VIAJE APOSTÓLICO A VENEZUELA,
ECUADOR, PERÚ, TRINIDAD Y TOBAGO
CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA EN CARACAS
HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
Caracas, 27 de enero de 1985
Señor cardenal,
hermanos obispos, autoridades,
queridas familias cristianas,
amados hijos e hijas de Venezuela:
1. Como Obispo de Roma, Sucesor del Apóstol San Pedro y hoy peregrino en vuestra patria, quiero ante todo postrarme en profunda adoración ante el único Dios en el misterio de la Santísima Trinidad.
A los pies de la Madre de Dios, la Santísima Virgen de Coromoto, Patrona de Venezuela que preside este encuentro, y ante tantas familias de los barrios cercanos a nosotros, proclamamos hoy todos juntos, en esta explanada de Montalbán, nuestra humilde alabanza a la Sabiduría y Omnipotencia divina. Y lo hacemos con las palabras de la liturgia, en particular con las que hemos escuchado en la primera lectura, del libro de los Proverbios. Lo hacemos obedeciendo a una necesidad profunda de nuestra fe y en nombre de todas las generaciones que a través de los siglos se han sucedido en esta tierra; desde los primeros pobladores indígenas hasta los últimos inmigrantes.
Me concede Dios la gracia de visitar vuestro noble país al comienzo de esta novena de años con que la Iglesia de toda América Latina se prepara a celebrar solemnemente el V centenario del inicio de la evangelización, los 500 años de presencia y de servicio al Pueblo de Dios en este continente de la esperanza.
2. En la primera lectura hemos oído las alabanzas a la Sabiduría y Omnipotencia que Dios ha manifestado en la creación. ¡Con qué inesperada magnificencia apareció este mundo creado por Dios a los ojos de Cristóbal Colón y sus compañeros, hace 500 años. La tierra nueva! Como sí salieran del abismo, surgen ante sus ojos la tierra y los campos, los montes y las colinas, las fuentes cargada de agua (Cf.. Prov. 8, 24-26).
De improviso el globo terrestre se presentó distinto de como hasta entonces lo habían creído. Ahora sí que aparecía el verdadero “globo terrestre” bajo el inmenso firmamento, sin que las aguas rebasaran los límites de las tierras recién descubiertas (Cf.. Ibíd.. 8, 24-29).
Deseo que desde esta ciudad de Caracas, como desde un pórtico del continente, volvamos la mirada 500 años atrás, para postrarnos, junto con los descubridores, en actitud de alabanza y adoración al Dios creador de las maravillas del Nuevo Mundo.
3. La Iglesia en Venezuela, al igual que toda la Iglesia en América Latina, durante esta novena de años se prepara, guiada por sus Pastores, al gozoso jubileo del V centenario de la llegada del Evangelio; se prepara ala solemne conmemoración de la gran siembra de la fe en este continente.
Ante ello no podemos menos de exclamar con las palabras de la Carta a los Efesios: “Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo” (Eph. 1, 3).
Tomando el báculo del peregrino, he venido hasta vosotros, queridos hermanos y hermanas, para que todos juntos, haciendo nuestras las palabras del Apóstol, bendigamos a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo. He venido a dar gracias con vosotros al Dios uno y trino por la gran siembra de la fe, por los frutos abundantes de la evangelización que se ha consolidado entre vosotros, entre los diversos grupos y razas, y dura hasta hoy.
Es para mí deber insoslayable, como Pastor de toda la Iglesia, recordar y rendir homenaje a los pioneros de la evangelización en vuestras tierras y a todos los obreros de la viña del Señor. A este propósito no puedo menos de mencionar a los padres Francisco de Córdoba y Juan de Garcés, al primer obispo de Venezuela Rodrigo de Bastidas, al obispo Pedro de Agreda, que organizó los curas doctrineros, a los padres franciscanos observantes, que realizaron las primeras misiones. En esta labor misionera sobresalen las figuras de fray Francisco de Pamplona y fray Juan de Mendoza. A ellos se unen otros tantos celosos y ejemplares servidores de la Iglesia, que en los cinco siglos pasados le han dado consistencia en vuestra patria.
