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CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA EN EL 50 ANIVERSARIO
DE LA FUNDACIÓN DE RADIO VATICANO

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Capilla Sixtina
Jueves 12 de febrero de 1981

 

Queridos hermanos y hermanas:

1. Hace 50 años, en este mismo día, mi venerado predecesor Pío XI dirigía por primera vez un radiomensaje al mundo, inaugurando así la que, con legítimo orgullo, llamáis. Radio del Papa. Habéis deseado —en continuidad ideal con aquel acontecimiento— que este 50 aniversario os viese reunidos en torno al Pastor visible de la Iglesia universal, para participar en la gratitud y en el gozo de la Eucaristía.

Y para que en esta Eucaristía tomasen parte también los innumerables radioyentes, a los que prestáis vuestro servicio cotidiano y que constituyen la gran riqueza de la Radio Vaticano, sobre todo aquellos que sufren por su fidelidad a Cristo, y los enfermos, los ancianos, habéis pedido que esta celebración eucarística tuviese lugar y fuera transmitida a la misma hora en la que cada día se transmite por Radio la Santa Misa desde vuestra capilla.

Este deseo corresponde a la vocación fundamental de Radio Vaticano. Cada uno de vosotros sabe que la obra de la evangelización a través de la radio exige una incansable búsqueda de mediación cultural, de lenguaje eficaz, de expresiones creativas. Pero en cada uno de vosotros está la certeza, corroborada por los testimonios de tantos oyentes, que la primera y fundamental tarea de Radio Vaticano, de este precioso e irrenunciable servicio a la Iglesia, es la de difundir la enseñanza y la voz misma del Vicario de Cristo, de permitirle, como ya decía Pío XI, "ampliar su conversación a todo el mundo".

Al cumplir esta misión suya esencial. Radio Vaticano contribuye a reforzar la unidad de la Iglesia, permitiendo a los fieles de todas las partes de la tierra apiñarse casi físicamente en torno al Papa, "sobre todo, relacionando instantáneamente con la Sede de Pedro y entre sí a esas Iglesias locales que se hallan en precarias condiciones de libertad religiosa", como dije con ocasión de mi visita a vuestra sede el 5 de febrero del año pasado.

2. Vosotros sabéis bien que las ondas portadoras de vuestros mensajes superan distancias geográficas y fronteras de toda naturaleza, pero también sois conscientes de que, por encima de la misma información tan preciosa para los que no tienen otras fuentes, y juntamente con la catequesis, indispensable para tantos que no tienen otros recursos, está la comunión eclesial, a la que servís aportando algo que no es vuestro, sino que se os está dando continuamente.

Por esto, el momento de la oración, de la Eucaristía, es el momento más importante que puede vivir vuestra laboriosa jornada: es el momento en el cual, invisible, pero concretamente, os encontráis en el centro de una comunión eclesial formada no por simples oyentes, sino por miembros vivos y que participan en el ininterrumpido misterio, que es la Iglesia de Cristo peregrina en el mundo.

Este ocupar el centro, que es para vosotros don precioso y al mismo tiempo altísima responsabilidad, os hace intuir inmediatamente la razón profunda de vuestra unión con el Papa, de vuestra fidelidad al Papa, de vuestra necesidad de latir al unísono con el corazón del Papa. Alimentados por la Eucaristía, factor primario de unidad de la Iglesia, y fieles al Papa, "principio y fundamento perpetuo y visible", signo y garante de la unidad de la Iglesia, podréis desarrollar cada día, con humildad y confianza, vuestro ministerio, que es servicio de evangelización. Y si las limitaciones de los recursos materiales y vuestras mismas limitaciones humanas pueden, a veces, volver insegura vuestra serenidad, recordad que el mensaje que se os ha confiado es mayor que vosotros y que constituye también, y primeramente para vosotros, una fuente de vida y de fuerza.

Humildad, reconocimiento y confianza: estos son los sentimientos que os invito a renovar en este cincuentenario de la fundación de Radio Vaticano, y al mismo tiempo, os renuevo el mandato de evangelizar a todas las gentes, que Cristo el Señor no cesa de hacer resonar en nuestros corazones.

