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VISITA PASTORAL A L'AQUILA

ENCUENTRO CON LOS JÓVENES
 EN EL SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DE LA CRUZ

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Monte Roio (L'Aquila)
Sábado 30 de agosto de 1980

 

Queridísimos jóvenes de Aquila, de Abruzo y de Molisa.

1. Ante todo os manifiesto mi gran alegría al encontrarme con vosotros, junto a este célebre santuario dedicado a María Santísima.

Os habéis preparado para la visita del Papa, recorriendo esta mañana la "Vía Mariana", monumento de fe y de piedad que hizo construir aquí el cardenal Carlo Confalonieri, cuando era arzobispo de Aquila, y deteniéndoos en las respectivas 15 capillas, habéis meditado los misterios del Rosario.

Os agradezco de corazón esta iniciativa espiritual, como vuestra presencia tan devota, alegre y numerosa; os saludo a todos con particular afecto. En este momento quiero también presentar mi saludo agradecido y fraterno al cardenal Decano, al cardenal Corrado Bafile, hijo de esta ciudad, y a todos los obispos de la Conferencia Episcopal de Abruzo, que han querido estar presentes con vosotros en este significativo encuentro.

He venido a vuestra tierra para honrar de modo especial a San Bernardino de Siena, en el VI centenario de su nacimiento. He venido también para veros a vosotros, queridos jóvenes, para hablaros, para escucharos, para estrechar con vosotros una amistad más cordial y concreta, para miraros a los ojos, como hacía Jesús, para dejaros un mensaje que sea para vosotros un fuerte recuerdo y un compromiso programático.

Y vosotros habéis venido al encuentro del Papa con vuestra alegría, vuestra bondad, vuestra vivacidad y también con vuestras ansias, vuestros interrogantes: habéis venido para escuchar su voz y para orar con él. También os doy las gracias por esta gentileza y disponibilidad vuestra.

2. Reflexionando ahora un momento con vosotros sobre la figura de San Bernardino, deseo proponeros algunas indicaciones que os puedan servir como programa de vida, siguiendo las huellas del gran Santo.

Ante todo aprended de San Bernardino el valor esencial y determinante del conocimiento de Jesús.

Vosotros conocéis la vida de San Bernardino: habiendo quedado huérfano desde su más tierna edad, fue educado en Siena en una profunda e iluminada, fe cristiana, de tal manera que él, al llegar a la juventud, deseó consagrarse totalmente a Jesús en la vida religiosa y sacerdotal para dedicarse de modo esencial a hacer conocer al mayor número posible de hermanos a Cristo amigo y redentor.

Ordenado sacerdote en la Orden de San Francisco, durante nada menos de doce años, quiso estudiar todavía y recoger material bíblico, teológico, moral, ascético, místico, para estar bien preparado a desarrollar de modo digno y satisfactorio su misión de predicador. En 1417, comenzando por Génova, partió para su amplio e intenso trabajo, recorriendo el Norte y el Centro de Italia, anunciando a todos con ardor y con pasión el amor de Cristo, y difundiendo por todas partes la devoción al Nombre de Jesús, especialmente con el símbolo "IHS": Iesus Hominum Salvator. San Bernardino fue un gran enamorado de Jesús y gastó toda su vida en hacer conocer y amar al Divino Salvador, como demuestran sus todavía actuales sermones en latín y en lengua vulgar.

Queridísimos: Como el joven Bernardino, tratad de conocer a Jesús de modo auténtico y global. Profundizad en su conocimiento para entrar en su amistad. Sólo el conocimiento de Jesús os puede dar la verdadera alegría, no esa egoísta y superficial; el conocimiento de Jesús es el que rompe la soledad, supera las tristezas y las incertidumbres, da el significado auténtico a la vida, frena las pasiones, sublima los ideales, expande las energías en la caridad; ilumina en las opciones decisivas. Así se lee en la "Imitación de Cristo": "Cuando está presente Jesús, todo es bueno y nada parece difícil; cuando Jesús está ausente, todo resulta gravoso. Cuando Jesús no habla interiormente, el consuelo no vale nada; en cambio, si Jesús dice una palabra tan sólo, se siente un gran consuelo... ¿Qué puede darte él mundo sin Jesús? Estar sin Jesús es un infierno . insoportable, y estar con Jesús es un dulce paraíso. Si Jesús está contigo no hay enemigo alguno que te pueda hacer daño" (1. II. VIII, 1-2).

Os repito a vosotros también lo que dije a los jóvenes de París: «Jesús no es para nosotros solamente un hermano, un amigo, un hombre de Dios. Reconocemos en El al Hijo único de Dios, que es una sola cosa con Dios Padre y que el Padre ha dado al mundo... Dejad que Cristo sea para vosotros el camino, la verdad y la vida. Dejad que ocupe toda vuestra vida para alcanzar con El todas sus dimensiones, para que todas vuestras relaciones, actividades, sentimientos, pensamientos, sean integrados en El o, por decirlo así, sean "cristificados"» (1 de junio de 1980).

Como deseaba San Bernardino, el Nombre de Jesús esté inscrito en vuestros pensamientos, se convierta en latido de vuestro corazón, surja honrado y bendecido de vuestros labios: Jesús es el amigo que no traiciona, que os ama y quiere vuestro amor. Sea vuestro firme propósito conocerlo cada vez mejor mediante la lectura del Evangelio, el estudio de obras apropiadas, la reflexión sobre las biografías de los Santos y sobre las experiencias de los convertidos.

