa en la que, como recuerda el Evangelio de hoy, María habitó después de los desposorios con José. La casa de la Sagrada Familia. Toda casa es sobre todo santuario de la madre. Y ella lo crea, de modo especial, con su maternidad. Es necesario que los hijos de la familia humana, al venir al mundo, tengan un techo sobre la cabeza; que tengan una casa. Sin embargo la casa de Nazaret, como sabemos, no fue el lugar del nacimiento del Hijo de María e Hijo de Dios. Probablemente todos los antepasados de Cristo, de los que habla la genealogía del Evangelio de hoy según San Mateo, venían al mundo bajo el techo de una casa. Esto no se le concedió a El. Nació como un extraño en Belén, en un establo. Y no pudo volver a la casa de Nazaret, porque obligado a huir desde Belén a Egipto por la crueldad de Herodes, sólo después de morir el rey, José se atrevió a llevar a María con el Niño a la casa de Nazaret.
Y desde entonces en adelante esa casa fue el lugar de la vida cotidiana, el lugar de la vida oculta del Mesías; la casa de la Sagrada Familia. Fue el primer templo, la primera iglesia, en la que la Madre de Dios irradió su luz con su Maternidad. La irradió con su luz procedente del gran misterio de la encarnación; del misterio de su Hijo.
4. En el rayo de esta luz crecen, en todo vuestro país de sol, las casas familiares. Son muchas. Desde las cimas de los Alpes y de los Dolomitas, a los que me he podido acercar el domingo 26 de agosto, al visitar los lugares nativos del Papa Juan Pablo I, hasta Sicilia. Muchas, tantas casas; las casas familiares. Y muchas, tantas familias; y cada una de ellas permanece, mediante la tradición cristiana y mariana de vuestra patria, en un cierto vínculo espiritual con esa luz, que procede de la casa de Nazaret, especialmente hoy: en el día del nacimiento de la Madre de Cristo.
Quizá esta luz que brota por la tradición de la casa de Nazaret en Loreto realiza algo aún más profundo: sí, hace que todo este país, que vuestra patria se convierta como en una gran casa familiar. La gran casa habitada por una comunidad grande, cuyo nombre es "Italia". Es necesario remontarse hacia atrás en la realidad histórica, mejor, quizá a la realidad pre-histórica, para llegar a sus raíces remotas. Un extranjero, como yo, que es consciente de la realidad que constituye la historia de la propia nación, se adentra en esta realidad con un respeto especial y con una atención llena de recogimiento. ¿Cómo crece de sus antiquísimas raíces esta gran comunidad humana, que se llama "Italia"? ¿Con qué vínculo están unidos los hombres que la constituyen hoy, a las generaciones que han pasado a través de la tierra desde los tiempos de la antigua Roma hasta los tiempos presentes? El Sucesor de Pedro, que está en esta tierra desde los tiempos de la Roma imperial, siendo testigo de tantos cambios y, al mismo tiempo, de toda la historia de vuestra tierra, tiene el derecho y el deber de hacer estas preguntas.
Y tiene el derecho de preguntar así el Papa que es hijo de otra tierra, el Papa cuyos compatriotas yacen aquí, en Loreto, en el cementerio de guerra. Sin embargo, sabe por qué cayeron aquí. El antiguo adagio romano "pro aris et focis" lo explica del mejor modo. Cayeron por cada uno de los altares de la fe y por cada una de las casas de familia en la tierra nativa, que querían preservar de la destrucción. Porque, en medio de toda la inestabilidad de la historia, cuyos protagonistas son los hombres, y sobre todo los pueblos y las naciones, permanece siempre la casa, como arca de la alianza de las generaciones y tutela de los valores más profundos: de los valores humanos y divinos. Por esto la familia y la patria, para preservar estos valores, no escatimaron ni siquiera a los propios hijos.
5. Como veis, queridos hermanos y hermanas, vengo aquí, a Loreto, para interpretar el misterioso destino del primer santuario mariano en tierra italiana. Efectivamente, la presencia de la Madre de Dios en medio de los hijos de la familia humana y en medio de cada una de las naciones de la tierra en particular, nos dice mucho de las naciones y de las comunidades mismas.
