"DÍA DE ACCIÓN GRACIAS" DE LOS AGRICULTORES ITALIANOS
HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
Basílica de San Pedro
Domingo 9 de noviembre de 1980
Queridos campesinos y campesinas:
1. Ha llegado también en el calendario de vuestras festividades anuales el "Día de acción de gracias", introducido, desde hace más de 20 años, por la benemérita Confederación nacional de Coltivatori diretti y celebrado ya en todas las diócesis por decisión de la Conferencia Episcopal Italiana.
Se trata de una jornada importante y muy significativa, y este año habéis venido de todas las regiones de Italia, para celebrarla junto con el Vicario de Cristo: os expreso mi profunda gratitud por vuestra vibrante asamblea, testimonio de fe y de fraternidad en los ideales comunes y presento a todos mi saludo cordial y afectuoso. ¡Este encuentro me alegra y me conforta! Ante todo, deseo saludar con estima y deferencia a todos vuestros dirigentes nacionales, provinciales diocesanos, y de modo especial al presidente saliente, honorable Paolo Bonomi, que, nada menos que durante 36 años, ha guiado la Confederación, con un servicio intenso, apasionado, genial. Deseo expresar también mi complacencia y mi elogio a tantos colaboradores, y particularmente a los consiliarios eclesiásticos, que atienden con generosa dedicación la parte espiritual de la organización.
Pero sobre todo quiero saludar a cada uno de vosotros, queridísimos campesinos y campesinas, y, por medio de vosotros, a todos los trabajadores del campo y a sus familias: "gente robusta —como dijo Pablo VI de venerada memoria— capaz, fiel, modesta, generosa, de los campos de Italia" (Audiencia a los Coltivatori diretti-XX Congreso nacional, 27 de marzo de 1968). Vosotros sabéis que la Iglesia ha comprendido y valorado siempre vuestro trabajo, vuestra fatiga, vuestras justas exigencias. La Iglesia os ama, os estima, os sigue y, en las crisis ideológicas, morales, sociales y políticas que afligen a la humanidad, os mira, cultivadores de la tierra, con particular confianza. ¡Bienvenidos, pues, a la Casa del Padre! Yo os acojo con los brazos abiertos, como he acogido a las multitudes de hermanos vuestros en México, en Polonia, en Irlanda, en los Estados Unidos, en África y en Brasil; y me siento feliz de poder dar gracias al Señor con vosotros y por vosotros, hoy y siempre, por todos los beneficios que os ha otorgado el año pasado.
2. Hoy la liturgia nos hace celebrar la memoria de la Dedicación de la Basílica Lateranense, catedral de la diócesis de Roma y, por esto, primera catedral de la Iglesia universal. Nuestro encuentro espiritual en esta doble circunstancia de la "dedicación" y del "agradecimiento" se presta a dos reflexiones de importancia fundamental. La primera se refiere al valor de la fe cristiana. Vuestro agradecimiento a Dios, evidentemente, nace de la fe; y la primera exhortación que deseo dirigiros es precisamente ésta: ¡estimad vuestra fe! ¡Mantened firme vuestra fe! Hoy hay necesidad de una fe iluminada, convencida, profunda. Es necesario estar preparados para responder de modo adecuado a los interrogantes que la sociedad moderna plantea continuamente, y acaso violentamente, para no ceder jamás al choque de las mentalidades diversas y contrastantes; es necesario actualizar y desarrollar la propia cultura religiosa. Por esto, especialmente en los períodos de relativa calma de los trabajos, frecuentad los encuentros formativos en vuestras parroquias; meditad la "Palabra de Dios", de manera especial en los días festivos, de modo que seáis realmente convencidos "adoradores de Dios en espíritu y verdad", como dice Jesús a la Samaritana (cf. Jn 4, 19-24). Como escribía San Pedro a los primeros cristianos, es necesario abrazarse a Cristo, piedra viva, con plena certeza y confianza, porque "vosotros como piedras vivas sois edificados en casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por Jesucristo". ¡Inmensa es vuestra dignidad y responsabilidad de cristianos! Efectivamente, "vosotros —continúa el Apóstol— sois linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido para pregonar el poder del que os llamó de las tinieblas a su luz admirable" (cf. 1 Pe 2, 4-9).
3. La segunda reflexión se refiere a la actitud de "agradecimiento" que debe distinguir la vida de cada hombre, de cada cristiano en particular. Debemos hacer nuestras las palabras del Salmista, incluso en los momentos de ansiedad y de dolor: "Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la roca que nos salva; entremos a su presencia para darle gracias, vitoreándolo al son de instrumentos" (Sal 94, 1-2). San Pablo inculcaba en sus Cartas este continuo espíritu de gratitud: "Dad en todo gracias a Dios, porque tal es su voluntad en Cristo Jesús" (1 Tes 5, 18). "Llenaos del Espíritu... dando siempre gracias por todas las cosas a Dios Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo" (cf. Ef 5, 18-20). Es una actitud "eucarística", que os da paz y seguridad en las fatigas, os libera de toda afección egoísta e individualista, os hace dóciles a la voluntad del Altísimo, incluso en las exigencias morales más difíciles, os abre a la solidaridad y a la caridad universal; os hace comprender cómo es absolutamente necesaria la oración, y sobre todo la vida eucarística mediante la Santa Misa, el acto de acción de gracias por excelencia, para vivir y testimoniar coherentemente la propia fe cristiana. ¡Agradecer significa creer, amar, dar! ¡Y con alegría y generosidad!
4. Queridísimos: He aquí el mensaje que os confío en esta jornada de acción de gracias: ¡Tened fe! ¡Tened agradecimiento! "Mirad... que en todo tiempo os hagáis el bien unos a otros y a todos" (1 Tes 5, 15). ¡Y amad vuestra tierra, amad vuestro trabajo! Es el estímulo que os quiero dejar por último. Ciertamente todas las artes y oficios son útiles y válidos, y cada trabajo y empleo debe ser valorado justamente, estimado y respetado. Pero el trabajo del campo es esencial y todos somos deudores a aquellos que se dedican a él. Ese trabajo exige continuidad, maña, gusto y estima de los valores tradicionales, aceptación del riesgo, amor a la fatiga, sentido de responsabilidad. Continuad amando la tierra: ¡Inculcad este amor a los jóvenes que forman las nuevas familias! ¡Y toda la sociedad, por tantos motivos, debe estaros sinceramente agradecida!
Me complazco en concluir trayendo a vuestra memoria el famoso cuadro, bien: conocido para vosotros, de Jean-François Millet, titulado "El Ángelus", que representa a un hombre y a una mujer los cuales detienen su trabajo en el campo, y se recogen en silenciosa invocación a la Virgen Santísima. Mantened también vosotros, coltivatori diretti, en vuestras familias siempre límpida y confiada la devoción a María Santísima; ¡uníos a Ella en el cotidiano compromiso de vuestro agradecimiento! ¡A Ella os confío! ¡Que Ella os proteja a todos y siempre!
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