Aprended luego de San Bernardino a vivir con coherencia vuestra fe cristiana. En efecto, no basta el conocimiento de Jesús; es necesario ser coherentes con las ideas profesadas.

Este Santo vivió en una época difícil e incluso desconcertante: Italia era entonces ciertamente cristiana, pero por desgracia en la práctica se vivía poco cristianamente. Eran tiempos turbios, tumultuosos, densos de inquietudes y de contestaciones en la vida civil e incluso en el interior de la Iglesia. Sobre todo estaba vigente una penosa situación de injusticia social, de odio y de enemistades entre familia y familia, entre ciudad y ciudad. San Bernardino no se asustó ni de los tiempos ni de los hombres: espíritu inteligente y sagaz, comprendió enseguida que era necesario vencer al mal sembrando el bien, y planteó su predicación y su ministerio como lucha acérrima y continua contra el pecado, llamando a los cristianos, laicos y sacerdotes, humildes y poderosos, amos y trabajadores, a la coherencia de vida. Su elocuencia era vivaz y alegre, pero también tajante e inexorable, y con intrépida valentía afrontó el mal en cada lugar, fustigando vicios y defectos, sin descartar ninguno, exhortando a la conversión y a la penitencia, invitando al perdón y a la paz. Sabía ser humorista e irónico si era necesario, y en sus sermones nos dejó sabrosos y transparentes bocetos de la vida de aquel tiempo.

El humanista Maffeo Vegio, contemporáneo suyo, cuenta que los fieles se acercaban en número tan grande a los sacramentos, que a veces no se encontraban sacerdotes suficientes para confesar y administrar la Eucaristía.

He aquí, queridos jóvenes, la segunda instante exhortación: sed coherentes. La fe cristiana, nuestra misma dignidad y la esperanza del mundo actual exigen esencialmente este compromiso de coherencia. Y la primera expresión fundamental de coherencia es la lucha contra el pecado,, es decir, el esfuerzo constante y aun heroico de vivir en gracia. Desdichadamente vivimos en una época en la que el pecado se ha convertido incluso en una industria, que produce dinero, mueve planos económicos, da bienestar. Esta situación es realmente impresionante y terrible: Sin embargo, es necesario no dejarse ni asustar ni oprimir: cualquier época exige del cristiano la "coherencia". Y por esto, también en la sociedad actual, envuelta por una atmósfera laica y permisiva,- que puede tentar y halagar; vosotros, jóvenes, manteneos coherentes con el mensaje y la amistad de Jesús; vivid en gracia, permaneced en su amor, poniendo en práctica toda la ley moral, alimentando vuestra alma con el Cuerpo de Cristo, recibiendo periódica y seriamente el sacramento de la penitencia.

Finalmente, aprended de San Bernardino la valentía del testimonio. En efecto, él fue un decidido e intrépido testigo de Cristo. Aún más, ya desde su adolescencia fue un ejemplo entre los jóvenes de Siena, y en 1400, cuando estalló la terrible peste, con otros 12 amigos suyos, no tuvo miedo de dedicarse a ayudar a los pobres enfermos, con peligro de la propia vida.

Sed valientes también vosotros. El mundo tiene necesidad de testigos, convencidos e intrépidos. No basta discutir, es necesario actuar. Que vuestra coherencia se transforme en testimonio, y la primera forma de este compromiso sea la "disponibilidad". Como el buen samaritano, sentíos siempre disponibles a amar, a socorrer, a ayudar, en la familia, en el trabajo, en las diversiones, con los cercanos y con los alejados. Ayudad también a vuestros sacerdotes en las diversas actividades parroquiales; ayudad a vuestros obispos. Reflexionad también, con seriedad y generosidad, si el Señor llama acaso a alguno de vosotros a la vida sacerdotal, religiosa y misionera. Vuestro seminario espera cada año con ansia y confianza que ingrese alguno para comenzar la formación específica al sacerdocio. En el mundo de hoy, hambriento de Cristo y de su Evangelio, se necesita vuestro testimonio.

3. Concluyo confiándoos a la Virgen María, de la que San Bernardino fue devotísimo y se puede decir que cada día la fue anunciando por Italia. Al quedar huérfano de madre, quiso elegir como madre a la Virgen, y a Ella dirigió siempre su afecto, en Ella confió siempre del todo. Se puede afirmar que él se convirtió en el cantor de la belleza de María y, predicando con inspirado amor su mediación, no tuvo temor de afirmar: "Cada gracia que se da a los hombres procede de una triple causa ordenada: de Dios pasa a Cristo, de Cristo pasa a la Virgen, por la Virgen se nos da a nosotros" (Sermo VI in festis B.M.V. De Annun. a. 1, c. 2).

Dirigíos con amor y confianza a Ella cada día, y pedidle la gracia de la belleza de vuestra alma y de vuestra vida, de eso que únicamente os puede hacer felices.

Con estos deseos, invocando la intercesión de San Bernardino, os imparto la bendición apostólica, que os acompañe siempre como signo de mi intenso afecto.

 



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