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VISITA PASTORAL AL SANTUARIO DE POMPEYA Y A NÁPOLES

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL PUEBLO DE DIOS REUNIDO EN AL CIUDAD DEL ROSARIO

Domingo 21 de octubre de 1979

 

Al pisar la bendita tierra de esta prelatura de Pompeya, en la que surge el famoso santuario de la Beatísima Virgen María del Santísimo Rosario, deseo manifestar mi profundo reconocimiento al señor alcalde por las hermosas palabras con que se ha hecho intérprete de la gentil disposición de ánimo de los habitantes de Pompeya y de cuantos han venido aquí en peregrinación de toda la región de Campania y de otras cercanas, reclamados por la presencia del Papa y por la dulce atracción que la Virgen Santísima no deja de ejercer sobre sus fieles devotos.

¡Carísimos hermanos y hermanas!

Me alegra encontrarme entre vosotros y os agradezco vivamente la invitación que me habéis dirigido, por boca de vuestro celoso prelado, mons. Domenico Vacchiano, para que visite esta antigua tierra. Tierra que ha conocido pruebas y calamidades naturales, pero que ha estado también iluminada por muchos siglos de fe cristiana, que ha dado a su historia más reciente nobles y valiosas figuras de testigos del Evangelio, entre ellas la esplendorosa del Venerable Bartolo Longo, inspirado fundador del santuario.

Os agradezco sobre todo el que hayáis querido uniros a mí en esta importante circunstancia que me permitirá, dentro de unos momentos, arrodillarme ante el cuadro venerado de la Virgen del Rosario, para expresarle mi filial agradecimiento y renovarle mi incondicional confianza, tras la feliz realización de mi reciente viaje apostólico a Irlanda y a Estados Unidos, que había puesto bajo su mirada maternal.

Desde aquí, donde la voz y la obra de María resuenan para proclamar las alabanzas de Dios y anunciar la salvación de los hombres, vaya mi más sincero reconocimiento a cuantos —sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos— se esfuerzan porque tan nobles intentos alcancen plenamente su realización. Y vaya también un afectuoso saludo a todos aquellos que se dedican a las obras benéficas que han florecido a la sombra del santuario para asistencia y promoción de las clases menos afortunadas. es decir, de los pobres, de los oprimidos y marginados. Pienso en los asilos, escuelas, oratorios, oficinas y, sobre todo, en el orfanato femenino y en las residencias para hijos e hijas de presos, especialmente necesitados de humana y cristiana comprensión. Que vuestra actividad pueda encontrar en la piadosa y constante referencia a María la más valiosa ayuda y el mejor consuelo.

Por mi parte, no dejo de pedir a la Virgen del Rosario que vele, desde su santuario, por todos los habitantes de este valle de Pompeya, y mire siempre "por nuestras familias, por Italia, por Europa, por el mundo", como suplicaba el Venerable Longo.

Con tales sentimientos os bendigo, mientras nos aprestamos a entrar en el santuario.

 



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