DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS DE JAPÓN EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»
Martes 20 de mayo de 1980
Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
Vuestra presencia aquí hoy, junto a la tumba del Apóstol Pedro, evoca muchos pensamientos en nuestros corazones.
1. Es éste un momento especial de unión eclesial, pues celebramos nuestra unidad en Jesucristo y en su Iglesia, Venís en calidad de Pastores de la Iglesia en Japón y traéis con vosotros las esperanzas y gozos, las cuestiones y problemas de vuestros católicos. A la vez es éste un momento en que la Iglesia que está en Roma saluda respetuosamente en vuestras personas a todo el pueblo japonés, del que sois hijos ilustres y nobles. Todos recordáis con cuánta atención y fidelidad y con cuánto amor recibió Pablo VI, durante los años de su pontificado, a los visitantes y peregrinos japoneses. Individualmente y por grupos, cristianos y no cristianos, líderes religiosos y representantes de diferentes modos de vida, venían a verle semana tras semana, uno y otro mes. Para todos ellos tenía un gesto de saludo cordial o una palabra de estima y amistad. A mí también me ha cabido el honor de recibir muchas visitas de vuestros compatriotas, y deseo manifestar públicamente lo mucho que se aprecia su presencia en Vaticano.
2. Esta visita ad Limina, venerables hermanos, es asimismo una celebración de fe, de la fe de toda la Iglesia de Japón, esa fe de la que vosotros sois custodios y auténticos maestros, en unión con el Sucesor de Pedro. Por mi parte, deseo rendir homenaje hoy a esta fe que fue implantada por Dios como un don suyo en los corazones de los fieles a través del esfuerzo misionero. Este don de la fe fue acogido generosamente y vivido con autenticidad. Llegó a ser objeto del testimonio de Paul Miki y de sus compañeros mártires, que afrontaron la muerte proclamando los nombres de Jesús y María, y con su martirio confirmaron la fe en Japón cual herencia eterna. Además, por la gracia de Dios y la ayuda de su bendita Madre, esta fe católica se conservó a través de generaciones por el laicado japonés, que mantuvo su adhesión inquebrantable a la Sede de Pedro como por instinto de fe.
Y hoy en día esta fe se sigue manifestando en la acción, alimentándose en la oración y ofreciéndose libremente a cuantos desean abrazar el Evangelio. A través de su fe, manifestada en el amor fraterno y en la coherencia de vida, el pueblo cristiano de Japón está llamado a dar testimonio de Jesucristo en sus familias, entre las personas cercanas y en los ambientes en que vive; está llamado a comunicar a Jesucristo a todo el que desee conocerle y abrazar su mensaje de salvación y de vida.
3. Nuestro mismo ministerio episcopal es ministerio de fe; un ministerio que presupone la fe y está al servició de la fe, de una fe que ha de vivirse y comunicarse. Todo lo que hacemos va encaminado a proclamar el misterio de la fe y ayudar a nuestro pueblo a vivir profundamente su vocación de fe.
4. Precisamente por razón de la dimensión central de la fe vemos el gran valor que tiene la oración en la Iglesia; la Iglesia se mantiene viva y se fortifica por la oración. Por la oración se abren los corazones a las inspiraciones del Espíritu Santo y al mensaje y a la acción de la Iglesia de Cristo. De aquí el saber que la fidelidad a la oración es elemento esencial de la vida de la Iglesia. En este terreno Japón ha sido bendecido con vocaciones contemplativas, con religiosos que prosiguen la alabanza de amor de Cristo a su Padre. Y en este aspecto contemplativo de la Iglesia en Japón, ¿no hay acaso un excelente elemento de diálogo con vuestros hermanos no cristianos que han dado lugar relevante a la contemplación en sus antiguas tradiciones? ¿No es el deseo de estar unidos a Dios con pureza de corazón uno de los elementos en que las enseñanzas de nuestro Salvador Jesucristo están tan naturalmente inculturadas en la vida de muchos de vuestro pueblo?