Y al dar gracias a Dios, imploro de su paternal misericordia que la semilla de la fe continúe madurando y dando frutos abundantes que respondan a los retos y exigencias de nuestro tiempo y de los tiempos que se avecinan.
Sea también expresión de nuestra acción de gracias y de nuestra plegaria común al Padre, el acto solemne de coronación de la venerada imagen de Nuestra Señora de Coromoto, Patrona de todos los venezolanos y de las familias del país.
4. El Evangelio de la liturgia de hoy nos lleva hasta el portal de Belén y, junto con los pastores, nos acercamos al pesebre. Ellos fueron los primeros testigos del gran misterio del nacimiento del Hijo de Dios: “Fueron corriendo y encontraron a María y a José y al Niño acostado en el pesebre” (Luc. 2, 16).
Ante los pastores aparece esa imagen que ha permanecido para siempre en la memoria de la Iglesia y de la humanidad: la imagen de la Sagrada Familia.
En su infinita misericordia, el Padre Eterno “nos ha bendecido con toda clase de bendiciones” por el misterio de la Encarnación, en la persona de Jesucristo, el Hijo del Hombre que se hace niño, que viene al mundo como un recién nacido en el seno de una familia. De esta manera, toda familia humana, a ejemplo de la Sagrada Familia de Belén y Nazaret, está llamada por Dios a ser santa e inmaculada en Cristo Jesús (Cf.. Εph. 1, 4).
5. Mas para que la santidad de la familia sea preservada, la Iglesia ha de continuar predicando la verdad sobre el matrimonio cristiano y la familia, inscrita por Dios en el corazón del hombre y revelada en Cristo en toda su profundidad.
El punto de partida de la doctrina eclesial en este campo está en el concepto del amor conyugal entendido en toda su verdad. Se trata del amor en cuanto comunión interpersonal de los cónyuges, que se entregan mutuamente en cuerpo y alma. Este amor interpersonal auténtico, base de toda la vida conyugal y familiar (Cf.. Gaudium et Spes, 48), es el que vosotros, queridos esposos, habéis de custodiar e incrementar. Pues el amor conyugal comienza a deteriorarse cuando la entrega entre los esposos se hace más débil, se cierra en el egoísmo.
Por ello escribían justamente vuestros obispos: “Desgraciadamente comprobamos la existencia de uniones que, si bien son legítimas, no forman una comunidad de amor. En efecto, el egoísmo, la falta de madurez, la incomprensión, las actividades profesionales demasiado absorbentes u otros motivos, han socavado la firmeza del amor inicial” (Exhort. past. Familia, Población y Justicia, 18).
6. La realidad estupenda del amor conyugal se manifiesta precisamente en la comunión en el amor. Comunión de los esposos entre sí y de los padres con los hijos. Estos íntimos vínculos que hacen de la familia un hogar, una casa, donde la fusión de los corazones está garantizada por Dios: “Si el Señor no construye la casa, en vano fatigan los obreros” (Ps. 126, 1).
Más aún, la grandeza interior del amor conyugal está en el hecho de ser llamado a colaborar en el amor creador de Dios. Como hemos recordado en el Salmo responsorial: “Los hijos son un regalo del Señor y el fruto del vientre, su recompensa” (Ibíd.. 3). Sí, los hijos son un don del amor creador de Dios hecho al amor de los esposos.
Mas algo de tanta trascendencia como la paternidad y maternidad, ha de realizarse en modo plenamente responsable, para decidir así incluso el número de hijos y su distanciamiento. En ello los esposos han de ser guiados “por la conciencia, la cual ha de ajustarse ala ley divina misma, dóciles al Magisterio de la Iglesia” (Gaudium et Spes, 50). Por otra parte, como enseña la Encíclica “Humanae Vitae”: “Todo acto matrimonial debe estar abierto ala transmisión de la vida” (Pablo VI, Humanae Vitae, 11); de ahí que la contracepción y esterilización con fines contraceptivos sean siempre gravemente ilícitas.
