DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS FUTBOLISTAS DEL MILAN
Sábado 12 de mayo de 1979
Queridos futbolistas del Milan:
Vuestra visita me proporciona una gran alegría: la de encontrarme con jóvenes atletas que, en la víspera del último partido de fútbol del año, en el estadio Olímpico de Roma, y con el trofeo del campeonato de Italia 1979 ya en la mano, han querido rendir homenaje al Papa para dar también un significado moral y espiritual al triunfo que se disponen celebrar.
Queridos jóvenes, os saludo cordialmente y os agradezco vuestra presencia junto con vuestro presidente, director deportivo y entrenador.
Al veros, no puedo menos de manifestar una vez más mi simpatía por todos los deportistas y por el deporte en sus diversas formas, y al mismo tiempo la estima que la Iglesia tiene por esta noble actividad humana. La Iglesia, como por lo demás sabéis, admira, aprueba y estimula el deporte, descubriendo en él una gimnasia del cuerpo y del espíritu, un entrenamiento para las relaciones sociales fundadas en el respeto a los otros y a la propia persona, y un elemento de cohesión social que favorece incluso relaciones amistosas en el campo internacional. A tanto se eleva la dignidad del deporte, cuando se inspira en principios sanos y excluye todo exceso de peligro en el atleta y de pasión desordenada en el público que se exalta en las contiendas deportivas.
Creo no equivocarme al reconocer en vosotros este potencial de virtudes cívicas y cristianas. En un mundo en el que a veces se puede comprobar la presencia dolorosa de jóvenes cansados, marcados por la tristeza y por experiencias negativas, sed para ellos amigos prudentes, guías expertos y entrenadores, no sólo en los campos deportivos, sino también en los caminos que conducen a las metas de los auténticos valores de la vida. Añadiréis así a las satisfacciones deportivas, méritos de orden espiritual, ofreciendo a la sociedad una preciosa aportación de salud moral. Daréis así a la Iglesia la alegría de ver en vosotros hijos fuertes (cf. 1 Jn 2, 14), leales y generosos.
Estos son, pues, queridísimos hermanos, los sentimientos y deseos que vuestra exuberante juventud ha suscitado en mi espíritu. Os conceda el Señor Jesús ese "gol", es decir, esa meta final, que es el verdadero y último destino de la vida. Con este fin os sostenga mi bendición que extiendo de todo corazón a todos vuestros familiares, amigos y admiradores.
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