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CARTA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A SU SANTIDAD ARAM I, CATHOLICÓS DE CILICIA

 

A Su Santidad ARAM I
Catholicós de Cilicia

«Jesús se acercó a ellos y les habló así:  "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo"» (Mt 28, 18-20).

Entre las solemnes celebraciones litúrgicas de la Ascensión y Pentecostés, estas palabras del Señor resucitado se proclaman en todas las comunidades cristianas. En el Catholicosado armenio de Cilicia, que celebra hoy el XVII centenario del bautismo de la nación armenia, cobran un significado particular. Estas palabras de Jesús explican por qué, en el año 301, san Gregorio el Iluminador bautizó al rey armenio Tirídates III, y explican el hecho de que, poco después, toda la nación armenia llegara a confesar la fe cristiana y a ser bautizada. "La Iglesia católica entera se alegra al recordar el providencial baño bautismal, gracias al cual vuestra noble y querida nación comenzó definitivamente a formar parte del grupo de pueblos que han acogido la vida nueva en Cristo" (Carta apostólica en el XVII centenario del bautismo del pueblo armenio, 2 de febrero de 2001, n. 1:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 2 de marzo de 2001, p. 6).

El Señor resucitado aseguró a sus discípulos:  "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo". ¡Cuántas veces, en el curso de la historia armenia, vuestro pueblo ha puesto toda su confianza en estas palabras! En tiempos gloriosos, cuando la nación armenia podía vivir su fe cristiana en libertad y felizmente, esta promesa del Señor se recordaba con confianza y orgullo. En períodos tenebrosos, cuando la dolorosa persecución y expatriación atormentaron a la nación armenia, se recordaron con aflicción y tristeza. Ojalá que en esta celebración del XVII centenario todos los armenios miren de nuevo al futuro con confianza, seguros de que el Señor no abandona jamás a su grey fiel.

El Catholicosado de Cilicia representa de un modo particular la larga peregrinación de la cristiandad armenia. Cuando el antiguo reino armenio fue atacado y finalmente destruido, muchos fieles se refugiaron en Cilicia, donde se fundó un nuevo reino, cuya capital fue Sis. En aquella región, la cristiandad armenia prosperó durante siglos, hasta que, a fines del siglo XIX y comienzos del XX, drásticos cambios políticos y sociales obligaron a los fieles armenios a dispersarse de nuevo.

Muchos de ellos huyeron a los países vecinos, especialmente al Líbano y a Siria, mientras que otros se dispersaron por todo el mundo. Las horribles matanzas que causaron la muerte u obligaron a emigrar a gran número de vuestros antepasados forman parte de la memoria común. Causaron profundas heridas colectivas y personales que todavía no han cicatrizado. Jesús dijo al apóstol Tomás:  "Trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente" (Jn 20, 27). Las manos de los armenios han tocado reiteradamente las heridas dolorosas infligidas al cuerpo sufriente de Cristo. Pero, del mismo modo, la luz que irradia el cuerpo glorificado de Cristo jamás ha dejado de iluminar el corazón y la mente de los armenios.

El Catholicosado de Cilicia, situado en una especie de encrucijada entre diferentes pueblos y culturas, entabló, desde la Edad Media, relaciones cordiales e intercambios fecundos con la cristiandad bizantina, siria y latina. Muchos pastores santos y guías espirituales de Cilicia promovieron asiduamente la reconciliación y la comunión plena entre los cristianos. Siguieron las enseñanzas de Nerses de Lambron, que escribió:  "Creo conveniente recordar a Vuestra Misericordia que el amor es el primero de todos los mandamientos de Dios. (...) El Señor nos dio este precepto, que era nuevo entonces. (...) No lo incumplamos, albergando celos hacia otros cristianos" (Carta al rey Levon de Cilicia).

A lo largo de los siglos se han desarrollado relaciones cordiales entre el Catholicosado de Cilicia y la Iglesia católica. Frecuentes intercambios de cartas y visitas, e incluso tentativas de restablecer la comunión plena, forman parte de esta constante comunicación fraterna.