5. Es gran honra para Japón el que generaciones de cristianos impregnados de su propia cultura, hayan llegado a contribuir con su actividad a la elevación de la sociedad. La comunidad cristiana, relativamente pequeña en vuestra tierra, ha prestado buenos servicios en los campos de la asistencia social, la ciencia y la educación. En escuelas y universidades el mensaje cristiano se ha puesto en contacto con tradiciones venerables de vuestro pueblo. Cristianos celosos que han captado la urgencia de insertar los valores evangélicos en su cultura nativa, han comenzado por dar testimonio íntegro con la propia vida. Cuando en medio de su comunidad dan muestras de tener capacidad para entender y aceptar, cuando comparten la vida y destinos de sus hermanos y hermanas y se hacen solidarios con todo lo que es bueno y noble, y al mismo tiempo manifiestan su fe en valores más altos y su esperanza en una vida que ha de expandirse en Dios; entonces están realizando una labor de evangelización inicial respecto de la cultura, labor concorde con su vocación y con las obligaciones que brotan de ésta (cf. Evangelii nuntiandi, 21).
Qué alta misión de los obispos de la Iglesia la de sostener a todos los miembros de la comunidad en los esfuerzos conjuntos por el Evangelio, animándoles a ser capaces de explicar la esperanza que hay en ellos (cf. 1 Pe 3, 15). En la Providencia de Dios, el testimonio prioritario de la vida debe correr pareja con la proclamación explícita del nombre, enseñanzas, vida, promesas, Reino y misterio de Cristo (cf. Evangelii nuntiandi, 22). El encuentro entre Evangelio y cultura sólo puede tener lugar a condición de que la Iglesia proclame fielmente el Evangelio y lo viva. También aquí están llamados los obispos a ejercer una responsabilidad especial.
6. Queridos hermanos en Cristo: En esta ocasión tengo la esperanza de estimularos a manteneros firmes en vuestro ministerio de fe. La Iglesia universal se ha enriquecido profundamente con la aportación de la Iglesia que está en Japón. La pusillus grex ha sido orgullo dé la gracia de Cristo Salvador y sigue tributando alabanzas a su Padre. El futuro está en las manos de Jesús. Es Jesús el Señor de la historia; es Él quien decide definitivamente los destinos de su Iglesia en cada generación. Cuando preparamos el cirio pascual el Sábado Santo, proclamamos: «Cristo ayer y hoy. Suyo es el tiempo. A Él la gloria y el poder por los siglos de los siglos». Nuestra respuesta a la voluntad del Señor Jesús para su Iglesia es de absoluta confianza acompañada de trabajo diligente, pues, sabemos que nos pedirá cuentas.
7. Nuestro ministerio de fe tiene su origen en Jesucristo y lleva a Él y por Él al Padre. A pesar de todos los obstáculos y dificultades, constantemente debemos llamar a nuestro pueblo a la santidad de vida que sólo en Cristo se encuentra: Tu solus sanctus. La familia cristiana de Japón debe ser objeto de nuestra solicitud pastoral de modo particular. En esta «Iglesia doméstica» debe comenzar de hecho la catequesis de los niños, y la evangelización de la sociedad debe llevarse a cabo en su raíz. El gran amor de Cristo a su pueblo y la alianza fiel de Cristo con su Iglesia deben evidenciarse en la familia como comunidad de amor y de vida. Os exhorto, hermanos, a hacer todos los esfuerzos posibles por crear en las familias las condiciones saludables de vida cristiana que favorecen las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa.
Presentad siempre ante los jóvenes el reclamo totalitario del amor y la verdad de Cristo, incluyendo su invitación a tomar la cruz y seguirle.
8. La unión fraterna que brota de la fe en Jesucristo debe ser vivida por la Iglesia entera, pero debería ser ejemplarmente evidente en la vida del presbyterium de cada diócesis. Nuestro misterio de fe requiere que estemos fuertemente unidos con nuestros sacerdotes y ellos con nosotros, cuando proclamamos a Jesucristo Salvador del mundo, y vivimos su mensaje de amor redentor. Todas las fuerzas del Evangelio deben estar realmente unidas a fin de dar testimonio creíble de nuestra relación con el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo.
Antes de terminar os pido que llevéis a Japón, a todos vuestros querido sacerdotes, religiosos, seminaristas y laicos, la expresión de mi amor pastoral en el corazón de Jesucristo. Con las palabras de San Pablo: «Saludo a todos los que nos aman en la fe. La gracia sea con todos vosotros» (Tit 3, 15).
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