Y vengo a la vez en el período de preparación para un deber importante, que me conviene asumir, después de la invitación del Secretario General de la Organización de las Naciones Unidas, frente al alto foro de la Organización más representativa del mundo contemporáneo. Vengo aquí a buscar la luz en este santuario, por la intercesión de María, nuestra Madre. Ya he pedido el domingo pasado en Castelgandolfo, durante el encuentro del "Ángelus", que se ore por el Papa y su misión de tanta responsabilidad en el foro de la ONU. Hoy repito y renuevo una vez más esta petición.
Efectivamente, se trata de trabajar y colaborar para que en la tierra, que la Providencia ha destinado a ser la morada de los hombres, la casa de la familia, símbolo de la unidad y del amor, venza a todo lo que amenaza esta unidad y amor entre los hombres: el odio, la crueldad, la destrucción, la guerra. Para que esta casa familiar se convierta en la expresión de las aspiraciones de los hombres, de los pueblos, de las naciones, de la humanidad, a pesar de todo lo que le es contrario, que la elimina de la vida de los hombres, de las naciones y de la humanidad, que sacude sus fundamentos, sean socio-económicos o éticos; porque sobre unos y otros se basa toda casa; tanto la que se construye cada familia, como también la que, con el esfuerzo de todas las generaciones, se construyen los pueblos y las naciones: la casa de la propia cultura, de la propia historia; la casa de todos y la casa de cada uno.
6. Esta es la inspiración que encuentro aquí, en Loreto. Este el imperativo moral que de aquí deseo sacar. Este es, al mismo tiempo, el problema que precisamente ante la tradición de la casa de Nazaret y ante el rostro de la Madre de Cristo en Loreto, deseo encomendar y confiar, de modo especial, a su corazón materno, a su omnipotencia de intercesión ("omnipotentia suplex") .
Así como ya he hecho en Guadalupe (México) y luego en la polaca Jasna Góra en Czestochowa (Claro Monte), deseo en este encuentro de hoy en Loreto recordar esa consagración al Corazón Inmaculado de María que, hace 20 años, realizaron los Pastores de la Iglesia italiana, en Catania, el 13 de septiembre de 1959, en la clausura del 16 congreso eucarístico nacional. Y quiero decir las palabras que en aquella ocasión dirigió a los fieles mi predecesor de venerada memoria, Juan XXIII, en su mensaje radiofónico: "Nos confiamos que, en virtud de este homenaje a la Virgen Santísima, todos los italianos veneren en Ella con renovado fervor a la Madre del Cuerpo Místico, de quien la Eucaristía es símbolo y centro vital; imiten en Ella el modelo más perfecto de la unión con Jesús, nuestra Cabeza; se unan a Ella en la ofrenda de la Víctima divina, e imploren de su materna intercesión para la Iglesia los dones de la unidad, de la paz, sobre todo una más exuberante y fiel floración de vocaciones sacerdotales. De este modo la consagración se convertirá en ocasión de un compromiso cada vez más serio en la práctica de las virtudes cristianas, una defensa validísima contra los males que las amenazan y una fuente de prosperidad incluso temporal, según las promesas de Cristo" (AAS, 51 [1959] 713) .
Todo esto que, hace 20 años, encontró expresión en el acto de consagración a María, realizado por los Pastores de la Iglesia italiana, yo deseo hoy no sólo recordarlo, sino también, con todo el corazón, repetirlo, renovarlo y hacerlo mío, en cierto modo, ya que por los inescrutables designios de la Providencia me ha tocado aceptar el patrimonio de los Obispos de Roma en la Sede de San Pedro.
7. Y lo hago con la convicción más profunda de la fe, del entendimiento y del corazón al mismo tiempo. Porque en nuestra época difícil, y también en los tiempos que vienen, sólo el verdadero gran Amor puede salvar al hombre.
Sólo gracias a él esta tierra, la morada de la humanidad, puede convertirse en una casa: la casa de las familias, de las naciones, de toda la familia humana. Sin amor, sin el verdadero gran Amor, no hay casa para el hombre sobre la tierra. El hombre estaría condenado a vivir privado de todo, aunque levantase los edificios más espléndidos y los montase lo más modernamente posible.
Acepta, oh Señora de Loreto, Madre de la Casa de Nazaret, esta peregrinación mía y nuestra, que es una gran oración común por la casa del hombre de nuestra época: por la casa que prepara a los hijos de toda la tierra para la casa eterna del Padre en el cielo. Amén.
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