MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II
A LOS NICARAGÜENSES
Amados hermanos en el episcopado,
queridos sacerdotes y diáconos religiosos,
religiosas y fieles católicos de Nicaragua
Con ocasión de la santa misa que se celebra en la localidad de Posoltega, para recordar y encomendar al Señor a las numerosas víctimas, familiares y amigos vuestros, que hace un mes perdieron su vida debido al devastador huracán «Mitch», que ha azotado y causado graves y cuantiosos daños a esa amada nación, deseo unirme a todos y cada uno, expresando mi total solidaridad con las innumerables personas afectadas por el cataclismo.
En estos días os está visitando en mi nombre el presidente del Pontificio Consejo «Cor unum», arzobispo Paul Josef Cordes, el cual es portador de mi afecto y solicitud por los damnificados, que han perdido, además de sus seres queridos, casas, bienes, tierras e incluso los instrumentos de trabajo.
En esta hora crucial de la vida nicaragüense el Papa se siente muy cercano a vosotros y desea haceros llegar su palabra de aliento para animaros a no perder nunca la esperanza, impulsados por la fe y la caridad que os caracterizan. Al mismo tiempo, quiere exhortar a todos y cada uno para que, desde su propia situación, colaboren activamente en la reconstrucción de la vida nacional. La Iglesia en Nicaragua, por su parte, fomentando la unidad, la paz y la solidaridad cristiana, debe ser igualmente un signo visible que alimente la confianza de todos, proclamando sin cesar que Jesucristo está vivo y presente a vuestro lado.
Muchos países, instituciones y personas se han movilizado y enviado ya notables ayudas para paliar los efectos desastrosos del huracán. Apreciando vivamente esos gestos de solidaridad, reitero mi apremiante llamado a las diversas comunidades eclesiales, a las entidades públicas y privadas, así como a todos los hombres de buena voluntad para que, movidos por nobles sentimientos de fraternidad, sigan prestando todo tipo de ayuda a las poblaciones afectadas y les ofrezcan el socorro necesario en este grave momento de destrucción y muerte, pensando igualmente en la posterior reconstrucción y normalización de la vida ciudadana con espíritu generoso y desinteresado.
Queridos hermanos y hermanas, os encomiendo a la particular protección de la Virgen María, Madre de los desamparados y de cuantos sufren, y a la que veneráis en su misterio de la Inmaculada Concepción. A ella confío todas y cada una de las comunidades eclesiales de Nicaragua que peregrinan hacia el Padre, para que permanezcan fieles a Cristo en la pureza de la fe, sean corroboradas en la esperanza y siempre generosas en el amor.
Como expresión de toda mi solicitud y cercanía por cada uno de vosotros, os otorgo una especial bendición apostólica.
Vaticano, 23 de noviembre de 1998
JUAN PABLO II
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