MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II
PARA LA XXI JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN
POR LAS VOCACIONES
Venerados hermanos en el Episcopado,
queridísimos hijos e hijas de todo el mundo.
1. Con el ánimo lleno de esperanza me dirijo a todos vosotros para invitaros a celebrar con ferviente fe y unánime participación la XXI Jornada mundial de Oración por las Vocaciones.
Como Pastor de la Iglesia universal no puedo dejar de abriros una vez más el corazón y manifestaros la solicitud que me anima constantemente por el efectivo incremento de las vocaciones al sagrado ministerio, a la vida consagrada en sus diversas formas y a la vida misionera. Se trata, en efecto, de un problema de vital y fundamental importancia para la comunidad de los creyentes y para toda la humanidad. La próxima celebración ofrece a todos, Pastores y fieles, la oportunidad de hacerse más conscientes de la responsabilidad común en orden a realizar generosamente cuanto el mismo Señor ha mandado hacer.
Colocada en el IV Domingo de Pascua, entre la solemnidad de la Resurrección y la de Pentecostés, la Jornada mundial recibe siempre de estos dos grandes misterios nueva luz y nuevos motivos de esperanza. El pasaje del Evangelio de Juan de ese domingo nos propone la sugestiva Imagen del Buen Pastor, "Él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz" (Jn 10, 3-4). El Buen Pastor, Cristo resucitado, garantiza, de manera visible, su presencia perenne en la humanidad renovada, mediante aquellos que, a través de la historia, envía continuamente para hacer realidad la obra de la salvación. También hoy Él está vivo y presente en medio de nosotros y a cada uno nos hace sentir su voz y su amor.
El Buen Pastor manifiesta el ansia de aumentar continuamente su rebaño. En efecto, hay otras ovejas que están fuera del redil (cf. Jn 10, 16). Tiene siempre presente ante sus ojos la experiencia dramática de las multitudes de todos los tiempos, "extenuadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor", que le hace exclamar: "La mies es mucha, pero los obreros pocos" (Mt 9, 36-37). El compasivo lamento del Corazón de Cristo se repite en el tiempo y nos impresiona profundamente. ¿Quién puede permanecer insensible frente al aumento vertiginoso de la necesidad de evangelización? El divino Redentor nos pide a todos la colaboración para que no falten nunca los obreros del Evangelio, para que haya siempre hombres y mujeres decididos a consagrarse enteramente al servicio del Pueblo de Dios.
2. La plegaria. La celebración de la Jornada mundial quiere ser ante todo una llamada urgente a comprender el valor del mandato de Jesús: "Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies" (Mt 9, 38). No es una simple invitación, por el contrario, es una orden que desafía nuestra fe e interpela nuestra conciencia de bautizados. A nadie se le oculta que la oración, en sus múltiples formas, debe considerarse como el primero e insustituible servicio que podemos ofrecer a la gran causa de las vocaciones. Ante la enorme necesidad de sacerdotes, diáconos, religiosos y religiosas, miembros de institutos seculares y misioneros debe surgir una gran respuesta de oración. Por eso os invito a todos vosotros, esparcidos por todo el mundo, a orar, a orar mucho, a orar continuamente por esta intención que afecta de una manera muy vital a los intereses del Reino de Dios.
La Jornada mundial haga revivir en la Iglesia el clima espiritual de los primeros discípulos reunidos en el Cenáculo esperando el Espíritu Santo: "Todos éstos perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María, la Madre de Jesús, y con los hermanos de éste" (Act 1, 14). Cada comunidad cristiana sea un nuevo cenáculo de oración por las vocaciones: la comunidad diocesana, la parroquia, las comunidades religiosas, las familias cristianas, los grupos eclesiales y cualquier otra porción del Pueblo de Dios.
En la oración constante y universal, particularmente centrada en la Eucaristía, fuente del sacerdocio ministerial y de todas las vocaciones, radica la esperanza de la Iglesia y de la humanidad. Cristo ha empeñado su palabra y no nos negará cuanto Él mismo nos ha mandado pedir.