El XVII centenario del bautismo de Armenia representa una oportunidad providencial para celebrar y renovar el vínculo fraterno que existe entre la Iglesia católica y la Iglesia armenia. En los últimos tiempos, el incremento de los contactos ha llevado a una nueva cercanía. Con respecto al Catholicosado de Cilicia, Su Santidad el Catholicós Khoren I abrió el camino, visitando a la Iglesia de Roma y al Papa Pablo VI en 1967. Su Santidad el Catholicós Karekin I, que conocía la Iglesia de Roma muy bien, pues estuvo presente en el concilio Vaticano II como observador, me visitó tres veces, en 1983, en 1996 y en 1999. Por último, usted, Santidad, ha seguido los pasos ecuménicos de sus dos ilustres predecesores. Con ocasión de su visita a Roma en 1997, tuvimos la alegría de firmar una Declaración común, en la que afirmamos que "cuando las comunidades cristianas se han comprometido más profundamente en el diálogo ecuménico, un acercamiento serio, sostenido por el respeto y la comprensión mutuos, constituye el único camino sólido y confiable que puede llevar a la plena comunión" (25 de enero de 1997:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 31 de enero de 1997, p. 6).

Usted, Santidad, promueve con empeño la unidad de los cristianos y ocupa cargos de gran responsabilidad en muchos organismos ecuménicos, incluidos el Consejo mundial de las Iglesias y el Consejo de las Iglesias de Oriente Próximo. De acuerdo con la mejor tradición de la Iglesia armenia, siempre abierta a otras tradiciones eclesiales consideradas complementarias más que contradictorias, tiene usted como principales preocupaciones la reconciliación y la fraternidad de los cristianos. Pido al Espíritu Santo que sostenga su compromiso ecuménico y lo haga fructificar cada vez más, mientras entramos en un nuevo milenio cristiano.

Para la celebración del XVII centenario del bautismo de Armenia, me complace mucho poder enviarle, como gesto de afecto en el Señor, una valiosa reliquia de san Gregorio el Iluminador. He entregado recientemente una reliquia similar a Su Santidad Karekin II, así como a Su Beatitud Nerses Bedros XIX. "Las reliquias de este santo, presentes entre católicos y apostólicos, son el símbolo de una estrecha unidad de fe, y dan un fuerte impulso a la unidad en Cristo. Estoy convencido de que, veneradas por el pueblo armenio sin distinción, harán crecer la comunión que Cristo quiere para su Iglesia. De este modo, la fraternidad se fortalecerá en la caridad. No dividamos las reliquias, sino trabajemos y oremos para que se unan quienes las reciben. Que las mismas raíces y la continuidad de una historia de santos y mártires preparen para vuestro pueblo un futuro de plena participación y de comunión visible de la fe en el mismo Señor" (Homilía del Romano Pontífice en la liturgia divina en rito armenio, 18 de febrero de 2001, n. 5:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 2 de marzo de 2001, p. 5).

En esta feliz ocasión he pedido al cardenal Walter Kasper que transmita a Su Santidad la seguridad de mi oración cordial por el Catholicosado de Cilicia y por todo el pueblo armenio. Hago mía la hermosa oración de la tradición armenia:  "Te damos gracias, Padre todopoderoso, porque preparaste para nosotros la santa Iglesia como un puerto, un templo de santidad, donde se glorifica a la santísima Trinidad. ¡Aleluya! Te damos gracias, Cristo Rey, porque nos has dado vida por medio de tu Cuerpo y tu Sangre santos y vivificantes. Concédenos el perdón y tu gran misericordia. ¡Aleluya! Te damos gracias, Espíritu de verdad, porque has renovado a la santa Iglesia. Consérvala sin mancha por la fe en la Trinidad, por los siglos de los siglos. ¡Aleluya!" (Oración de acción de gracias después de la comunión). Con estos sentimientos, lo abrazo, hermano mío muy amado en el corazón del Salvador resucitado.

Vaticano, 20 de mayo de 2001

JUAN PABLO II



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