VIAJE APOSTÓLICO A LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA
DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
DURANTE LA CELEBRACIÓN ECUMÉNICA
EN EL «TRINITY COLLEGE»
Washington
Domingo 7 de octubre de 1979
Muy amados en Cristo:
1. Estoy agradecido a la providencia de Dios, que me permite. en mi visita a los Estados Unidos de América, tener este encuentro con otros líderes religiosos y poder unirme con vosotros en la oración por la unidad de todos los cristianos.
Constituye ciertamente una adecuada circunstancia el hecho de que nuestro encuentro tenga lugar precisamente poco antes de cumplirse el XV aniversario del Decreto sobre el Ecumenismo Unitatis redintegratio, del Concilio Vaticano II. Desde el comienzo de mi pontificado, hace casi un año, he procurado dedicarme al servicio de la unidad cristiana; porque, como manifesté en mi primera Encíclica, es cierto «que, en la presente situación histórica de la cristiandad y del mundo, no se ve otra posibilidad de cumplir la misión universal de la Iglesia, en lo concerniente a los problemas ecuménicos, que la de buscar lealmente: con perseverancia, humildad y con valentía, las vías de acercamiento y de unión» (Redemptor hominis, 6). En una ocasión anterior, dije que el problema de la división en el cristianismo "compromete de modo especial al Obispo de esta antigua Iglesia de Roma, fundada sobre la predicación y el testimonio del martirio de San Pedro y San Pablo" (Audiencia general, 17 de enero de 1979) Y hoy deseo reiterar ante vosotros la misma convicción.
2. Con gran satisfacción y gozo acojo la oportunidad de abrazaros, en la caridad de Cristo, como hermanos cristianos amados y compañeros discípulos del Señor Jesús. Constituye un privilegio poder dar expresión. en vuestra presencia y juntamente con vosotros, al testimonio de Juan de que "Jesús es el Hijo de Dios" (1 Jn 4, 15), y proclamar que "hay un Mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús" (1 Tim 2, 5).
En la común confesión de fe en la divinidad de Jesucristo, sentimos un gran amor mutuo y una gran esperanza cíe cara a toda la humanidad. Experimentamos una inmensa gratitud para con el Padre, que ha enviado a su Hijo como nuestro Salvador, "El es la propiciación por nuestros pecados. Y no sólo por los nuestros, sino por los de todo el mundo" (1 Jn 2, 2).
Por gracia divina estamos unidos en la estima y el amor por la Sagrada Escritura, que reconocemos como la Palabra inspirada de Dios. Y es precisamente en esta Palabra de Dios donde aprendemos lo mucho que desea que seamos totalmente uno en El y en su Padre. Jesús ruega porque todos sus seguidores sean uno "para que el mundo crea..." (Jn 17, 21). El hecho de que la credibilidad de la evangelización dependa, conforme al plan de Dios, de la unidad de sus seguidores, supone para todos nosotros un tema de continua reflexión.
3. Deseo rendir homenaje a las iniciativas ecuménicas tan espléndidas realizadas en este país mediante la acción del Espíritu Santo. En los últimos quince años ha habido una positiva respuesta al ecumenismo por parte de los obispos de los Estados Unidos. A través de su comité para asuntos ecuménicos e interreligiosos, han establecido una relación fraternal con otras Iglesias y comunidades eclesiales, relación que, así lo espero, continuará siendo más profunda en años venideros. Van progresando las conversaciones con nuestros hermanos del Este, los ortodoxos. Deseo acentuar aquí que esta relación ha sido fuerte en los Estados Unidos, y que pronto comenzará un diálogo teológico, sobre una amplia base, para intentar resolver las dificultades que se oponen a una plena unidad. También se han abierto en América diálogos con los anglicanos, los luteranos, las Iglesias reformadas, los metodistas y los Discípulos de Cristo (todo ello con sus correspondientes referencias a nivel internacional). Existe asimismo un fraterno intercambio entre los baptistas del Sur y los teólogos americanos.
Mi gratitud a cuantos colaboráis en el campo de la investigación teológica mixta, cuya meta es siempre la plena dimensión evangélica y cristiana de la verdad. Hay que esperar que, mediante tal investigación, las personas que se hallen bien preparadas, con una sólida base en su propia tradición, contribuyan a una profundización de la comprensión plenamente histórica y doctrinal de los problemas.
El clima y las tradiciones particulares de los Estados Unidos han conducido a un testimonio común en la defensa de los derechos de la persona humana, en la consecución de las metas de paz y justicia social, y en las cuestiones de moralidad pública. Estas áreas de interés deben continuar beneficiándose de una acción ecuménica creativa, como debe serlo el fomento de la estima por la sacralidad del matrimonio y la defensa de una sana vida familiar como principal contribución al bienestar de la nación. En este contexto, hay que prestar atención a la profunda división existente todavía en materias éticas y morales. La vida moral y la vida de fe están tan profundamente unidas que es imposible separarlas.
4. Muchas cosas se han realizado, pero todavía hay mucho que hacer. Debemos continuar, sin embargo, con espíritu de esperanza. Incluso el deseo mismo de una completa unidad en la fe (que falta entre nosotros, y que debe llevarse a cabo antes de poder celebrar la Eucaristía juntos en la verdad) constituye en sí mismo un don del Espíritu Santo, y por el cual elevamos a Dios una humilde alabanza. Estamos seguros de que, mediante nuestra oración común, el Señor Jesús nos conducirá, en un momento dependiente de la soberana acción del Espíritu Santo, a la plenitud de la unidad eclesial.
La fidelidad al Espíritu Santo exige conversión interior y ferviente oración. En palabras del Concilio Vaticano II: "Esta conversión del corazón y santidad de vida, junto con las oraciones públicas y privadas por la unidad de los cristianos, han de considerarse como alma de todo el Movimiento ecuménico..." (Unitatis redintegratio, 8). Es importante que todo cristiano (hombre o mujer) examine su corazón para ver lo que puede obstruir el logro de la total unión entre los cristianos. Y recemos todos porque la genuina necesidad de paciencia en la espera de la hora de Dios nunca sea ocasión de complacencia en el status quo de la división en la fe. Que la gracia divina ayude a que la necesidad de paciencia nunca se convierta en un sucedáneo de la definitiva y generosa respuesta, que Dios nos pide, a su invitación a una perfecta unidad en Cristo.
Por eso, al reunirnos aquí para celebrar el amor de Dios derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, seamos conscientes de la llamada a mostrar una suprema fidelidad al deseo de Cristo. Pidamos todos con perseverancia al Espíritu Santo que remueva todas las divisiones de nuestra fe, que nos conceda aquella perfecta unidad en la verdad y en el amor por la que Cristo oró, por la que Cristo murió: "para reunir en uno a todos lose hijos de Dios que estaban dispersos" (Jn 52).
Envío mi respetuoso saludo de gracia y paz a quienes representáis, a cada una de vuestras respectivas congregaciones, a cuantos anhelan la venida "del gran Dios y Salvador nuestro, Cristo Jesús" (Tit 2, 13).
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