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VIAJE A TURQUÍA

ENCUENTRO CON DIMITRIOS I
EN EL PATRIARCADO DE CONSTANTINOPLA

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Jueves 29 de noviembre de 1979

 

Santidad:

Bendito sea el nombre del Señor.

¡Bendito sea el Señor que nos ha concedido la gracia y el gozo de este encuentro aquí, en vuestra sede patriarcal!

Os saludo con afecto profundo y estima fraterna, Santidad, saludo también al Santo Sínodo que os rodea; y a través de vuestra persona saludo a todas las Iglesias que representáis.

No puedo ocultar mi gozo por encontrarme en esta tierra de tradiciones cristianas muy antiguas, y en esta ciudad rica de una historia, civilización y arte que la hacen figurar entre las más bellas del mundo. Hoy, como ayer. A los cristianos de todo el mundo, acostumbrados a leer y meditar los escritos del Nuevo Testamento, estos lugares les son familiares, como también los nombres de las primeras comunidades cristianas de numerosas ciudades enclavadas hoy en el territorio de la Turquía moderna.

Cristo "es nuestra paz", escribe San Pablo a los primeros cristianos de Efeso (Ef 2, 14), y añade: "Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, y estando nosotros muertos por nuestros delitos, nos dio vida por Cristo —de gracia habéis sido salvados— y nos resucitó en Cristo Jesús..." (Ef 2, 4-6).

Esta proclamación de fe en la economía divina para salvación de los hombres resuena en esta tierra, se repite y se renueva de generación en generación. Y está destinada a difundirse hasta los confines de la tierra.

Lo dogmas fundamentales de la fe cristiana, de la Trinidad y del Verbo de Dios encarnado y nacido de la Virgen María, fueron definidos por los Concilios Ecuménicos celebrados en este lugar o en ciudades cercanas (cf. Unitatis redintegratio, 14). La misma formulación de nuestra profesión de fe, el Credo, tuvo lugar en estos primeros Concilios celebrados al mismo tiempo por Oriente y Occidente. Nicea, Constantinopla, Efeso, Calcedonia son nombres conocidos de todos los cristianos. Resultan particularmente familiares a quienes oran, estudian y trabajan de formas diferentes en pro de la unión plena de nuestras dos Iglesias-hermanas.

No sólo hemos tenido en común estos Concilios decisivos, que son como calderones en la vida de la Iglesia, sino que durante un milenio estas dos Iglesias-hermanas han sabido crecer juntas y enlazar sus grandes tradiciones vitales.

La visita que hago hoy quisiera tener el significado de un reencuentro en la fe apostólica común, para caminar juntos hacia esa unidad plena que tristes circunstancias históricas han vulnerado, sobre todo a lo largo del segundo milenio. ¿Cómo no expresar nuestra firme esperanza en Dios de que alboree pronto una nueva era?

Por todo ello me siento feliz, Santidad, al encontrarme aquí para manifestar mi alta consideración y la solidaridad fraterna de la Iglesia católica hacia las Iglesias ortodoxas de Oriente.

Ya desde ahora os doy las gracias por el calor de vuestra acogida.

 



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