3. La acción. Indudablemente la insistencia sobre la oración querida por Jesús, no puede significar inercia y evasión de nuestras restantes responsabilidades. ¡Al contrario! Es voluntad del Señor que a la oración, bien entendida y vivida, se una nuestra acción y colaboración. El mismo Jesús no sólo ora y manda orar, sino que a la vez llama a los Apóstoles y a los discípulos, cuida su formación y los envía a anunciar el Evangelio.
El Concilio Vaticano II ha recordado que la laboriosa colaboración para el incremento de las vocaciones, es un deber de toda la comunidad cristiana (cf. Optatam totius, 2). Se trata de una acción pastoral convergente y diversificada. Por tanto, lodos los bautizados, cada uno según su propia condición, deben empeñarse en hacer eficaz, con la ayuda de Dios, la acción de la Iglesia en un sector tan importante para su vida y su porvenir. Son responsables de modo particular los obispos, los sacerdotes, los diáconos, las personas consagradas, aquellos que desarrollan tareas educativas y, en primer lugar, las familias cristianas.
— A vosotros, venerados hermanos en el Episcopado, que, a imitación del Buen Pastor, guiáis con amor vigilante el rebaño que os ha sido confiado, llegue mi gratitud y la de toda la Iglesia por los ejemplares esfuerzos que realizáis en vuestras comunidades en favor de todas las vocaciones consagradas. Testimonio tangible de ello son los programas y planes de acción diocesanos que habéis publicado o que estáis preparando o poniendo al día.
El Señor da hoy a la Iglesia una nueva fecundidad en el campo de las vocaciones. Especialmente en algunos países se va manifestando un aumento prometedor, que nunca agradeceremos bastante a la bondad de Dios. Estos signos de esperanza os estimularán a perseverar con ánimo y fervor, en un trabajo tan precioso. Siguiendo las líneas de acción propuestas por el documento conclusivo del II Congreso Internacional sobre la atención pastoral a las vocaciones en las Iglesias particulares, celebrado en mayo de 1981, movilizad todas las fuerzas de apostolado y comprometed a todos los sectores en un servicio cada vez más metódico, incisivo y capilar.
— Mi palabra se dirige ahora a todos vosotros, que colaboráis con los obispos en esta delicada misión: presbíteros, diáconos, religiosos, religiosas, miembros de institutos seculares, misioneros, animadores y responsables de las vocaciones. Sé cuán grande es la aportación que dais y que podéis dar con vuestro gozoso testimonio y con vuestra acción apostólica, avalada por la oración constante. En esta circunstancia deseo haceros una recomendación que sale de lo más profundo de mi alma: anunciad con valentía a Cristo que llama; efectivamente, Él continúa llamando hoy como ayer y se sirve de nosotros para hacer oír sus llamadas. Anunciadlo, por tanto, en las comunidades cristianas, anunciadlo con fuerza sobre todo a los jóvenes. En muchas regiones crece una juventud nueva, abierta a la oración y a la búsqueda de Dios, deseosa de participar en la vida de la Iglesia y de la sociedad. No defraudéis sus aspiraciones. ¡Sed mensajeros de la voluntad de Dios y llamad con decisión!
— También vosotros jóvenes, que os preparáis al ministerio sacerdotal y a la profesión de los consejos evangélicos, podéis ser para otros jóvenes una clara propuesta de vocación. Quien ha percibido la llamada de Jesús y la estima como la mayor riqueza de su vida, debe sentir la necesidad de comunicar su descubrimiento a los demás. Es lo que hizo el Apóstol Andrés llevando a Jesús a su hermano Simón Pedro (cf. Jn 1, 41). Queridísimos seminaristas y todos los que os preparáis a la vida consagradas ¡irradiad los ideales que mueven vuestra existencia y sed entre los jóvenes de vuestra edad los primeros animadores de vocaciones!
4. A las familias cristianas quisiera recordar el valor insustituible de su trabajo y dedicación. Queridísimos esposos y padres cristianos: Vosotros, que habéis colaborado con Dios en dar la vida a nuevas criaturas, sabed cooperar con Él también en la ayuda a vuestros hijos para que descubran y realicen la misión que Cristo confía a cada uno de ellos. Con esto daréis la mayor muestra de amor hacia ellos. La vocación es un gran don, no sólo para quien la recibe, sino también para los padres.
