VIAJE APOSTÓLICO A LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA
DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
EN EL BARRIO DE HARLEM
Nueva York
Martes 2 de octubre de 1979
Queridos amigos,
queridos hermanos y hermanas en Cristo:
"Este es el día que hizo Yavé; alegrémonos y jubilémonos en El" (Sal 118, 24).
Os saludo en el gozo y la paz de nuestro Señor Jesucristo. Acojo con alegría esta oportunidad de estar con vosotros y hablaros y, a través de vosotros, enviar mi saludo a todos los negros americanos.
Siguiendo la sugerencia del cardenal Cooke, con gusto incluí en mis planes la visita a la parroquia de San Carlos Borromeo de Harlem, y a su comunidad negra, que durante medio siglo ha alimentado aquí las raíces culturales, sociales y religiosas de la gente negra. He deseado mucho estar aquí esta tarde.
Vengo a vosotros como siervo de Jesucristo y quiero hablaros de El. Cristo vino a traer alegría; alegría a los niños, a los padres, a las familias y a los amigos, a los obreros y a los estudiantes; gozo a los enfermos y a los ancianos, gozo a toda la humanidad. La alegría auténtica es la nota-clave del mensaje cristiano y la nota constante de los Evangelios. Recordad las primeras palabras del ángel a María: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo" (Lc 1, 28). Y los ángeles anunciaron a los pastores en el nacimiento de Jesús: "Os anuncio una gran alegría que es para todo el pueblo" (Lc 2, 10). Años más tarde, cuando Jesús entró en Jerusalén montado en un pollino, «comenzó la muchedumbre de los discípulos a alabar alegres a Dios a grandes voces... "Bendito el que viene, el Rey, en nombre del Señor"» (Lc 19, 37-38). Se nos dice que algunos fariseos de entre la multitud se quejaron diciendo: "Maestro, reprende a tus discípulos". Pero Jesús contestó: "Os digo que si ellos callasen, gritarían las piedras" (Lc 19, 39-40).
¿Acaso no son verdad todavía hoy estas palabras de Jesús? Si silenciamos la alegría que nace de conocer a Jesús, gritarán incluso las piedras de nuestras ciudades. Porque somos un pueblo pascual y el aleluya es nuestro canto. Con San Pablo os digo: "Alegraos siempre en el Señor; de nuevo os digo, alegraos" (Flp 4, 4).
Alegraos porque Jesús ha venido al mundo.
Alegraos porque Jesús ha muerto en la cruz.
Alegraos porque resucitó de entre los muertos.
Alegraos porque nos borra los pecados en el bautismo.
Alegraos porque Jesús ha venido a liberarnos.
Alegraos porque El es el dueño de nuestra vida.
Pero, ¿cómo es que mucha gente jamás ha conocido esta alegría? Se alimentan de la vaciedad y caminan por senderos de desesperación. "Caminan en tinieblas y sombras de muerte" (Lc 1, 79). Y no necesitamos mirar a los extremos lejanos de la tierra para verlos. Viven en nuestra vecindad, caminan por nuestras calles, puede ocurrir incluso que sean de nuestra familia. Viven sin gozo verdadero porque viven sin esperanza. Viven sin esperanza porque nunca han oído la Buena Nueva de Jesucristo, nunca la han oído de verdad porque nunca han encontrado a un hermano o hermana que haya llegado a su vida con el amor de Jesús y les haya sacarlo de su miseria.
Por tanto, debemos ir a ellos corno mensajeros de esperanza. Debernos darles el testimonio de la alegría verdadera. Debernos tomar la resolución de comprometernos a construir una sociedad justa y una ciudad donde se sientan respetados y amados.
Y por ello os exhorto: Sed hombres y mujeres de fe profunda y constante. Sed heraldos de esperanza. Sed mensajeros de alegría. Sed auténticos promotores de justicia. Qué la Buena Nueva de Cristo irradie de vuestros corazones, y la paz que sólo El puede dar esté siempre en vuestras almas.
Queridos hermanos y hermanas de la comunidad negra: "Alegraos siempre en el Señor; de nuevo os digo, alegraos".
Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana