VIAJE APOSTÓLICO
DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
A ESLOVAQUIA
HOMILÍA DEL SANTO PADRE
Roznava, sábado 13 de septiembre de 2003
1. "Os ruego que os comportéis como pide la vocación a la que habéis sido llamados" (cf. Ef 4, 1).
La apremiante invitación del apóstol san Pablo a la comunidad cristiana de Éfeso reviste un significado particular para todos los que estamos aquí reunidos. A cada fiel, en la diversidad de las vocaciones y los carismas, se le ha encomendado la tarea de ser discípulo y apóstol: discípulo, a la escucha humilde y dócil de la palabra que salva; apóstol, con el testimonio apasionado de una vida animada por el Evangelio.
Dice un proverbio eslovaco: "Las palabras mueven, los ejemplos arrastran". Sí, queridos hermanos y hermanas, también vosotros podéis dar, con el "estilo" de vuestra vida cristiana, una gran contribución a la evangelización del mundo contemporáneo y a la construcción de una sociedad más justa y fraterna. Por eso, os digo con el Apóstol: "Mirad vuestra vocación" (1 Co 1, 26).
2. Os saludo con afecto en el nombre del Señor a todos vosotros, hijos e hijas de esta Iglesia local, comenzando por vuestro obispo, monseñor Eduard Kojnok, al que agradezco las cordiales palabras que me ha dirigido, y a su coadjutor, monseñor Vladimír Filo. Saludo y bendigo a los obispos presentes y a los peregrinos que han venido de otros países y de las demás diócesis. Saludo a las autoridades civiles y militares, en particular al señor presidente de la República eslovaca y al presidente del Parlamento. A todos agradezco la acogida y el empeño puesto en la preparación de mi visita.
Deseo dirigir un saludo particular a la comunidad de lengua húngara, tan numerosa en esta región y parte integrante de esta diócesis. Amadísimos hermanos y hermanas, orgullosos de vuestras tradiciones y fieles a la enseñanza de vuestros padres, mantened firme la fe y viva la esperanza, sacando fuerza de vuestro amor a Cristo y a su Iglesia. Vuestra presencia es un enriquecimiento constante para la tierra eslovaca, y sé que los pastores de esta Iglesia local se esfuerzan por satisfacer vuestras aspiraciones espirituales, salvaguardando siempre la unidad eclesial, factor de crecimiento humano y espiritual para toda la sociedad eslovaca.
3. Queridos hermanos y hermanas, al venir de Bratislava y Kosice, he podido admirar los vastos campos cultivados, testimonios de vuestro trabajo y vuestro esfuerzo. He pensado con simpatía y gratitud en cuantos trabajan en el campo y dan, con su dedicación, una contribución indispensable a la vida de la nación. Los saludo con afecto. En la parábola evangélica que acabamos de oír proclamar, Jesús mismo se comparó con el sembrador, que siembra con confianza la semilla de su palabra en la tierra de los corazones humanos.
El fruto no depende únicamente de la semilla, sino también de las diversas situaciones del terreno, es decir, de cada uno de nosotros. Escuchemos la explicación que Jesús mismo dio de la parábola. La semilla devorada por las aves evoca la intervención del maligno, que lleva al corazón la incomprensión del camino de Dios (cf. Mc 8, 33), que es siempre el camino de la cruz.
La semilla sin raíz describe la situación en la que se acepta la Palabra sólo exteriormente, sin la profundidad de adhesión a Cristo y el amor personal a él (cf. Col 2, 7), necesarios para conservarla.
La semilla ahogada remite a las preocupaciones de la vida presente, a la atracción que ejerce el poder, al bienestar y al orgullo.
4. La Palabra no da fruto automáticamente: aunque es divina, y por tanto omnipotente, se adapta a las condiciones del terreno, o mejor aún, acepta las respuestas que le da el terreno, y que pueden ser también negativas. Misterio de la condescendencia de Dios, que llega incluso a ponerse completamente en manos de los hombres. Porque, en el fondo, la semilla sembrada en los diversos terrenos es Jesús mismo (cf. Jn 12, 24).
La lectura de esta parábola y de la explicación que dio Jesús a sus discípulos suscita en nosotros una reflexión necesaria. Queridos hermanos y hermanas, nosotros somos la tierra en donde el Señor siembra incansablemente la semilla de su Palabra y de su amor. ¿Con qué disposiciones la acogemos? ¿Cómo la hacemos fructificar?
5. San Juan Crisóstomo, cuya memoria litúrgica estamos celebrando, escribe: "Tengo su palabra: ella es mi cayado, mi seguridad... Es mi fortaleza y mi defensa" (cf. Homilías antes del exilio, nn. 1-3: PG 52, 428).
El Papa os encomienda hoy a todos vosotros el tesoro de esta palabra, haciéndose, a su vez, sembrador confiado que siembra en el secreto del corazón de cada uno la "buena nueva" del Reino. Sed la tierra fértil y buena que, con la abundancia de sus frutos, realiza las expectativas de la Iglesia y del mundo.
"Son inútiles los esfuerzos de los hombres cuando no son bendecidos por Dios", reza también sabiamente otro de vuestros proverbios. Por eso, invoco sobre vosotros y sobre vuestro compromiso de vida cristiana las más copiosas bendiciones del Altísimo.
Sed fieles a Dios, cumplid sus mandamientos. Defended la vida y sed fieles a la Iglesia y a vuestra patria, Eslovaquia.
Amén.
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