Para desarrollar un deber tan sublime y comprometido, os exhorto a ser fieles a la vocación que vosotros mismos habéis recibido en el sacramento del matrimonio. Cuidad mucho la oración en familia; también vosotros tenéis necesidad de la luz de Dios para discernir su voluntad y para responder a ella generosamente.
5. Finalmente, me dirijo sobre todo a vosotros, queridísimos chicos, chicas, jóvenes y menos jóvenes, que os halláis en el momento decisivo de vuestra elección. Quisiera encontrarme con cada uno de vosotros personalmente, llamaros por vuestro nombre, hablaros de corazón a corazón de cosas extremadamente importantes, no sólo para vosotros individualmente, sino para la humanidad entera.
Quisiera preguntar a cada uno de vosotros: ¿Qué vas a hacer de tu vida? ¿Cuáles son tus proyectos? ¿Has pensado alguna vez en entregar tu existencia totalmente a Cristo? ¿Crees que pueda haber algo más grande que llevar a Jesús a los hombres y los hombres a Jesús?
La Jornada mundial es una ocasión propicia para orar y reflexionar sobre temas tan esenciales. Es obvio que rezar por las vocaciones no quiere decir ocuparse únicamente de las vocaciones de los demás. Para todos, pero especialmente para vosotros, significa comprometer directamente la propia persona, ofrecer la propia disponibilidad a Cristo. Ya sabéis que Él tiene necesidad de vosotros para continuar la obra de salvación. ¿Permaneceréis, entonces, indiferentes e inertes?
Hoy, queridísimos jóvenes, son muchas las voces que intentan invadir vuestras conciencia, ¿cómo distinguir la Voz que da el verdadero sentido a vuestra vida? Jesús se hace sentir en el silencio y en la oración. En este clima de intimidad con Él, cada uno de vosotros podrá percibir la invitación, dulce y al mismo tiempo firme, del Buen Pastor que le dice: "¡Sígueme!" (cf. Mc 2, 14; Lc 5, 27).
Muchos de vosotros estáis llamados a hacer presente el sacerdocio de Jesús; otros muchos a darse totalmente a Él viviendo una vida casta, pobre y obediente; muchos a lanzarse como misioneros por todos los continentes. Muchas jóvenes están llamadas a ofrecer su amor exclusivo a Cristo, único Esposo de su vida. Cada llamada de Cristo es una historia de amor única e irrepetible.
¿Cuál es vuestra respuesta? ¿Os falta tal vez coraje para responder que sí? ¿Os sentís solos? ¿Os preguntáis si es posible comprometerse en el seguimiento de Jesús de modo total y para toda la vida?
Si Él os llama y atrae hacia Sí, estad seguros de que no os abandonará. Muchas veces leemos en el Evangelio: "¡No tengáis miedo!" (cf. Mt 14, 27; Mc 6, 50); "No os dejaré huérfanos" (Jn 14, 18). Quiere decir que Él conoce nuestras dificultades y da a los llamados fuerza y ánimo para superarlas. Jesús es todo en nuestra vida; por tanto, ¡fiaos de Él!
6. Como conclusión de estas reflexiones y exhortaciones, os invito, hermanos y hermanas queridísimos, a elevar en profunda comunión de intenciones la siguiente plegaria:
«O
h Jesús, Buen Pastor,Escucha, oh Cristo,
nuestras preces por intercesión de María Santísima,
Madre tuya y Reina de los Apóstoles.
Ella, que por haber creído y respondido generosamente,
es la causa de nuestra alegría,
acompañe con su presencia y su ejemplo
a aquellos que llamas al servicio total de tu reino. Amén».
Confiando en que el Señor acogerá las súplicas de su Iglesia, invoco la abundancia de las gracias divinas para vosotros, venerados hermanos en el Episcopado, para los sacerdotes, religiosos y religiosas, y para todo el pueblo cristiano, especialmente para aquellos que se preparan al orden sagrado o a la vida consagrada, y para cuantos promueven con empeño generoso el incremento de las vocaciones eclesiásticas: con toda el alma imparto la propiciatoria bendición apostólica.
Vaticano, 11 de febrero, memoria litúrgica de Nuestra Señora de Lourdes de 1984, VI año de mi pontificado.
JOANNES PAULUS PP. II
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