Queridos esposos y esposas, venidos de Caracas y de toda Venezuela: Vuestra misión en la sociedad y en la Iglesia es sublime. Sed creadores de verdaderos hogares, de familias unidas y educadas en la fe. Luchad contra la plaga del divorcio que arruina a las familias e incide tan negativamente en la educación de los hijos. No rompáis vosotros lo que Dios ha unido. Respetad siempre la vida que es un espléndido don de Dios (Cf. Familiaris Consortio, 30). Recordad que nunca es lícito suprimir una vida humana, con el aborto ola eutanasia. Vuestra misma Constitución es bien clara y acertada a este propósito.
7. San Pablo nos decía en la segunda lectura: Dios nos ha elegido para ser sus hijos adoptivos (Cf. Eph. 1, 5). Vuestros hijos, todos los hijos de las familias cristianas, vienen a ser, por el bautismo, hijos adoptivos de Dios.
¡Qué grandeza y responsabilidad a la vez la de los padres cristianos, que como fruto de su amor se convierten en templos en los que Dios realiza su acción creadora! Sed conscientes de esta altísima misión que Dios ha puesto en vuestras manos: y haced de vuestras familias un templo de Dios, una “iglesia doméstica”.
Para lograrlo, cultivad en vuestros hogares la plegaria que une y orienta rectamente la vida, enseñad a orar a vuestros hijos y educadlos en la moral y en las exigencias de la vida cristiana. Una tarea a la que están llamados los padres y las madres, en mutua colaboración.
8. Tras estas reflexiones, dirigimos ahora nuestra mirada de fe hacia la Santa Madre de Dios. Hoy el Papa, Obispo de Roma, rodeado de sus hermanos los obispos de Venezuela, va a llevar a cabo la coronación canónica de la imagen de Nuestra Señora de Coromoto, que será venerada en su nueva basílica. Con este acto queremos rendir un ferviente homenaje de devoción y amor, aquí en la capital de la nación, a la dulce Madre y Patrona de Venezuela, que desde su entrañable santuario de Guanare acompaña a sus hijos. Ante Ella el Papa, los obispos y todos los fieles de Venezuela nos hacemos peregrinos espirituales a su santuario. En una inmensa peregrinación de fe, de amor filial. Para dar gracias a Dios por todo el pasado de la Iglesia en vuestro país.
El Evangelio de hoy nos dice: “Y María conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón” (Luc. 2, 19). Sí, María está constantemente presente en el misterio de Cristo y de la Iglesia. Como enseña el Concilio Vaticano II, la Virgen está presente en su condición de madre (Cf.. Lumen Gentium, 61). Ella estuvo presente como Madre durante estos cinco siglos de evangelización que van a cumplirse. Ella conserva, meditándola en su corazón, la historia del Pueblo de Dios en estas tierras, de generación en generación.
Hoy queremos, por así decirlo, “coronar” y alabar esa presencia de María mediante la acción de gracias que brota de nuestros corazones. A la vez pedimos que continúe presente en el Pueblo de Dios de Venezuela: como en Belén, en Nazaret, a los píes de la cruz en el Calvario, en el Cenáculo de Pentecostés con los Apóstoles, cuando nace la Iglesia.
Rogamos a Dios que María continúe estando presente entre vosotros y que, por su intercesión materna, Dios Padre os bendiga de generación en generación “con toda clase de bendiciones espirituales... en Cristo” (Eph. 1, 3), para que seáis, para que seamos, alabanza de su gloria todos los que desde siglos y generaciones “hemos esperado en Cristo” (Ibíd.. 1, 12).
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