CEREMONIA DE DESPEDIDA
DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
Aeropuerto de Labacolla
Santiago de Compostela - Martes 9 de noviembre de 1982
Majestades,
hermanos en el Episcopado,
españoles todos:
1. Ha llegado el momento de despedirnos, al final de mi viaje apostólico a vuestra nación. Doy gracias a Dios por estos días intensos, que me han permitido realizar los objetivos previstos de anuncio de la fe y siembra de esperanza.
En cada uno de los lugares visitados, he encontrado con gozo una gran vitalidad de fe cristiana. Unida a inequívocas pruebas de amor a la Iglesia y afecto al Sucesor de Pedro.
2. Quedan impresos en mi alma tantas escenas y momentos de este viaje, que serán recuerdos imborrables de mi paso entre vosotros. Estoy seguro de que muchas veces aflorará en mi mente la memoria de estos días, y entonces la oración recogerá mi recuerdo agradecido.
De entre tantos momentos memorables, ¿cómo no mencionar el del encuentro con los obispos de España que cuidan la grey de Cristo; los de mi oración ante los sepulcros de esos Santos universales, Teresa de Jesús y Juan de la Cruz; los encuentros con los superiores mayores religiosos, con el mundo del trabajo y los jóvenes; el acto sacerdotal con la ordenación de nuevos presbíteros; la primera beatificación hecha en tierras de España; el acto mariano y rosario junto a la Madre común? ¡Qué cúmulo de vivencias entrañables acuden a la mente, cuando evoco mi estancia en Madrid, Ávila, Alba de Tormes, Salamanca, Guadalupe, Toledo, Segovia, Sevilla, Granada, Loyola, Javier, Zaragoza, Montserrat-Barcelona, Valencia y la última etapa en esta ciudad del Apóstol Santiago! Son nombres que han penetrado definitivamente en fibras muy hondas de mi ser, hechos imagen de un nombre querido: España.
3. Con mi viaje he querido despertar en vosotros el recuerdo de vuestro pasado cristiano y de los grandes momentos de vuestra historia religiosa. Esa historia por la que, a pesar de las inevitables lagunas humanas, la Iglesia os debía un testimonio de gratitud.
Sin que ello significase invitaros a vivir de nostalgias o con los ojos sólo en el pasado, deseaba dinamizar vuestra virtualidad cristiana. Para que sepáis iluminar desde la fe vuestro futuro, y construir sobre un humanismo cristiano las bases de vuestra actual convivencia. Porque amando vuestro pasado y purificándolo, seréis fieles a vosotros mismos y capaces de abriros con originalidad al porvenir.
4. Antes de dejar vuestro país, deseo reiterar mi agradecimiento a Su Majestad el Rey: por su invitación a visitar España, que se unió a la del Episcopado, y por venir a despedirme junto con la Reina. Mi reconocimiento también al Gobierno y Autoridades todas de la nación, por el esfuerzo desplegado para asegurar el éxito de la visita. Y vaya asimismo mi sincera gratitud a tantas personas, que han prestado un servicio precioso y anónimo, antes y durante mi viaje.
Queridos españoles todos: He visto millares de veces, en todas las ciudades visitadas, el cartel de quien esperabais como “testigo de esperanza”.
Los brazos abiertos del Papa quieren seguir siendo una llamada a la esperanza, una invitación a mirar hacia lo alto, una imploración de paz y fraterna convivencia entre vosotros.
Son los brazos de quien os bendice e invoca sobre vosotros la protección divina, y en un saludo hecho de afecto os dice: ¡Hasta siempre, España! ¡Hasta siempre, tierra de María!
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