HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
EN LA MISA POR LOS CARDENALES Y OBISPOS
QUE HAN FALLECIDO DURANTE EL AÑO
Jueves 11 de noviembre de 2004
1. "Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre" (Jn 6, 51). Así habla Jesús a la multitud después del milagro de la multiplicación de los panes. Se presenta a sí mismo como el verdadero maná, dado por el Padre celestial para que los hombres tengan la vida eterna (cf. Jn 6, 26-58). Sus palabras anticipan, en cierto sentido, el gran don de la Eucaristía, sacramento que instituirá en el Cenáculo, durante la última Cena.
En la Pascua se realizará el misterio de su muerte y resurrección. Es un misterio que se actualiza constantemente en la Eucaristía, banquete místico, en el que el Mesías se entrega a sí mismo como alimento a los convidados, para unirlos a sí con un vínculo de amor y de vida más fuerte que la muerte.
2. Señores cardenales, venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, amadísimos hermanos y hermanas, el tema del banquete mesiánico guía nuestra reflexión en esta celebración, durante la cual recordamos a nuestros hermanos cardenales y obispos fallecidos recientemente.
Cada vez que celebramos la Eucaristía, participamos en la cena del Señor que anticipa el banquete de la gloria celestial. En la primera lectura, que se acaba de proclamar, el profeta Isaías nos ha invitado a pensar en ese glorioso banquete. Tendrá lugar en el monte santo de Jerusalén y eliminará para siempre la muerte y el luto (cf. Is 25, 6. 8). También el salmo 22 lo evoca en la confortadora visión del orante acogido por Dios mismo, que prepara la mesa para él y unge con óleo su cabeza (cf. Sal 22, 5).
3. ¡Cuánta luz irradia la palabra de Dios sobre esta liturgia, mientras, unidos en oración en torno al altar, ofrecemos el sacrificio eucarístico en sufragio de los venerados cardenales y obispos que han pasado de este mundo al Padre durante este año!
Con afecto me complace recordar, de modo especial, a los señores cardenales: Paulos Tzadua, Opilio Rossi, Franz König, Hyacinthe Thiandoum, Marcelo González Martín, Juan Francisco Fresno Larraín, James Aloysius Hickey y Gustaaf Joos.
Oremos por ellos y por los arzobispos y obispos difuntos, encomendándolos con confianza filial a la misericordia divina.
4. Pensando en ellos, recordando su servicio generosamente prestado a la Iglesia, nos parece que repiten con el Apóstol: "La esperanza no defrauda" (Rm 5, 5).
Sí, amadísimos hermanos y hermanas, Dios es fiel y nuestra esperanza en él no queda defraudada. Demos gracias al Señor por todos los beneficios otorgados a la Iglesia mediante el ministerio sacerdotal de estos pastores difuntos.
Invoquemos para ellos la intercesión maternal de María santísima, a fin de que obtengan participar en el banquete eterno. El mismo banquete que con fe y amor gustaron anticipadamente durante la peregrinación terrena. Amén.
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