3. Las lecturas bíblicas de esta liturgia nos invitan también oportunamente a este mismo tema.

"Euntes, docete omnes gentes: Id, pues, y enseñad a todas las naciones" (Mt 28, 19). En esta consigna suprema de Jesús resucitado a sus discípulos se funda y se nutre todo el enorme interés desplegado por la Iglesia en el curso de la historia de estos dos milenios, para dar testimonio, con las palabras y con las obras, del Evangelio y de su fuerza de transformación. Y me resulta grato entrever un único hilo conductor, precisamente el del mismo anuncio de Salvación centrado en Cristo, que une juntamente el primer discurso de Pedro el día de Pentecostés, referido en el capítulo segundo de los Hechos de los Apóstoles, y los de sus sucesores en este siglo XX, los cuales se han servido del medio radiofónico. El anuncio, decía, es el mismo; pero también es el mismo su destino universal, entonces significado por la prodigiosa capacidad con la que los representantes de todas las tierras conocidas en aquel tiempo, pudieron escuchar la palabra apostólica en Jerusalén, y realizada hoy, en círculo enormemente más amplio, por la posibilidad que tiene la radio de transmitir en las principales lenguas que se hablan y de llegar a todas las partes del mundo. Y quiera el Señor que sea también el mismo el resultado de conversión (cf. Act 2, 41), es decir, de renovación interior de los oyentes, con miras a un nuevo planteamiento de vida. Efectivamente si Radio Vaticano no se esforzase, al menos, por lograr estos éxitos misioneros, traicionaría su propia identidad: esto es, la de ser un instrumento privilegiado de evangelización, que es, al mismo tiempo, anuncio, testimonio y auténtica promoción del hombre.

La fe cristiana, en realidad, se basa y se injerta en la escucha. La primera lectura bíblica, tomada de la Carta de San Pablo a los Romanos, nos lo ha recordado en términos explícitos y típicos: "Fides ex auditu, auditus autem per verbum Christi" (Rom 10, 17): la fe depende de escuchar el anuncio, y éste, a su vez, concierne y casi encarna la misma palabra de Cristo. Como el mismo Apóstol se expresa en otro lugar: "no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús, Señor" (2 Cor 4, 5), puesto que "si aún buscase agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo" (Gál 1, 10). Precisamente la relación palabra-escucha-fe está en la línea más pura del misterio de la cruz salvífica de Jesús, porque nos dice que lo aparentemente más débil e inconsistente, como es precisamente la palabra, está en disposición de producir, mediante la intervención de la gracia divina, la realidad más potente, esto es, la fe que "vence al mundo" (1 Jn 5, 4).

4. Pues bien, queridos hermanos y hermanas, sed de estos cristianos que sienten vibrar profundamente las exigencias inherentes al propio bautismo, y desarrollad vuestro servicio cotidiano no sólo con la competencia que os es propia, sino también con ese espíritu apostólico, a la vez celoso e inteligente, que se le pide al discípulo de Cristo, comprometido en la Iglesia y en el mundo.

Quiero dirigir un saludo particular también a todos aquellos que en este momento y en diversos países escuchan mi voz. Os habla el Obispo de Roma, el Sucesor de Pedro y Vicario de Cristo, unido paternalmente con todos los hijos de la Iglesia en el idéntico vínculo de la fe, de la caridad y de la esperanza. Os invito a todos a sentiros cada vez más parte de esta única y gran familia que es la comunidad eclesial, el Cuerpo de Cristo, en el que "no hay ya judío o griego, no hay siervo o libre, no hay varón o mujer, porque todos sois uno en Cristo Jesús" (cf. Gál 3, 28). Y si a alguno de vosotros "os ha sido otorgado no sólo creer en Cristo, sino también padecer por El" (Flp 1, 29), sepa que estoy afectuosamente cercano a él, con la certeza de que "la Palabra de Dios no está encadenada" (2 Tim 2, 9).

Que el Señor asista a cada uno de nosotros "todos los días" (Mt 28, 20), nos robustezca con su potencia, fecunde el empeño y las fatigas de todos por su Evangelio.

En particular mediante el calificado servicio vuestro de Radio Vaticano, adquieran cada vez mayor verdad las palabras del Salmo responsorial:

"El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia" (Sal 98 [97], 2).

Amén.

 



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