DISCURSO DEL SANO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN LA XXI CONVOCATORIA
DEL "CERTAMEN VATICANUM",
PROMOVIDO POR LA FUNDACIÓN "LATINITAS"
Lunes 27 de noviembre de 1978
Venerable hermano nuestro y queridos hijos:
Muy gustosamente saludamos a vosotros, que os dedicáis a cultivar y difundir el conocimiento de la lengua latina; saludamos personalmente a nuestro venerable hermano el cardenal Pericle Felici, que está reconocido como un gran perito conocedor de esta lengua romana; y a los dirigentes y miembros de la Fundación, llamada Latinitas, que sabiamente estableció nuestro predecesor, de feliz memoria, Pablo VI; algunos de vosotros se encargan de la composición de los documentos latinos en nuestra Secretaría de Estado; saludamos, además, a los vencedores del vigésimo primer Certamen Vaticanum.
Y alabamos de verdad este certamen, instituido hace tiempo con la aprobación y el apoyo de Pío XII, ya que estimula a los estudiosos del latín a un más intenso conocimiento y uso de esta lengua.
Nadie ignora que estos tiempos favorecen menos los estudios latinos, puesto que los hombres actuales son más propensos a las artes técnicas y dan más importancia a las lenguas vulgares. Sin embargo, no queremos apartarnos de los importantes documentos de nuestros predecesores, que pusieron de relieve muchas veces la importancia del latín, también en esta época, principalmente por lo que a la Iglesia se refiere.
Porque el latín es una lengua universal que traspasa las fronteras de las naciones, y tan importante, que la Sede Apostólica todavía la utiliza constantemente en las cartas y documentos que conciernen a toda la familia católica.
Hay que tener en cuenta, además, que las fuentes de las ciencias eclesiásticas, en su mayor parte, están escritas en latín. Y, ¿qué decir de las preclaras obras de los Padres y de otros escritores de gran renombre, que utilizaron esta misma lengua? No puede juzgarse poseedor de verdadera ciencia quien no comprende la lengua de estos escritos y sólo puede valerse de traducciones, si las hay, y que rara vez ofrecen el sentido pleno del texto original. Por eso el Concilio Vaticano II, con toda razón, advirtió a los alumnos de los seminarios: «Adquieran el conocimiento de la lengua latina, para que puedan entender las fuentes de no pocas ciencias y los documentos de la Iglesia» (Optatam totius, 13).
Así, pues, nos dirigimos principalmente a los jóvenes, quienes en este tiempo en el qué, como es sabido, los estudios de latín y humanidades están poco valorados en muchas partes, conviene que reciban gozosos este patrimonio del latín, que tanto estima la Iglesia, y lo hagan fructificar activamente. Sepan que este axioma de Cicerón, en cierto modo, se refiere a ellos: «No es tan admirable saber latín, como vergonzoso ignorarlo» (Brutus, 37, 140).
En cambio, a todos vosotros aquí presentes, y a los socios que os ayudan, os exhortamos a proseguir el noble trabajo y a levantar la antorcha del latín que, aunque circunscrito a límites más reducidos que antes, constituye un cierto vínculo entre hombres de diversas lenguas. Sabed que el Sucesor de San Pedro en el supremo ministerio apostólico, desea mucho éxito a vuestra empresa, está con vosotros y os alienta. Sea augurio de esto la bendición apostólica que a todos y a cada uno de vosotros os concedemos muy gustosamente en el Señor.
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