DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA COMUNIDAD ARMENIO-CATÓLICA DE ESTAMBUL
Iglesia de San Juan Crisóstomo
Jueves 29 de noviembre de 1979
Querido hermano,
queridos hermanos y hermanas de la archidiócesis armenia católica de Estambul:
Con gozo doy gracias a Dios, que me ha permitido venir a Estambul y pasar unos momentos con vosotros. Momentos demasiado breves, tanto para vosotros como para mí.
Conozco vuestra fidelidad en la fe, vuestra cohesión en torno a vuestro arzobispo, vuestro continuo esfuerzo por conservar viva vuestra comunidad, sus hermosas tradiciones, su rico patrimonio de espiritualidad. Y conozco también vuestra meritoria vinculación a la persona del Papa, vuestra voluntad de seguir en plena comunión con la Sede Apostólica de Roma.
Esta fidelidad y esta vinculación se enraízan en una larga historia, que ha producido frutos cristianos admirables, a través de los siglos, en diversos países de Oriente, pero que ha tenido que soportar a menudo grandes pruebas e incluso profundos sufrimientos. El recuerdo de esta conmovedora historia constituye un motivo más para dedicaros hoy un ferviente homenaje, para traeros a vosotros y a vuestros hermanos consuelo y valor, y para desearos alegría en la paz.
Por lo que a mí respecta, he conocido y estimado a los cristianos armenios en mi propia patria, Polonia. Desde mi juventud he estado familiarizado con sus comunidades, así como con las de otras Iglesias orientales. ¡Quiera Dios que esta experiencia providencial me ayude a trabajar por la estima y la comprensión recíprocas y por el estrechamiento de los vínculos fraternos que deberían unir a todas las Iglesias de Cristo!
Os invito a participar en este gran movimiento de la unidad, en vuestra calidad de orientales y de católicos. Vivís aquí en contacto directo con los hermanos cristianos ortodoxos; habitáis en la misma ciudad, afrontáis los mismos problemas pastorales, las mismas preocupaciones sociales; celebráis la misma liturgia. La realización de la plena comunión entre todos los cristianos es para vosotros un problema urgente con el que os topáis en la vida de cada día. ¿Quién, más que vosotros, podría ser apto para interpretar y aplicar las sabias directrices del Concilio Vaticano II en este terreno? Vosotros estáis especialmente llamados a ser los artífices de la unidad. Como afirma el mismo Concilio Vaticano: "Corresponde a las Iglesias orientales en comunión con la Sede Apostólica Romana la especial misión de promover la unión de todos los cristianos, especialmente de los orientales, según los principios del decreto de este santo Sínodo sobre el ecumenismo: en primer lugar con la oración, con el ejemplo de vida, con la religiosa fidelidad a las antiguas tradiciones orientales, con un mutuo y mejor conocimiento, con la colaboración y la fraternal estima de instituciones y mentalidades" (Decreto Orientalium Ecclesiarum, 24).
Os agradezco de todo corazón vuestra calurosa acogida, vuestra disponibilidad, vuestro amor, vuestra apertura al diálogo fraterno, vuestra sensibilidad a los signos de los tiempos y a lo que el Espíritu Santo hoy pide a la Iglesia. Imploro sobre vosotros los dones del Espíritu Santo y la asistencia materna de la Madre de Dios. Ruego especialmente por los que, entre vosotros o vuestros hermanos, conocen la prueba, la enfermedad, la vejez, la dispersión; ruego también por las generaciones jóvenes. ¡Que Dios os conserve fuertes en la fe, perseverantes en la esperanza, magnánimos en la caridad! ¡Y que os colme de su paz! Formulo también estos deseos de cara a la gran familia armenia extendida por el mundo. Os bendigo de todo corazón en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
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