MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA FEDERACIÓN BÍBLICA CATÓLICA MUNDIAL
Ha sido para mí motivo de viva complacencia saber que tendrá lugar en Bogotá, del 27 de junio al 6 de julio, la IV Asamblea de la Federación Bíblica Católica Mundial. Dirijo por ello mi más cordial saludo en el Señor a Usted, a los demás Hermanos en el Episcopado y a todos los participantes en esa Asamblea, que quiere suscitar nuevas energías para que la Palabra de Dios, como dice san Pablo, “currat et glorificetur” (2Ts 3, 1).
Desde su fundación, deseada y alentada por mi venerado Predecesor el Papa Pablo VI en 1969, la Federación ha emprendido un camino de servicio generoso en la difusión de la Biblia en el Pueblo de Dios y entre las naciones y pueblos del mundo. Me complace observar que queréis ahora expresar más claramente en vuestras propias Constituciones la referencia a la Constitución conciliar “Dei Verbum”, cuyas directrices han inspirado vuestra fecunda acción de apostolado en estos veintiún años. Os invito a conservar fielmente la inspiración originaria de la Federación, como garantía segura para su futuro desarrollo, y a llevar a cabo vuestras actividades de apostolado bíblico, con decidido empeño en las diversas regiones, bajo la dirección de los Obispos. La estrecha colaboración que siempre mantenéis con el Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, es muy laudable e imprimirá también un renovado impulso al movimiento ecuménico, pues la Palabra de Dios es eficaz para mover los corazones de todos los cristianos hacia una vida de plena comunión fraterna. En efecto, según el Concilio, la Palabra de Dios (cf. Unitatis redintegratio, 3) escrita es uno de los elementos más valiosos que edifican y dan vida a la Iglesia; y en el diálogo ecuménico la Sagrada Escritura “es instrumento precioso en la mano poderosa de Dios para lograr aquella unidad que el Salvador presenta a todos los hombres” (Ibíd., 21). Por este motivo deben ser alentados los esfuerzos de colaboración interconfesional en la traducción de la Biblia, según las normas publicadas conjuntamente con las “ Sociedades Bíblicas Unidas ” en 1987.
La Biblia, Palabra de Dios escrita bajo inspiración del Espíritu Santo, revela, dentro de la tradición ininterrumpida de la Iglesia, el misericordioso designio de salvación del Padre, y tiene como centro y corazón el Verbo hecho carne, Jesucristo, crucificado y resucitado. Por tanto, dando a los hombres la Biblia, les daréis a Cristo mismo, que sacia a los hambrientos y sedientos de la Palabra de Dios, de libertad verdadera, de justicia, de pan y de amor. Los muros del odio y del egoísmo, que aún separan a los hombres y los hacen hostiles e indiferentes a las necesidades de los hermanos, caerán como cayeron los muros de Jericó al resonar la Palabra de la misericordia divina.
Transcurridos veinticinco años desde la promulgación de la Constitución “Dei Verbum”, es todavía inmensa la tarea que queda por realizar para difundir en todas partes la Sagrada Escritura. Para ponerla en práctica se recibe gran fuerza de la lectio divina, es decir, de la escucha y meditación con corazón ardiente de la Escritura misma, a ejemplo de María y de los discípulos de Emaús (Lc 2, 51; 24,32). Es necesario acercarse constantemente a la Biblia como fuente de santificación, de vida espiritual y de comunión eclesial en la verdad y caridad; suscitadora de vocaciones de especial consagración, como corazón de la vida familiar, como inspiradora del compromiso de los laicos en la vida social y alma de la catequesis y de la teología. A este respecto enseñan los Padres conciliares: «Toda la predicación de la Iglesia, como toda la religión cristiana, se ha de alimentar y regir con la Sagrada Escritura... ella "puede edificar y dar la herencia a todos los consagrados" (Hch 20, 32)» (Dei Verbum, 21). Las Semanas Bíblicas que vuestra Federación promueve con éxito desde hace tiempo, han de ser una experiencia fuerte en la vida de las comunidades eclesiales convocadas por el Espíritu Santo en torno a Cristo Resucitado (cf. Hch, 2, 24), sensibles a todo sufrimiento humano y anhelo de esperanza y fuente de un renovado compromiso de misión, de unión con Dios y de servicio a los hermanos.
La Biblia es también un tesoro en gran parte venerado en común con el pueblo Hebreo, al cual la Iglesia está unida por un especial vínculo espiritual desde sus orígenes. Por último, este Libro Sagrado, al cual se refieren también, en cierto modo, los pueblos del Islam, puede inspirar todo diálogo interreligioso entre los pueblos que creen en Dios, y contribuir así a suscitar en el corazón de todos una oración universal aceptable a Dios en favor de la paz.
Espero vivamente que las decisiones y las orientaciones programáticas que toméis en esas jornadas de estudio y reflexión estén profundamente iluminadas por el Espíritu Santo, de manera que sirvan a la humanidad en esta época de cambios tan radicales y rápidos en las proximidades ya del tercer Milenio cristiano. Para responder también a los desafíos de la Nueva Evangelización en este milenio ha sido convocada la próxima Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y los Sínodos Extraordinarios de Obispos de África y Europa. En el contexto de estas exigencias pastorales, vuestra reflexión sobre la Biblia de cara a la nueva evangelización adquiere mayor importancia para un renovado anuncio de la Palabra de Dios, Buena Nueva de la salvación. Pues Cristo Resucitado, Salvador de la humanidad y de la creación, es la novedad total. Toda renovación humana, suscitada por el Espíritu Santo, en cierto modo, evoca, anticipa y expresa esta novedad.
Mientras elevo fervientes plegarias al Señor para que asista con la abundancia de sus dones los trabajos de esa Asamblea, me complazco en impartir a todos los participantes, en señal de benevolencia, una especial Bendición Apostólica.
Vaticano, 14 de junio de 1990.
IOANNES PAULUS PP. II
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